Una casa llena de agua: 8 puntos

Autoría: Tamara Tenenbaum

Actuación: Violeta Urtizberea

Diseño de escenografía e iluminación: Santiago Badillo

Diseño de vestuario: Lara Sol Gaudini

Diseño sonoro y música original: Federico Marquestó

Producción general: Compañía Teatro Futuro

Producción ejecutiva: Carolina Castro

Dirección: Andrea Garrote


Te despiertas una mañana y te das cuenta / De que tu vida es una gran concesión / Atrapada en el empleo que juraste era temporal / Sientes que el mundo te está dejando atrás / Nunca hiciste todo lo que querías probar”. La canción de Laura Izibor (“Shine”) musicaliza los créditos de Diarios de una niñera y resume el conflicto de su protagonista. El film está basado en el best-seller de Emma McLaughlin y Nicola Kraus, que a inicios del milenio generó cierta agitación en la alta sociedad neoyorquina por tratarse de un retrato bastante brutal sobre el estilo de vida en el Upper East Side. La historia estaba narrada desde el punto de vista de una niñera y, mientras el libro se mantenía en el ranking de los más vendidos, todos se preguntaban en quiénes se habían inspirado las escritoras (niñeras en la vida real) para elaborar su relato.

La película recurre a varios estereotipos de trazo grueso y más de una vez cae en la tentación del maniqueísmo, pero comparte la atmósfera y cierto tono con Una casa llena de agua, primera obra de teatro escrita por Tamara Tenenbaum, dirigida por Andrea Garrote y protagonizada por Violeta Urtizberea. La obra propone un trabajo mucho más sutil que la película, pero la comparación resulta útil para hablar de un relato construido a partir de la mirada de una joven de clase media en ese mundo-otro que es la high society.

En la película, Annie (Scarlett Johansson) es una chica de New Jersey recién graduada en antropología que no sabe quién es ni qué quiere hacer con su vida; el empleo de niñera en el Upper East Side cae del cielo y se le presenta como una buena oportunidad para huir de la casa materna y descubrirse a sí misma. En la obra, Milena (Urtizberea) vive en el barrio de Montserrat, estudia biología en la facultad, sueña con viajar a la Cuenca del Mediterráneo y para ahorrar dinero vende su tiempo a la familia de Angie, la beba a la que está dirigido todo el monólogo.

Ese es uno de los aciertos en la dramaturgia de Tenenbaum. Otro elemento interesante es la oscilación del personaje entre mundos diversos: Milena pertenece a la clase media, no está en una situación desesperada (ahorra para poder darse un gusto) pero tampoco está holgada. El encuentro con miembros de un estrato social superior al suyo genera cierta admiración; venera las piernas infinitas de la madre, la dentadura perfecta del padre (ambos aparecen como personajes extraescénicos aludidos en su discurso) y un estilo de vida que percibe como inaccesible. Película y obra proponen un relato en tono confesional: Annie lleva un diario con observaciones antropológicas y Milena le cuenta sus secretos más íntimos a una bebé que no es capaz de responderle.

La década del ’90 –a prudente distancia de la actualidad– funciona como telón de fondo, aporta algunos guiños epocales hilarantes y agrega una capa de sentido a las reflexiones de la protagonista. No conviene develar el conflicto principal, pero sí recordar aquella frase de Milena cuando relata el cuento de La sirenita: “Ella deja todo por la tierra, no sólo por el príncipe. Lo que quiere es formar parte de su mundo”. Algo de eso vive el personaje en esa casa de ensueño. Los vínculos, además, están contados desde el campo del trabajo: Milena es empleada y ellos sus jefes, la chica ofrece tiempo de cuidado a cambio de dinero pero existe una “jerarquía de la humillación” y ella lo deja muy claro al inicio: “La niñera le gana por poco a la mucama, la profesora particular le gana a la niñera, apenas más cómodamente si enseña inglés”.

La pieza se desarrolla entre las cuatro paredes del cuarto de Angie. La dirección de Garrote –con gran experiencia en unipersonales– y los recursos interpretativos de Urtizberea evitan que el texto quede atrapado en esa claustrofobia. La actriz propone cambios de ritmo interesantes y su ductilidad habilita el tono que cada escena demanda, a veces más cómico y empático, otras un tanto más trágico y distante.

Una casa llena de agua también se sumerge en los miedos de la clase media: ser pobre, no poder seguir la vocación o –como dice la canción de Izibor– quedar “atrapada en ese empleo que juraste temporal”. Un gran resultado de esta tríada de mujeres creadoras con un relato narrado desde la experiencia de la clase media, el trabajo y esos años de juventud llenos de sueños y promesas.

* Una casa llena de agua puede verse los viernes a las 22.15 en el Teatro Metropolitan (Av. Corrientes 1343). Las entradas se adquieren a través de PlateaNet.