Hay algo de carnavalesco en la espectacularidad del grotesco que expuso a la sociedad de los falsos trader al mejor estilo realistic fiction. Nada quedó afuera; cada capítulo salpica a nuevos personajes y exhibe sin filtros una comunidad en la cual es posible el éxito de una cultura pornográfica, y en la que aspirar a obtener plata sin trabajar, convive con una trama que involucra a todo el entramado social, en lo que ya se intuye como estafa piramidal.
Este texto parte de un proyecto de investigación sobre la ya clásica serie Black Mirror. Me preguntaba si era mejor elegir primero el tema y luego el capítulo / primero el capítulo y luego el tema, o realizar una elección conjunta, espejada, de tema y capítulo y saberes, y reflexiones que resulten esta vez no solo interesantes a uno mismo en el anonimato de la imaginación y los propios miedos. O ser generoso en la elección teniendo en cuenta las necesidades de la época o lo que es necesario “que sea dicho”.
En esa necesidad de ser dicho, podemos ser críticos con uno mismo, para qué decir de nuevo lo que ya ha dicho “el capítulo” -o lo que la realidad misma expone sin filtros, como en este caso-, qué sentido tiene el desglose, la explicación de lo experiencial. Es acaso que el texto puede resolver nudos argumentativos que no han sido lo suficientemente explícitos en la serie o en el capítulo. Aparecen algunos interrogantes hacia el núcleo del contraste serie / explicación / imagen / texto, que será lo que interesa abordar. “Black Mirror” ha sido la serie de la experiencia por excelencia en cuanto a la piel. En mi experiencia, no ha habido ninguna otra serie que me haya provocado tanta piel de gallina, náusea, cuello duro, lágrimas, ganas de gritar y grito.
En el capítulo The Waldo moment, “Momento Waldo”, en medio de una campaña electoral, surge un personaje cómico, virtual, llamado Waldo, que comienza desde la pantalla y desde su ser animado a participar en política, primero como juego, burlándose de algunos políticos, pero que luego de ver las encuestas y el posicionamiento, el juego pasa a ser verdadero, y luego gana las elecciones. La riqueza del procedimiento tiene un sinnúmero de análisis y posibilidades, nos centraremos en la trama de lo explícito, del juego que pasa a ser verdadero “del abuso de la estadística” y de la construcción de un personaje, por su explicitud. La paradoja en las construcciones actuales de las imágenes políticas, que trazan entre Big Data, encuestas, márquetin y comunicación microsegmentada, parece una ironía y una parodia de sí mismas, incluso en las maneras “ilógicas” de presentación / actuación. Un mismo candidato puede decir cosas contradictorias, entre sí, y contradictorias consigo mismo, pero la efectividad de target del mensaje es la base en las conquistas numéricas de electorados siempre dispuestos a cambiar y administrar su odio y su esperanza en lo que se sienta verdadero. La relación con personajes como Milei, o la seducción de los Trader Gods es carnal.
El futuro que plantea el capítulo es una dictadura distópica gobernada quizás por un algoritmo de eficiencia, de hiperexcelización de lo socio-económico, o quizás de una votación diaria digital, podría interpretarse como una especie de democracia directa cotidiana desde el voto del celular. Ahora bien, el planteo es si la elección y la democratización directa de cada decisorio en un posible gobierno global, o la matematización absoluta del reparto de lo social, eliminaría las problemáticas de lo comunicacional y lo estético de lo democrático. Hay una actuación política tan cotidiana como difusa. Efímero es en general lo que dura un día, pero se vuelve eterno con la repetición del diario.
Pero volvamos, ¿Cómo sería un futuro en el que la ficción cripto piramidal continuara edificándose? ¿Qué hubiera pasado si no hubieran caído los gurúes de las felices monedas virtuales? Imaginemos tal escenario como un capítulo más de la distópica serie.
La reflexión iniciática de un ensayo “sobre” o “acerca” de una serie, una película e incluso de cualquier forma artística que funcione de punto de partida a la textualización de la reflexión, es preguntarse si, esa transformación a texto de la experiencia artística, funciona como explicación, explicitación, traducción, o reflexión espejada. Si se puede escribir sobre lo que aquí se escribe digamos.
La segunda pregunta es si ésta, tomemos momentáneamente el término “traducción”, tiene como nacimiento la necesidad de duplicar un mensaje, aclarar, o directamente crear un nuevo conocimiento utilizando como base, ejemplo o punto de partida la expresión artística. Se da una duplicación de lo real, similar a la que se da en el teatro, ¿no es el actor un traductor del texto dramático? ¿el cuerpo del actor es cuerpo de la obra, del texto, o del actor?
