El goce y la muerte están muy cerca en la pluma de Taeko Kono. Casi todos los cuentos de Cacería de niños (La Bestia Equilátera) hablan de una libido contenida que se desborda y de formas extravagantes de pensar en el final. Taeko Kono, que figura entre las escritoras japonesas más premiadas y reconocidas -algo tardíamente- de la actualidad, explora en estos relatos breves deseos raros y otros más bien contradictorios: si se los prohibe, carcomen; pero dejarlos ser equivale a comprarse un boleto al desastre. 

Varias de sus protagonistas se interesan por el sado, incursionan en el BDSM de un modo que, si bien nada tiene que ver con el porno de supermercado de por ejemplo Cincuenta sombras de Grey, tampoco se acerca a una exploración más o menos profunda de esos placeres. Porque las fustas y las trompadas parece que están ahí, en la trama, para hablar de otra cosa. Kono finge un modo distraído de hablar del asunto: los hechos se hilvanan sin que la narración se sobresalte por la irrupción de una escena de alto voltaje -de violencia, sexo, locura o muerte- en contextos que nada tienen que ver, como un pic nic en la playa o el entreacto en una ópera con copas y vestidos de gala.

Pero peor que coquetear con la muerte es la crianza. Algunos de sus personajes la equiparan con un proceso de putrefacción. Otros, ponen en juego su vida con los niños como escudo: una mujer enferma, por ejemplo, lleva su cuerpo al límite para complacer un capricho cualquiera de su sobrino. La posibilidad de concebir funciona no como un anhelo, ni un dilema, sino como amenaza. Y la menopausia es un alivio. 

Los personajes de Kodo experimentan lo opuesto del deseo maternal: no la indiferencia, sino una forma particular de pánico que atraviesa muchas de estas historias. Y que se hace muy evidente en la primera: el famoso relato que le da título al libro. En él, Akkido siente un rechazo visceral, un sentimiento de asco por las niñas entre 3 y 10 años, al punto de compararlas con babosas y gusanos. Pero también experimenta una atracción inexplicable e inconfesable por los niños de esa edad. Compra compulsivamente ropa cara a hijos de amigas y conocidas, sólo para poder verlos vestirse y desvestirse. Se relame con los esfuerzos de un niño para sacarse un sweater, mirando cómo se tambalea, la torpeza con la que tira de las mangas y se atora la cabeza en el cuello, cómo deja al descubierto una parte de su panza en el intento. La mirada distante de Taeko Kono ante ese tipo de situaciones es espeluznante. Rara vez le da a quien lee respuestas, sino que se adelanta y retruca todas sus expectativas.

¿Qué buscan realmente y hasta dónde pueden llegar estas mujeres con sus filias, sus fobias, sus compulsiones? Taeko Kono, a quien el Premio Nobel Kenzaburo Oe describió como la mejor escritora japonesa moderna, no se atreve a diagnósticos. No hay remate ni solución al acertijo sino escenarios que la autora arma para poner a estos personajes a explorar tabúes. Las arroja a esos mundos cerrados y las hace cargar con sus deseos raros para ver cómo se las ingenian para expresar lo que en verdad quieren, sus frustraciones, sus modos tímidos de rebelarse ante la tremendamente patriarcal sociedad japonesa. La falta de explicaciones ante decisiones que no tienen sentido, o que podrían llevarlas a la cárcel o directamente a la muerte, deja a lxs lectorxs en el mismo estado en el que viven las protagonistas de estas historias: contenidas, ansiosas, con ganas de más.