Abril me puso mi padre Abdul Gamal Uddim, en mi ciudad, Biblos, en el Líbano, a orillas del Mediterráneo. Usted me observa con cierto prejuicio por como pronuncio su lengua… No pretendo saber que infiere de ello acerca de mi conducta, pero tal vez no sepa que mi ciudad es muy antigua y que en ella se consignó la escritura. Mis padres no vacilaron en costearme una educación privilegiada para que yo no padeciese las vicisitudes propias de muchas mujeres de mi tierra. Aprovechando nuestro plurilingüismo me gradué en lenguas neo romances y me propuse optimizar mis cargos docentes en la universidad y agregué el latín y el griego. Así que, para evitar malos entendidos, duplicaré mi testimonio por escrito.

A la edad de veinte años me enamoré de un joven ambicioso, que me pidió en matrimonio. Mis padres no lo veían con buenos ojos, pero cedieron a mi deseo, con el compromiso de mi parte de que conservaría la posesión de la dote. Sólo yo podía determinar su donación o legado. Todo parecía estar bien, pero no tardé en descubrir que mi esposo padecía de una ambición desmedida que lo conducía a irrefrenables desenfrenos y que amaba más el dinero que a mí. Ante mi negativa a cederle mi dote para que emprendiese un negocio oscuro, urdió un plan, involucrando a uno de sus amigos para acusarme de infidelidad. ¡Tan rápido el amor, o lo que creí que lo era, desapareció ante el afán del dinero!

El adulterio en el hombre es un capricho no condenable, pero en la mujer… Creo innecesario mencionar los detalles. Sólo diré que al mes de la primera falta supe que estaba embarazada… un mes y medio más tarde, espontáneamente lo perdí… mi madre era la única que lo sabía y me aconsejó callar… Mi marido había iniciado el juicio de divorcio con los testimonios falaces de sus amigos; los jueces desestimaban las pruebas inconsistentes de mi pretendida culpa pero distaban de exonerarme porque mi esposo, de un linaje prestigioso, quedaba expuesto. Con temor ascendiente pensé: «Si me condenan mi situación será intolerable, debo huir». Mis padres, sopesando el riesgo, me ayudaron… Sus lágrimas últimas son un permanente reproche a mi obstinación juvenil… Todo parecía indicar que no los volvería a ver…

Esa noche me embarqué hacia Alejandría y de allí a Marsella, donde pensé establecerme pero, al recordar las amenazas proferidas por los hermanos de mi esposo, decidí poner la mayor distancia posible y abordé el Altanasukh, que me trajo a esta ciudad.

Cuando una mujer abandona a su marido, así sea por una razón justificada, se la considera culpable y la situación en la que queda es insostenible. Yo no esperé el final del juicio. Al irme supe que jamás podría volver a Biblos, pero mi temor fue más decisivo que esa certeza. 

Aquí trabajé de mesera en un restaurante libanés. Una noche, un grupo de docentes festejaban un cumpleaños. Unas profesoras de ascendencia libanesa, al conversar conmigo decidieron ayudarme y así pasé a ser parte de la enseñanza de francés, en una escuela secundaria. Rodolfo era mi compañero en el área de lenguas extranjeras. Eludiré los detalles, nuestra relación comenzó con el intercambio de unas novelas, unas caminatas a la salida de la escuela y se confirmó más tarde durante un paseo en el parque de la Independencia. La soledad, la distancia, el desarraigo vencieron mi reticencia y creí que el amor penetraba progresivamente a través de la ventana de su departamento, con la luz embriagadora de la luna de otoño. Yo tenía la impresión de que todo era nuevo, incluso las lecturas que llevábamos a cabo en las noches compartidas en mil y una noches, donde Shahrazad y Schariad fueron más íntimos que nunca. Leíamos todo lo que proponíamos indistintamente… Íbamos al cine, paseábamos habitualmente por la extensa ribera, en suma, nos complacíamos… pero un espectro habitaba en el pasado y una noche no quiso seguir el curso habitual de nuestras noches habituales. Fue una vez que salimos con una pareja que gozaba de mi estima. Comentarla es improcedente; Rodolfo sintió que la pareja de mi amiga se mostraba excesivamente efusiva conmigo y que yo me mostraba excesivamente complaciente. Fue una de las muchas discordias que provocaban mi angustia, discordia que aumentó hasta la irascibilidad al argüir que Anna Karenina era un pleonasmo de Madame Bovary que había sido publicada veinte años antes. Confirmé al escuchar su noción de esas lecturas, que Rodolfo ocultaba un íntimo y muy profundo rencor hacia el deseo de las mujeres, cuestión que yo creía solo pertinente a los hombres de mi tierra…Nuestra disensión fue en aumento junto a un costado irascible que me produjo un profundo desagrado. Nada me había hecho sospechar ese aspecto y jamás hubiera pensado que una discusión sobre los gustos literarios que compartíamos lo hubiese revelado. Emma y Ana le resultaban execrables y justificaba el accionar de Rodolfo, como el del conde Vronsky.

Raramente, como si la incidencia de nuestra discusión hubiese desbordado el ámbito ficcional instalándose en la intimidad de nuestra relación, sentí un malestar que trataba de disuadir apelando a razones que en lo más profundo de mí no ejercían ninguna influencia. Traté de ignorar el cambio que se estaba produciendo, pero fue imposible. Cuando mediaba la Luna de octubre mi desventura en forma indecible desechó la reconciliación; en su voz yo escuchaba la mera codicia de un bien o peor, la mera conversión del ser en una vida codiciosa que no soporta lo que la rechaza. Lo que no supe ver es cómo la muerte prefiguraba sus ojos y la contracción de su rostro, que tal vez acataba mi rechazo como una caricia.

Discorde como el contacto de nuestras emociones se volvió también el curso del tiempo, como si cada momento, o cada hora, no pudiese concordar con otra; nunca el presente estuvo tan separado del pasado, aun siendo inmediato, reciente… y para mí, convertía el momento en algo independiente, separado irremediablemente de las noches compartidas y de todo lo intenso que lo había precedido… Sin embargo, ante el pedido, la súplica, de que fuese a su departamento para restituirme los libros que me había regalado, no supe negarme.

El lunes por la tarde, después de las horas de clase fui hasta el departamento. Toqué el timbre pero nadie respondió. Me pareció muy raro dada la insistencia que había tenido su pedido y probé el picaporte. La puerta se abrió. No debería haber entrado. La mesa del comedor estaba dispuesta para una cena, pero una de las copas manchaba el mantel con el vino derramado y la silla volcada parecía acompañar el cuerpo de Rodolfo sin vida…

Lo demás fue oprobioso, fui acusada de asesinato porque la copa presentaba los rastros de veneno que se encontraron en el cuerpo de Rodolfo. Nunca imaginé semejante acto de perversión, lo cual es una ingenuidad de mi parte, ya que es muy común que haya personas capaces de destruirse con tal de destruir a otro… Espero que usted haga todo lo posible para demostrar mi inocencia, aunque sinceramente no tengo fe en la justicia y mucho menos en los jueces que se encargan de administrarla.

Transcribir mi testimonio grabado es algo que necesité hacer para paliar el tiempo oprobioso de esta celda y acaso una reivindicación de mujer y docente frente a tanta ignorancia ostentada en los que detentan el poder. Por lo demás, en caso de no ser absuelta, tal vez usted pueda publicar lo que he escrito…