Muchos recordarán a los hombres de traje apodados con nombres de colores en la película de Quentin Tarantino, Perros de la calle. Lo recordarán sobre todo porque a Steve Buscemi no le gustó nada que a él le tocase el Rosa. Pero probablemente no se acuerden del hombre que llevaba el color Azul a cuestas. Y quizás tampoco lo recuerden porque en la película muere cuando el robo a la joyería se lleva a cabo. Su muerte, a pesar de todas las muertes en dos horas de metraje, es la única que no vemos; muere fuera de campo.
Flaco, de hombros anchos, arrugas verticales y ojos azul ártico, el nombre del actor es Edward Bunker. La inclusión en la película fue, como es frecuente en el cine de Tarantino, un guiño y un homenaje. Bunker era uno de los escritores de novelas policiales y de ladrones más influyentes en la obra del ex empleado de un videoclub devenido director. Su novela, No hay bestia tan feroz, publicada recientemente por la editorial española Sajalín editores, era una clara influencia en el plot de Perros de la Calle. Como en la película, la novela también rondaba en torno a un robo a una joyería que no sale del todo bien.
Publicada en el año 1973, la novela de Bunker se inscribió rápidamente en una renovación del género de ladrones. No hay bestia tan feroz es heredera de La jungla de asfalto de W. R. Burnett y precursora de las novelas torrenciales, ubicadas en Los Ángeles, de James Ellroy, quien escribe el prefacio a esta edición y se declara deudor de Bunker. La novela adopta el punto de vista de Max Dembo, un hombre que está por terminar su condena en un penal y se propone cambiar su estilo de vida luego de poner un pie sobre la calle y respirar libertad. Pero las cosas no son tan simples para un ex presidiario, y Max se encarga de hacer sus propias hipótesis y lecturas al respecto. Se ve a sí mismo como una víctima de una sociedad que está moralmente enferma, que no sabe qué hacer con sus presos y con la gente que no logra encajar. Por más que intente seguir las reglas, portarse bien con el asistente social que le hace un seguimiento de su libertad condicional, y por más que intente buscar un trabajo, no sabe hacer otra cosa más que robar.
Max echa mano a lo que sabe, vuelve a conectarse con la gente que conoce, y en pocos días, después de recuperar su libertad, frecuenta un bar con prostitutas, se inyecta heroína y termina como fugitivo de su asistente social. Max reflexiona sobre el embudo en el que caen todos los ex delincuentes y una vez en libertad no encuentran otra salida económica más que caer nuevamente en el robo. En la primera parte de la novela Bunker hace reflexionar a su personaje sobre el lugar que tiene el delito en la sociedad norteamericana de los años sesenta, mientras que las dos partes siguientes, la trama se destapa y las convenciones del género van cercando el accionar del personaje. Los momentos más bellos e intensos de la prosa de Bunker están en los intersticios: “Le apreté con fuerza el brazo, con la firme intención de hacerle daño. Quienes no tienen experiencia con la violencia no le tienen miedo, pero se vienen abajo en cuanto la sienten en sus carnes”. En esos detalles, claramente hard boiled, aunque sutiles en su amargura, es donde se lee la mejor prosa de Bunker.
La novela pareciera tener varios falsos comienzos. Por ejemplo en la página 99, en el primer párrafo, Bunker cuenta que su personaje Max toma un colectivo y viaja a ver a un amigo. Por elipsis, nos cuenta que ha salido de la cárcel y que no tiene muchas certezas de lo que vendrá. ¿Por qué entonces la novela empieza 99 páginas hacia atrás? Un editor concienzudo, o un tallerista, hubiera levantado la ceja y hubiera marcado ese punto, ¿para qué perder tanto tiempo contando los detalles de la salida de la cárcel, los problemas raciales entre los presos, y las ambiciones que el personaje guarda para cuando recupere la libertad, si se puede empezar con un simple viaje en colectivo y condensar el resto?
A Bunker le importa contar eso, precisamente. Para él no es perder el tiempo, es ganar confianza en la carnadura; es una declaración de un principio de realidad. En ese sentido podríamos aventurar una idea al respecto en relación a las novelas negras. Una línea está relacionada con los escritores de policiales que imaginan sus tramas desde la lectura. El caso más claro es el de Raymond Chandler leyendo a Dashiell Hammett. Luego de jubilarse de su empresa de seguros, Chandler decidió escribir su versión de los policiales mientras vivía con su madre. Es una línea más consciente de las herramientas del género y de las convenciones literarias. Gran parte de los aportes al policial desde la literatura argentina están relacionados con una relectura de género; la mayoría de los y las escritores policiales de las pampas son licenciados en letras, abogados o contadores. Pero hay otra línea, la que le interesa a James Ellroy, a Dashiell Hammett mismo, a Chester Himes, a Kike Ferrari y a Edward Bunker; la novela policial como un reflejo directo de la experiencia del escritor. La vida de Bunker no está muy alejada de la de su personaje. Bunker vivió en reformatorios, su madre no lo quiso, y a una edad muy temprana comenzó a robar. Pasó 17 años en una cárcel y tuvo varios problemas con la ley. Paradójicamente, a diferencia de Max, encontró una redención y una forma de encajar socialmente: convirtiendo esa materia en novelas.
Quizás No hay bestia tan feroz tenga una estructura imperfecta, por momentos parezca laxa y hasta inconexa, pero el ritmo y la sustancia es lo que la vuelven genuina. En una entrevista, incluida hacia el final del libro, Bunker responde a una pregunta sobre la diferencia entre su pasado como delincuente y su presente como escritor, que por extensión se puede leer como una definición de su propia escritura: “¿Quién sabe lo que determinó mi destino? La gente que triunfa siempre atribuye el éxito a sus cualidades y los que fracasan invocan, generalmente, la mala suerte. En ambos casos es más complejo que eso. Yo pienso que somos libres, pero dentro de ciertos límites. Es como evolucionar dentro de una especie de círculo del cual está prohibido traspasar los límites. Y yo nunca estuve hecho para permanecer dentro del círculo”.