Tuve una novia socióloga. Nos separamos
por incompatibilidad de percentiles.
(Esta frase es un resumen de la nota para quienes
estén apurades o sean sigloveintiunales; quienes tengan
tiempo, sed bienvenides a leer la versión completa).
Tuve una novia socióloga, la voy a llamar Licenciada A. El vínculo fue demasiado breve –o demasiado prolongado, según desde qué óptica se vea–; lo cierto es que, como dice la versión resumida de esta columna, nos separamos por incompatibilidad de percentiles.
Para aquelles lectores que no sean sociólogues –tal vez, como mucho, un 5%–, diremos que, según le Wikipedie, "percentil" es "una medida de posición usada en estadística (...). Por ejemplo, el percentil 20 es el valor bajo el cual se encuentran el 20 por ciento de las observaciones, y el 80% restante son mayores".
Les pido disculpas a la gran mayoría de nuestros lectores que ya sabían lo que es un percentil y no necesitaban esta explicación, pero no era cuestión de dejar afuera a la gente del percentil 1-5. También les pido disculpas a quienes no tenían el concepto, porque dudo que lo hayan adquirido después de esta explicación. Pero no se preocupen, pueden andar lo más bien por sus vidas sin saber lo que es un percentil.
El asunto es que Licenciada A. estaba más enamorada de Gauss que de mí, y nos separamos cordialmente. Esa cordialidad me significó un duro reproche de su parte, ya que, según me explicó luego, estaba rompiéndole la estadística de un estudio que estaba haciendo, de acuerdo al cual “más del 90% de las parejas de menos de un año de duración se separan con odio y no se quieren volver a ver”. Espero que no me haya odiado por quebrarle el índice (no el de alguna de sus manos, por favor, sino el de su estadística), y confieso que me sentí un poquito celoso de ese tal Gauss.
Y, quizás por eso, hoy la "evoco y veo que ha sido" un vínculo que dejó sus huellas. Aprendí a ver el mundo con criterios estadísticos, que son los que hoy en día cuentan, ya que hay mucha gente, y no vamos a estar creyendo en las singularidades, ¿no?
Por ejemplo, para las estadísticas “las personas que ganan (a valores de hoy) entre 200 mil y 200 millones de pesos, constituyen el 10% más rico de la población". Sin embargo, conozco personas que ganan más o menos 200 mil por mes y les aseguro que no se autoperciben ricos. La mayoría se autoperciben “una persona de clase media, atrapada en el sueldo equivocado”.
Si pagan un alquiler, tienen tres o más bocas que alimentar y pagan salud, educación, transporte, indumentaria, esparcimiento, incomunicación (los medios enfermónicos, aunque parezca mentira, ¡te cobran para enfermarte!), su sensación de “riqueza” solo aparece en alguna sesión de terapia de vidas pasadas, porque lo que es en la vida presente o futura, ¡ni ahí!
Una persona que gana 200 lucas está mucho más cerca de una que gana 100, o 50, que de una que gana 3 palos, pero ¡una es rica y la otra no!
Qué triste que es ser rico y no saberlo.
De la misma manera, a veces se piensa un impuesto “para que lo pague el 10% que más gana”, o sea, otra vez, la estadística. No importa si parte de ese 10% que más gana se diferencia del resto en que puede meter en un changuito medio morrón más: ¡es rico, tiene “ganancia” igual que el que gana 200 palos, que suele ser el dueño de los morrones, las berenjenas, y la máquina de hacer changuitos!
Con los delitos pasa algo similar: si determinado delito lo cometen, estadísticamente hablando, más personas de determinada raza, sexo, género, color de piel, entonces “la justicia mediática” te prejuzgará de acuerdo a ese concepto, y es mucho más efectiva (y letal) que la de los tribunales.
Puede un señor de origen senegalés cometer un hurto, que seguramente será juzgado mediáticamente por otra cosa:
–No; mire, H. –llamémoslo "H."–, usted dice haber hurtado subrepticiamente una billetera con 500 pesos de la señorita J., pero ya debería usted saber que esa tipología les corresponde a damas de rasgos caucásicos, más precisamente, austrohúngaros; a usted, le corresponde “robo violento a mano armada”, así que elija: o es usted una dama caucásica de rasgos austrohúngaros o lo vamos a prejuzgar por el delito que le corresponde, lo haya cometido o no.
El nefasto “todos los… son...”, estadísticamente aggiornado.
El nazismo, que llevó a la muerte a más 60 millones de personas en la Segunda Guerra (20 millones de las cuales eran consideradas por ellos “inferiores”), deshumanizaba a las personas tatuándoles un número en el brazo. Lo mínimo que les debemos a sus víctimas, y a nosotros mismos, es aprender la lección. Para que no se pueda repetir.
Sugiero acompañar esta columna con el video “las partes y el todo” (medievalada) de RS Positivo (Rudy-Sanz):