Pequeña Pamela: 9 puntos

Elenco: Marcos Ferrante, Santiago Gobernori, Julián Larquier Tellarini, Rosalba Menna, Iride Mockert, Camila Peralta, Lalo Rotavería

Dramaturgia y dirección: Mariana Chaud

Colaboración artística: Nahuel Vecino

Coreografía: Luciana Acuña

Diseño de sonido y música: Lucas Martí

Diseño de iluminación: Matías Sendón

Diseño de vestuario y máscaras: Gabriela A. Fernández

Diseño de escenografía: Matías Sendón y Ariel Vaccaro


La obra de Mariana Chaud suele estar vinculada a la comedia, un género que –al igual que el fantástico en la literatura– es identificado muchas veces como “menor”. En una entrevista realizada por el Complejo Teatral de Buenos Aires, la directora y dramaturga declaró que esta vez quiso probar algo nuevo, “cambiar el formato y abordar la tragedia”. El resultado de ese experimento es Pequeña Pamela, pieza que se presenta de jueves a domingos a las 20 en el Teatro Sarmiento, luego de la retrospectiva dedicada a su obra en el marco del programa Artista en Residencia.

Pequeña Pamela parte de personajes y tramas conocidas por la mayoría y, en ese sentido, el ingreso al universo propuesto por Chaud resulta amable. Por allí desfilan la Cíclope (Iride Mockert), “única testigo ocular de esta tragedia” que lleva en su carne “el peso de la narración”; Pamela (Camila Peralta), la heroína trágica que protagoniza una historia de desamor; Áyax (Santiago Gobernori), el héroe griego más notable después de Aquiles que aquí anda falto de épica; el Coro (Rosalba Menna), con múltiples voces que ordenan los giros de la trama desde afuera, a prudente distancia de la escena; el Sirena (Julián Larquier Tellarini) y Arjona (Marcos Ferrante), los compinches de Áyax que alimentan su machirulismo; y el Tío Trolo (Lalo Rotavería), un muerto que evoca sus memorias del under noventoso y se rehúsa a quedar confinado en el Hades.

El mundo griego aparece intervenido por otro marginal, maravillosamente recreado en la escenografía de Matías Sendón y Ariel Vaccaro y también en el vestuario de Gabriela A. Fernández, inspirados a su vez en la obra del artista visual Nahuel Vecino. Hay una niebla permanente que tiñe ese cuadro en tonos marrones putrefactos y la acción transcurre entre las alcantarillas de las que emanan aguas servidas. La Ciclopesa narra el prólogo mientras toca su keytar a lo Pablo Lescano (versión contemporánea de la antigua cítara); Áyax y sus muchachos toman birra; Pamela pulula por el basural con el corazón en la mano; el coro intenta poner orden y el tío añora los antros.

La apuesta de Chaud es jugada no sólo porque sale de su “zona de confort” sino porque lo hace con ideas novedosas y un tono que al inicio parece liviano pero va oscureciéndose conforme avanza la trama. El elenco acompaña ese registro y logra criaturas poderosas entre las que se destacan el Tío Trolo y la Ciclopesa. A Rotavería le dieron libertad y ha sabido utilizarla con maestría: por su monólogo desfilan los versos de Néstor Perlongher y referencias hilarantes a la contracultura glam de los ’90 (El Dorado, Ave Porco, Morocco, Nave Jungla). Su intervención funciona como una suerte de respiración. El Tío sale del inframundo espejado entre plumas y lentejuelas, montado en esas plataformas que lo elevan sobre los mundanos como si se tratara de una deidad o “un superhéroe del under porteño” (como dice la directora).

La Ciclopesa de Mockert merece otra mención: una guerrera muñida de su instrumento cumbiero cuya primera aparición marca el tono de lo que vendrá, una criatura mitológica guardiana y maternal que custodia la escena desde su rincón, hasta que ya no puede soportar el rol de narradora y decide intervenir en la trama; junto al Coro elaboran un interesante contrapunto y más de una vez ironizan sobre ese juego metateatral. El Tío, la Cíclope y Pamela configuran una cofradía protectora desde la sororidad y el empoderamiento.

Áyax, Sirena y Arjona, por su parte, encarnan la masculinidad tóxica; el personaje de Gobernori es un héroe griego pero de épico tiene muy poco. Helena adquiere un rol importante como personaje extraescénico porque representa la utopía, aquello por lo que Áyax está dispuesto a hacer cualquier cosa y también la imposibilidad de llegar verdaderamente a unx otrx. ¿Qué significado misterioso encierra un emoji? ¿Qué tipo de vínculos proponen las redes sociales?

Tal como sostiene Daniel Link en su libro Fantasmas, “en los textos de la antigüedad sobreviven los fantasmas (con esa particular manera de hablar, repleta de usos figurados, tan característico de ‘lo griego’) que nos acosan y que interpelan nuestra actualidad (lo que se llama un ‘clásico’ es esa potencia de futuro)”. La dimensión de clase permite completar una lectura en clave feminista sobre esta tragedia, pero lejos de cualquier retrato realista de la vida en los márgenes y más cerca de un escenario posapocalíptico-onírico de emociones turbulentas, Chaud logra una pieza tan cruda como fascinante.

* Pequeña Pamela puede verse de jueves a domingos a las 20 en el Teatro Sarmiento (Sarmiento 2715). Las localidades pueden adquirirse en TuEntrada.