Concretado el censo nacional 2022, realizada la visita a los lugares de vivienda por parte las voluntarias y voluntarios, vale preguntarse si el cúmulo de datos relevados dará cabal muestra del proceso de pauperización acelerada producido en esta sociedad en la última década.

En efecto, el interrogante refiere a las situaciones de pobreza estructural rondando más de un 30%, al hacinamiento en la periferia de las principales ciudades, a la indignante brecha entre incluidos y excluidos sociales.

Cuestiones fundamentales como el número de personas que habitan en un lugar y el hacinamiento reinante en esos espacios con secuela de miserias materiales y morales.

Han transcurrido casi tres años de la muerte de Ramona, luchadora social en una Villa de Buenos Aires, ella bregaba en plena pandemia de Covid-19 por el agua potable para sus vecinos. En el presente solo el 3% de los habitantes de ese barrio acceden a ese servicio.

Esta situación se manifiesta de manera patética en la mayoría de los asentamientos en los que lo esencial está ausente: una dieta alimentaria suficiente en cuanto a su valor calórico, agua potable, viviendas confortables para afrontar el frío y el calor, etc.

No debe naturalizarse la pobreza sino que hay que historizarla, es decir dar cuenta de los procesos de espoliación. Los discursos oficiales no logran ocultar lo evidente: los malestares que provoca el capitalismo.

Mientras quienes ejercen el poder formal continúan con sus maniobras, contubernios, encuentros y desencuentros, la cruel realidad de injusticias se multiplica.

Preguntas, cifras ¿y después?

Carlos A. Solero