La carta tiene fecha del 3 de diciembre del 77 y fue enviada por mi padre, el Capitán Soriani, a la prisión militar de Magdalena, donde ese mismo día yo cumplía tres años como preso político.
En ella insiste sobre un concepto en el que caía a menudo: dividir a las personas entre los “que tenían carácter” y los que no lo tenían. Esa lógica binaria, tan común entre los militares, le servía para resolver algunas de las cuestiones complicadas de la vida con un reduccionismo que, sin dudas, le resultaba útil y efectivo.
En la carta que releo ahora, tantos años después, encuentro el mismo concepto, y no puedo evitar una sonrisa al recordar la manera cariñosa con que mi viejo me alentaba a enfrentar las duras condiciones de detención a la que estaba sometido: “con carácter, hijo, con mucho carácter” me decía, mientras me abrazaba las pocas veces que los guardianes, y el vidrio del locutorio que nos separaba, permitían hacerlo.
"Querido hijo:
No te escribí antes porque pensaba ir yo a Magdalena el viernes, pero al fin decidió ir Mayrú (mi madre). De paso te digo que anda muy nerviosa, no sería raro que el día de visita te diga alguna palabra de más, y si así fuera debes tomarlo con la tranquilidad y la firmeza de carácter que precisamente tienen los hombres...".
Era cierto. Mi madre estaba nerviosa y asustada porque, desde meses antes, la vida en la cárcel se complicaba día a día. Arreciaban las requisas violentas, los golpes y palizas nocturnas, la privación de recreos, lecturas y alimentos. El encierro absoluto de 24 horas en celdas individuales tornaba imposible la mínima comunicación entre los compañeros de pabellón. Además, la prohibición de hacer gimnasia, o cualquier actividad que pudiera ayudarnos a pasar las horas o mantenernos en mejor forma física y mental, agravaban el cuadro.
Mi madre y los demás familiares sabían todo esto, así que su angustia y sus temores aumentaban con el paso de los días. El sólo ver nuestros rostros demacrados y pálidos por la falta de sol, les provocaba una desazón muy grande, y nosotros, los presos, debatíamos si convenía o no ponerlos al tanto de todas nuestras penurias.
Había quienes sostenían que tenían que saberlo para llevar adelante las denuncias públicas que hicieran falta, y otros que preferían atenuar los relatos, para no sumar en ellos más angustia a la que ya tenían. El debate era estéril, porque ni bien salían a la calle intercambiaban información, y tenían perfectamente claro quiénes eran las familias que contaban con un panorama más ajustado a la realidad.
El Capitán Soriani no se sorprendía al enterarse de cómo eran nuestros días. Sabía por sus ex colegas que en otras cárceles y centros de detención las condiciones eran aún peores que las nuestras, sólo que disimulaba su pena y su impotencia para tratar de sostener a mi madre, y a mí mismo, con sus consejos y sus palabras siempre esperanzadoras, propias de un “hombre de carácter”.
Eso no lo inhibía para las discusiones políticas conmigo durante las visitas, que reflejaban nuestras diferencias, y que mantuvimos casi hasta el final de sus días, claro que atenuadas por el paso del tiempo y porque la realidad fue demostrando qué parte de razón nos asistía a cada uno. El Capitán Soriani decía, entre otras cosas, que su condición de oficial de infantería lo hacía conocer “al monstruo desde sus entrañas”, y me reprochaba tener una visión superficial sobre el poderío del ejército y de lo que eran capaces de hacer sus ex camaradas para eliminar lo que llamaban “la amenaza del marxismo internacional”. Aunque tampoco imaginó nunca los detalles del horror que se fueron conociendo luego de recuperada la democracia.
En el marco de esas discusiones, la carta que tengo en mis manos, le dedica un párrafo al libro escrito por Geoffrey Jackson, embajador inglés en Uruguay, secuestrado y luego liberado por la guerrilla tupamara en 1971.
"No me acuerdo si te comenté el libro de Geoffrey Jackson en el que cuenta su secuestro. Es notable su firmeza de carácter en esas circunstancias, especialmente dado su investidura y su edad, y admirable su disposición a adaptarse a ese encierro, por demás deficiente en materia de alojamiento y condiciones sanitarias".
Mi viejo vuelve a reivindicar la importancia de tener “firmeza de carácter”, y su párrafo, recuerdo, disparó entre nosotros una discusión sobre los aciertos y errores en las estrategias de las guerrillas y los movimientos populares en América Latina.
Años después, ya liberado, encontré en la biblioteca de su casa ese libro y lo leí con interés. No puedo dejar de sonreír al recordar que retomamos el debate, haciendo hincapié en los párrafos que le convenían a cada uno. Jackson cuenta los detalles de su sufrido cautiverio, pero también hace un inteligente análisis de las causas que llevaron a los Tupamaros a tomar las armas, y describe en detalle la pobreza y desigualdad reinante no sólo en Uruguay sino en toda América Latina. En ese marco, aunque no justifica, entiende, sobre todo a los jóvenes, que desencantados de los políticos tradicionales, radicalizaron sus ideas y eligieron el camino de la lucha armada. Y prodiga elogios a la educación, la formación política y el trato que recibió de sus captores, aún en las condiciones precarias del lugar donde fue alojado.
El libro se llama Secuestrado por el pueblo, y el embajador fue obligado a renunciar al Servicio Exterior británico para poder publicarlo.
El párrafo final de su carta el Capitán Soriani lo dedica a las novedades domésticas:
"Con motivo de la sanidad ambiental el próximo año no podrán usarse más los incineradores de basura y en su reemplazo hay que colocar 'compactadores', aparatos prácticos pero caros. Te aviso que tus cartas no están llegando, pero te pido que no dejes de escribirlas, porque la escritura misma te ayudará a pasar mejor las horas y sentirte más cerca de tus afectos, tan necesarios como la firmeza de carácter, para afrontar tus actuales dificultades. Termino esperando estés bien y con mi más cariñoso abrazo.” Papá.