La realidad tiene esas especularidades, tan geométricas, como desfasadas.
La principal debilidad del texto frente a la dinámica de “las series”, es el aburrimiento o la lentitud. Las virtudes de lo veloz, lo dinámico y lo atractivo de la pantalla frente a lo textual son indudables. Es que acaso que los teóricos o los investigadores debemos reformular el lenguaje científico para lograr una masividad, umbral de la efectividad de los mensajes. El sentido de dar publicidad o “hacer extensión” de las actividades académicas nos interpela hasta las entrañas. Una práctica de replantearse investigar “sobre lo que nos gusta” y sobre lo que gusta, de manera que disfrutemos. En un lenguaje que también nos resulte atractivo. De otra manera seguir haciendo lo que siempre se ha hecho es, al menos, ineficaz. La autocensura y la censura del gusto, del disfrute en la investigación, funciona como los microfacismos de la producción científica, matriz epistémica de una ciencia victoriosa. La ciencia de “la verdad”. La ciencia “ciencia”, que no es verso. Que no se permite deslizarse a lo artístico, a intención, a la sensibilidad, a la palabra difusa. Las precisiones epistémicas autosustentables, los planteos matemáticos, impermeables de la producción de conocimiento, y la aplicación de matrices decimonónicas a novedades millenials está (estamos) haciendo agua por todos lados. Este texto que se autodenuncia como científico, intenta ponerse en crisis mientras se escribe y mientras se lee.
En las palabras y las cosas, Foucault comienza diciendo “este libro nació de un texto de Borges. De la risa que sacude, al leerlo, todo lo familiar al pensamiento -al nuestro: al que tiene nuestra edad y nuestra geografía—, trastornando todas las superficies ordenadas y todos los planos que ajustan la abundancia de seres, provocando una larga vacilación e inquietud en nuestra práctica milenaria de lo Mismo y lo Otro. Este texto cita "cierta enciclopedia china" donde está escrito que "los animales se dividen en a] pertenecientes al Emperador, b] embalsamados, c] amaestrados, d] lechones, e] sirenas, f] fabulosos, g] perros sueltos, h] incluidos en esta clasificación, i] que se agitan como locos, j] innumerables, k] dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, l] etcétera, m] que acaban de romper el jarrón, n] que de lejos parecen moscas". En el asombro de esta taxinomia, lo que se ve de golpe, lo que por medio del apólogo se nos muestra como encanto exótico de otro pensamiento, es el límite del nuestro: la imposibilidad de pensar esto.
En Foucault sobre Maggrite, su ensayo “esto no es una pipa”, analiza pormenorizadamente una obra del siempre irónico y rupturista René Magritte, un cuadro con una pipa, dice abajo “esto no es una pipa”. La supremacía moderna de la palabra y de la lógica, nos hace que el ruido que provoque la contradicción, nos espante, nos haga reír, luego nos deje una resonancia. Hay algo que no cierra, eso que no cierra es lo que funciona críticamente en la obra de arte al sujeto estético, con sus maneras propias – y olvidables – por qué no, de comprender y degustar, de sentir antes que pensar.
Otro lugar difuso que clarifica, nos lo presenta Bajtin: en el carnaval actores y espectadores lo son al mismo tiempo.
Mijail Bajtin escribe: “Los espectadores no asisten al carnaval, sino que lo viven, ya que el carnaval está hecho para todo el pueblo. Durante el carnaval no hay otra vida que la del carnaval. Es imposible escapar, porque el carnaval no tiene frontera espacial. En el curso de la fiesta sólo puede vivirse de acuerdo a sus leyes, es decir de acuerdo a las leyes de la libertad. El carnaval (…) es un estado peculiar del mundo: su renacimiento y su renovación en los que cada individuo participa”.
En el carnaval se elabora, en una forma sensorialmente concreta y vívida entre realidad y juego, un nuevo modo de relaciones entre toda la gente que se opone a las relaciones jerárquicas y todopoderosas de la vida cotidiana. El comportamiento, el gesto y la palabra del hombre se liberan del poder de toda situación jerárquica (estamento, rango, edad, fortuna) que los suele determinar totalmente en la vida normal, volviéndose excéntricos e importunos desde el punto de vista habitual. La excentricidad es una categoría especial dentro de la percepción carnavalesca del mundo. El grotesco pasa a embellecer, y lo bello se vuelve molesto: disgusta. Hay algo de la “carnavalesca administrada” que no estamos viendo bien.
No hay conclusión, no la tengo, este texto debe ser apertura, confusión, límite y desborde, molestia, afecto, defecto, y espero: algo grotesco, como Milei, los cripto, y esta sociedad.