Hay momentos en la vida en los que sabemos que estamos ante un parteaguas. En los que, además de perder momentáneamente la noción de tiempo y espacio, nos quedamos sin palabras y sentimos que se nos para el corazón. Que estamos en carne viva. En la adolescencia esos momentos son todavía más intensos, más crudos, más reales en un punto. Y de todo eso habla Heartstopper, la serie de Netflix sobre un romance teen y queer que está rompiendo récords de audiencia y cuyo título significa precisamente eso: que se te pare el corazón.
Mientras este cronista leía sobre la novela gráfica que dio origen a la serie y repasaba los capítulos por segunda vez, lo invadió una sensación parecida: que, por un lado, estaba frente a algo descomunalmente mágico y que, por el otro, deseaba haber visto algo así cuando tenía la edad de sus protagonistas. El ejemplo más cercano, de los escasos que hay en la tele abierta argentina, se remonta a la segunda temporada de Rebelde Way, allá por un lejano 2003, cuando el personaje de Rocco se debatía entre salir con su amiga Vico y con su mejor amigo, abiertamente gay y que se le había declarado. Mientras Rocco trataba de entender qué le pasaba, algunos compañeros de colegio pensaban por él y asumían que era gay. Como eso estaba mal visto, como era considerado una afrenta al deber ser de la masculinidad, un día le pegaron y lo dejaron inconsciente en el piso, al borde de la muerte. Tras una gestión de los cuatro rebeldes (Marizza, Mía, Pablo y Manuel), el personaje de Catherine Fulop que estaba inspirado en Moria Casán les dio una charla a los alumnos y a las alumnas del Elite Way explicando que no había nada de natural o antinatural en la sexualidad, que en todo caso se trataba de construcciones culturales y que lo importante era ser quienes queremos ser. Fue mágico, por supuesto, e inolvidable, para mi generación. Pero Heartstopper es otra cosa, porque la historia de amor gay entre dos adolescentes no es un episodio lateral o anecdótico sino que está en el centro mismo de lo que se quiere contar. El romance gay entre dos compañeros de colegio es la historia.
Kent, Inglaterra, 2022. Charlie tiene 15 años y está fuera del closet. Algunos compañeros le hicieron bullying, otro lo besaba solamente a escondidas y cuando él quería. Pero Charlie no está solo, tiene el apoyo de su grupo de amigos conformado por un chico hetero, otra chica hetero y una chica trans. Los cuatro se juntan a hacer rondas de amigues y hablan todo el tiempo en un grupo de chat que armaron en Instagram (otra diferencia con mi generación, que al llegar a casa del colegio se desconectaba por completo de los demás, hasta que empezaron a llegar, gradualmente, el MSN y los SMS). Hasta que Charlie un día se enamora, con ese fulgor adolescente, de un compañero de clase que a simple vista, y para todo el mundo, es la persona más heterosexual posible: machote, jugador de rugby, popular. Como bien sabemos, las apariencias engañan y Charlie enseguida se da cuenta de que sus esperanzas no son tan vanas como pensó al principio (y como todos los demás le querían hacer creer). Y Nick, que no sabe bien lo que le pasa, va descubriendo de a poco que es bi y que no hay nada que disfrute más que pasar tiempo con Charlie.
En una escena adorable de las muchas escenas adorables que hay en la serie, los amigos heteros de Nick lo empujan a hablarle a Tara, su amor platónico de la infancia. Los dos están incómodos en esa conversación forzada en la que los demás esperan que haya seducción y levante. Mientras Nick y Tara aclaran las cosas entre ellos y se disculpan por lo absurdo de la situación, ella le cuenta que es lesbiana y que está saliendo con una compañera de su colegio. A Nick se le ilumina la cara, no sólo por el alivio que siente de no tener que caretear un levante que no le interesa, sino sobre todo porque admira la valentía de Tara de hacer lo que se él se muere ganas de hacer y no se anima. Esa charla con Tara era, en definitiva, la señal que había estado esperando para darse cuenta de que estaba todo bien, de que podía avanzar con Nick.
En Heartstopper los personajes son cool, cinéfilos, modernos. Hay gente lesbiana, gay, bisexual, trans. Usan Instagram las 24 horas del día. Y, así y todo, se enfrentan a los mismos conflictos y a las mismas dudas que todos los adolescentes de las últimas décadas. Si los Beatles escribían letras sobre las tribulaciones mentales por las que pasaban ante la eventualidad de cruzarse a la chica que les gustaba por las calles de Liverpool, los personajes de Heartstopper tienen las mismas dudas, sienten la misma electricidad, antes de apretar el botón de enviar un mensaje en las redes sociales.
Y la cuestión generacional no es meramente un aspecto decorativo. Tiene que ver con la propia biografía de la autora, la británica Alice Oseman, nacida en 1994 y autodefinida como una persona queer que lee libros queer, mira películas queer y quiere contar historias queer para un público esencialmente adolescente. Porque ella tampoco tuvo esas referencias cuando tal vez más las necesitaba.
Todo empezó en 2011, a sus 17 años, cuando Oseman escribió una novela gráfica web llamada Solitaire en la que Charlie y Nick eran personajes secundarios. Enseguida se dio cuenta de que esos dos chicos tenían mucho más para dar y en 2016 publicó la primera entrega de Heartstopper, también en la web. Tras conseguir nada más y nada menos que ¡¡52 millones de visitas!!, la historia saltó de la web al papel gracias a que lanzó una campaña de recolección de fondos: en apenas 24 horas, juntó 25.000 dólares. En 2020, se empezó a publicar la saga de novelas gráficas que llegó a la Argentina apenas un año después, a comienzos de 2021. Desde hace unos meses, las novelas se consiguen en todos lados, librerías infantiles incluidas: the times they are a-changin.
“Sobre todo, lo que espero es que la historia haga que la gente sonría y les ilumine el día”, dijo Alice recientemente en una entrevista. “Pero también espero que inspire, sobre todo, a la gente joven que es queer, para que sepan que pueden encontrar felicidad, pueden encontrar romance y pueden encontrar amistad”.
Desde su estreno a fines de abril, Heartstopper está generando reacciones tan intensas como las de sus protagonistas. La revista Forbes destacó que tiene un promedio de 100% de críticas positivas por parte de periodistas especializados y un 98% de parte de la audiencia, un récord absoluto para Netflix. En la primera semana desde su estreno, acumuló 24 millones de horas reproducidas y en los próximos días se conocerán los números actualizados que van a ser mucho mayores. Para The Guardian, es la serie más amorosa de la televisión actual. Y este cronista no puede más que estar de acuerdo. Para las nuevas generaciones, es una historia que les habla de lo que les está pasando, la navegación por las identidades sexuales de una forma más desprejuciada en un mundo en el que sigue habiendo discriminación y patriarcado. Y para los que estamos en nuestros 30, es la compensación de lo que nos hubiera haber mirado cuando teníamos 16 y llega ahora, con un tiempo de delay, pero justo a tiempo. Como dijo hace unos días Jey Mammon, que es de la generación que me sigue: “Ya sé que llegué tarde a verla, aunque nunca es tarde para hacer nada”. Sobre todo, querido Jey, nunca es tarde para el amor.