Habrán sido las nueve o las diez quizá, no sé bien, es que como todo en esta historia, nada es preciso, no existen documentos o pruebas irrefutables. Es la transmisión oral, el boca en boca. Es todo lo que queda. El mito, la leyenda urbana que crece y crece.
El diccionario define:
1. Los mitos son narraciones que expresan las ideas ancestrales de un pueblo acerca del mundo en el cual vive. Surgieron para que dichos pueblos le puedan dar una respuesta a cuestiones que les resultaban inexplicables.
2. Conjunto de creencias e imágenes idealizadas que se forman alrededor de un personaje o fenómeno y que le convierten en modelo o prototipo
Me acerqué y ahí estaban, en un banco de las cuatro plazas: La China, muralista, Cristina, vecina eterna de barrio Belgrano, el Indio, amigo del alma del Trinche y Bruno, uno de sus hijos. Saludé, no quise interrumpir, entre ellos dos bromeaban, se curtían, se abrazaban. Se palpaba el afecto.
Cruzando Mendoza la pared del edificio de TELECOM aguardaba ansiosa. Es que ya la habíamos mandado a blanquear y como un fantasma, consciente de su nuevo destino, parecía mirarnos. Era como una hoja en blanco solo interrumpida por el insondable paso de la K y los caños horizontales que la surcaban a medida que elevaban el andamio.
La expectativa nos envolvía como las primeras nieblas del otoño. Es que aquel proyecto ideado en un consejo barrial de la muni, junto a vecines, comenzaba a tomar forma. En el noroeste de la ciudad, donde el Trinche nació y se crió. Cuando todo era campo, quintas de inmigrantes y las canchas de tierra abundaban, y la pelota botaba hasta eclipsar el sol.
La China mostró una foto que tomaría de modelo. No hubo dudas, era esa. La mirada hacia algún punto en el horizonte, pensativa, como surfeando la melancolía. Con ropa negra, pero manchada de colores. La muralista, de aspecto desafiante y sensible, se aprestaba a dar los primeros trazos.
Habíamos pasado por las aulas de la escuela Mitre, donde Tomás hizo la primaria, el Indio nos acompañó y respondió las inquietudes. Luego del video, las consignas y profe profe… acá… dijo un bajito levantando la mano. Cuando yo pateaba en la vereda, dijo, siempre pasaba un tipo en bici y me decía: dale nene, dale, seguí seguí… Un día mi papá me dijo quién era.
Faltaba la escuela República del Brasil. Acudiríamos temprano por la mañana. Pero el Indio no vino. Es que el 19 fue el cumpleaños del Mago (así lo llama Él) y le hicimos un festejo en Tablada, me acosté re tarde, olvídate, mirá, y muestra el celu, una torta con el número 76.
Bruno, el hijo, trajo facturas. Cumplió. Se quedó un rato compartiendo unos mates, charlando: -Yo hacía repartos, de panificación, viste, arrancaba a las 4, no sabés, el Viejo me esperaba en lo de un chino a las 8, y el Chino le guardaba la bici ahí en el súper y el me acompañaba, era mi custodio. A veces dormitaba un poco, pero al mediodía lo veías acá eh… en esa esquina (señala hacia Provincias Unidas), esperaba al nieto salir del cole y todo el que pasaba lo saludaba. A mis sobrinos le cocinaba, y después buscaba la mía y la llevaba a handball.
La figura tomaba forma, la pared dejaba de serlo y la gente se detenía, miraba. Todos tenían una anécdota. Ellos o el primo, o el amigo del vecino. Otros tocaban bocina. El semáforo cortaba, y alguien gritaba: ¡El Trinche! Pulgar arriba, o ademán de aplauso y seguían.
Vi a un hombre mayor. Manos en jarra, observando el mural.
¿Lo conoce?- pregunté.
-¿Cómo? Éste me cagaba a patadas, acá a la vuelta-. Señala un lugar como si hoy existiera.
Era un tipazo. Otro cuenta que le compuso una canción.
Contá la de Claudio. La vez que llamó ese abogado, que iba a conectarse por video llamada. Sí, estábamos de mi hermana, viste que su especialidad eran las milanesas con puré. El Viejo estaba almorzando. Entonces llama Claudio, viste, desde Marbella (Claudio era Caniggia), y como El Trinche no usaba WhatsApp le dimos otro celu. Lo apoyamos en un vaso y Cani llamó por video. Él seguía comiendo y contestaba. Cani le dijo que tenía un amigo en Marbella que era fanático de él y que le pidió por favor una camiseta firmada por Carlovich.
Mi viejo le dijo que sí, que viniera cuando quisiera, y se limpió la boca con la servilleta. ¡La Pucha! dice el Negro y hace una pausa. Le brillan los ojos, respira hondo y sigue. Todos los viernes comíamos asado en lo del Mago. Yo era el único que tenía llave, entraba nomás. Si estaba viendo la tele, me sentaba al lado, callado. Yo respetaba sus silencios. ¡Dios mio! las cosas que le vi hacer al Mago, no hubo otro igual, hasta Maradona lo reconoció, sí, que fue mejor que él dijo.
El tercer día el bosquejo tomó color. Luces y sombras le dieron profundidad... obra terminada. Y hubo un vino y una flor. ¿Cómo se explica que alguien anónimo resulte tan conocido o reconocido? La explicación podemos encontrarla en la leyenda. En el mito.
Dicen que era haragán a la hora de entrenar, correr, sacrificarse. Difícil para asumir compromisos, horarios y toda exigencia que demandaba el fútbol profesional. Dicen que por eso no llegó. ¿Qué es llegar? Solía responder él, interrogando. A él solo le gustaba jugar a la pelota. Tampoco fue el Quijote de alguna rebelión anti sistema o lucha colectiva. No, la cosa era más simple. Y sí, no fue perfecto. La perfección es inhumana. Y quizás por eso es tan amado.
Este mural, con la rosarinidad al palo, quedará por siempre en su barrio. Como vigía de lo inefable, para los que vendrán y seguirán agigantando su leyenda y nosotros, que ya no somos los mismos, dormiremos tranquilos en algún sueño.
Cierren todo, que esta noche juega el Trinche.