El cambio en las condiciones financieras internacionales sigue golpeando fuerte a los activos bursátiles y a los derivados como las criptomonedas. El índice de las principales 100 acciones del Nasdaq acumula una caída de casi 30 por ciento en lo que va del año. Es decir que los inversores que no salieron a tiempo en los últimos meses perdieron casi 1 de cada 3 dólares que tenían en diciembre.

En el universo de las criptomonedas la volatilidad fue todavía más importante. Se registró en lo que va del año una caída del 40 por ciento para el bitcoin y de alrededor del 50 por ciento para otras monedas como ethereum. Los criptoactivos enfrentan por primera vez el efecto del endurecimiento de la política monetaria en Estados Unidos, la suba de las tasas de interés y la reducción de la liquidez.

El desplome en el valor de las monedas digitales es acompañado de reacciones de distintos tipos. Algunos multimillonarios como el dueño de la plataforma Binance lo toman con ironía asegurando que “volvió a ser pobre”. Su empresa perdió más de 1600 millones de dólares por el colapso de Terra Luna.

Lo mismo ocurre con otros inversores de menor escala que vieron caer a la mitad su patrimonio pero prefieren pensar que es una caída más (de las tantas que tuvieron las criptomonedas en los últimos 10 años) y que nuevamente sorprenderán con subas extraordinarias una vez que se ordenen los mercados. Lo creen incluso a pesar de no tener su vida financiera resuelta.

¿Es un optimismo exacerbado o una mirada visionaria para el largo plazo? La respuesta por ahora no existe y por ese motivo sigue habiendo por lo menos tres clases de inversores que participan del negocio de las monedas digitales. En primer lugar están los que apuestan a subas de corto plazo (especuladores). En segundo lugar están los que consideran que las criptomonedas son una nueva forma de manejar dinero para los sociedades, es decir que tienen una hipótesis sobre la evolución de la moneda y en definitiva una teoría de la historia. Y en tercer lugar aparecen los inversores que simplemente confían en el cambio de tecnología y las posibilidades que ofrece la descentralización.

Puesto en otras palabras existen básicamente tres argumentos para comprar o vender criptomonedas: conseguir ganancias del trading, apostar en este mercado de monedas digitales con una mirada de historia económica o ser un optimista de la innovación prometida por la cadena de bloques.

En los próximos diez años será interesante ver la evolución de las inversiones en criptomonedas y poder responder si la tecnología consiguió la aceptación que vaticina los optimistas o fue una verdadera burbuja financiera en el sentido que lo plantean lo más críticos. Será interesante aunque las discusiones de fondo sigan siendo las mismas: ¿Las sociedades realmente necesitan confiar su dinero en los algoritmos y la descentralización? ¿Ayuda para tener una organización más justa y una distribución más equitativa de lo que se produce?

Por el momento sólo queda observar la capacidad de los seres humanos para generar discusiones y divisiones sobre cualquier tema. Para ello no hace falta hacer mucho esfuerzo. Simplemente se necesita comparar la filípica áspera de los convencidos que el bitcoin es el futuro y el nuevo dinero de internet, con la crítica lacrada de los creen que las monedas digitales son el mayor ponzi de la historia y una forma de reciclar el dinero opaco del mundo.