En el repaso individual de la gran final de Córdoba, hay que poner el foco en la defensa de Boca. Desde luego que por su solidez (no le hicieron goles en seis de los últimos siete partidos entre la Copa de la Liga Profesional y la Libertadores). Pero sobre todo porque dos de sus componentes fueron determinantes en el desenlace del partido. Marcos Rojo abrió el marcador sobre el cierre del primer tiempo con un cabezazo que tuvo la inestimable coproducción de las manos blandas de Gonzalo Marinelli, el arquero de Tigre. Y el colombiano Frank Fabra aseguró el título en la segunda etapa con un zurdazo memorable desde fuera del área. Acaso haya sido un acto de estricta justicia futbolera que ellos dos hayan estado junto al capitán Carlos Izquierdoz a la hora de recibir la Copa en medio de la fiesta boquense desatada en el estadio Mario Kempes. Fueron grandes protagonistas de una tarde en la que Boca volvió a mirar al fútbol argentino desde el pedestal de los campeones. Por cuarta vez en los últimos 26 meses.

Fuera de su gol de cabeza, llegado en un momento estratégico del partido, Rojo jugó un partido áspero contra la insistencia de Mateo Retegui, el delantero de punta de Tigre. Ganó muchas y perdió algunas, pero a la larga, hizo valer su oficio para saber estar en los grandes partidos. En cambio, Fabra ratificó su gran jerarquía en el lateral izquierdo. Jugó retenido en el primer tiempo y estuvo muy atento y casi impasable en los mano a mano. En la segunda etapa, sin perder en la marca, se soltó más en ataque y a los 22 minutos, le rompió el arco a Marinelli marcando un golazo que la hinchada boquense guardará por mucho tiempo en sus retinas. "Este escudo y esta camiseta requieren ganar títulos" dijo Fabra que a sus 31 años de edad ganó su séptimo campeonato con la camiseta azul y oro desde que en 2015 llegó al club.

Pero no se agotan allí las mejores calificaciones boquenses. El peruano Luis Advíncula tambien jugó un partido muy sobrio: canceló el lateral derecho y se cerró muy bien varias veces sobre el medio. Incluso, en el arranque del segundo tiempo tuvo un cruce muy valioso extirpándole la pelota a Retegui y Colidio con limpieza quirúrgica cuando parecía que ambos iban a quedar mano a mano con Agustín Rossi. Y a propósito del arquero, otra vez fue muy importante.

No tuvo tanto trabajo. Pero sacó dos pelotas de gol en ese momento en el que Boca perdió el control de la pelota y Tigre se le vino encima con muchas ganas de empatar. Desvió con un manotazo firme y oportuno un zurdazo esquinado que Retegui cruzó al segundo palo. Y luego, le tapó al propio Retegui un remate corto con cuyo rebote, el delantero se tropezó y mandó afuera. Fiel al lema de los arqueros de equipos grandes que deben responder con acierto las pocas veces que entran en juego, Rossi volvió a achicar el arco de Boca. 

Después, cuesta encontrar figuras xeneizes. A lo sumo, varias de ellas se destaparon recien en los 25 minutos finales, luego del golazo de Fabra y cuando el destino de la final había quedado prácticamente liquidado. Por ejemplo, Alan Varela no lució tanto porque Tigre lo rodeó con el retroceso de sus delanteros Collidio y Retegui y le ensució su primer pase que tanto gusta. Pol Fernández y el paraguayo Oscar Romero jugaron alejados de sus delanteros y entonces, su aporte fue menor de lo esperado. 

Y en el ataque, Eduardo Salvio y Sebastian Villa complicaron con algunas corridas aisladas, pero tampco fueron determinantes y Darío Benedetto jugó poco y se raspó demasiado sobre todo con Abel Luciatti, el segundo marcador central de Tigre. De todos modos, en el gol que le anularon en el primer tiempo por un offside microscópico (apenas un hombro adelantado) ratificó su esencia de definidor frío y certero. Luis Vázquez fue su repuesto ideal: jugó apenas 20 minutos en su lugar y de cabeza señaló el tercer gol de Boca. El último de una campaña que recién se encaminó al final. El que hacía falta para colgar en el escudo boquense, una nueva estrella de campeón.