La pupila de Miguel Gane se dilata por un dolor a flor de piel. “No vine a tu país/ para quitarte la comida,/ sino para saciar mi hambre./ No vine para robarte tu casa,/ sino para tener la posibilidad de construir la mía/. No estoy aquí para dejarte sin trabajo, sino para pelear por encontrar uno”. Así empieza “Inmigrandes”, un poema sencillo y contundente incluido en Ojos de sol (Aguilar), que condensa el sentimiento de este poeta rumano que vive en Madrid desde los 9 años y que visitó por primera vez el país en la 46° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.

De un pequeño pueblo de montaña llamado Leresti, donde nació en 1993, a la periferia de Madrid, ese niño de 9 años tuvo que cambiar de nombre (George Mihaita Gane) y de lengua. “Inmigrandes es un poema para dar respuesta a esas ideologías que tanto impacto tienen en las personas. El patriotismo no me gusta nada. El ser humano debe viajar libremente por el mundo y establecerse donde la vida le permita. Uno no viene para quitar nada al otro, sino para buscarse un hueco y compartir la abundancia que existe en muchos de los países de este mundo. En Rumania había pobreza, miseria y mucho frío y uno emigra en busca de una vida mejor”, explica Gane a Página/12.

El rumano, autor de los poemarios Con tal de verte volar (2016), Ahora que ya bailas (2018) y La piel en los labios (2020), que tiene más de 397 mil seguidores en Instagram, cuenta que su familia llegó “en masa” junto con miles de rumanos en los primeros años del 2000 porque en España había mucho trabajo. “Los medios de comunicación alimentaban la figura del rumano como la gitana que venía a robar o que se dedicaba a la prostitución y a la mendicidad”, resume Gane los estereotipos difundidos. “El racismo lo sufrimos tanto mi familia como yo. Mi padre trabajaba en la construcción como pintor y mi madre en limpieza y cuidado de niños y ancianos, y muchas veces no les pagaban. Hacían horas extras y salían deseando cobrar los 20 o 30 euros y cuando no les pagaban era un absoluto drama porque no teníamos qué comer y había que pagar el alquiler y los gastos de luz y de agua”, recuerda el poeta de 28 años que también publicó la novela Cuando seas mayor (2021).

-¿Cómo el hijo de unos trabajadores rumanos explotados y humillados llega a la escritura?

-Esa es la parte bonita de la historia. Cuando llegué a España, mis padres necesitaban que alguien me enseñase el idioma; y ahí descubrimos a Rafael, un amigo de la familia que venía a casa y me ayudaba con el aprendizaje del idioma. Una de las maneras que él había encontrado era a través de la poesía que escribía para su mujer Rosario, una poesía muy amateur; entonces cogíamos los escritos y los analizábamos. Me acuerdo cuando me explicó lo que significaba el rocío de la mañana... yo no sabía lo que era. Para mí Rocío era un nombre que había escuchado en el colegio. También hacía otra cosa muy buena y es que me regalaba libros.

-¿Qué fue lo primero que escribiste?

-Escribí un poema cuando tenía 13 años. Vivíamos en un cuarto piso en Leganés, una de las zonas periféricas de Madrid. Delante de la casa había un árbol muy grande, y yo venía de un pueblo muy pequeño con unos valles muy bonitos. El poema trataba sobre la relación entre ese árbol y los árboles de mi pueblo; era una especie de añoranza hacia la tierra y los árboles que echaba de menos de los Cárpatos. Una cosa que hacíamos con Rafael era presentar los poemas a los concursos de literatura del Instituto y una vez gané un cheque de 100 euros para comprar algo en El Corte Inglés. Y me compré dos camisetas de una marca que se llamaba El Niño y que estaba muy de moda. Si me hubieran dado dinero físico, se lo habría dado a mis padres.

-¿Cómo viven tus padres el hecho de que tienen un hijo poeta que le va bien con sus libros?

-Hemos tenido conflictos porque tengo una formación en Derecho, soy abogado; es natural que ellos tengan un sentido de protección, de guiarme hacia la seguridad de una vida un poco más confortable y menos ajetreada. Ahora mi madre me apoya, aunque no cien por cien. Cuando hablo con mi abuela materna, que vive en Rumania, ella me pregunta: “¿sigues con el tema de los libros y la poesía?”. Y cuando le cuento que sí la siguiente pregunta que me hace es: “¿Qué querés que te haga de comer?” Su preocupación es que yo coma bien (risas).

-¿Qué sentimiento te genera el hecho de que por la educación recibida superaste la formación de tus padres?

-Es un sentimiento complejo y todavía no tengo una respuesta para dar. Lo que he tratado de hacer es que avancen conmigo. Yo estoy rodeado de libros; mi madre apenas leía. Trato de buscar alguna lectura que le pueda gustar porque creo que ella me va a entender mejor. A veces he dado en el clavo y le he dado muy buenos libros. Ella trata de esforzarse para que su mundo y el mío vayan a la par. Pero es complicado porque tenemos una visión de la vida muy diferente.

-En Ojos de sol hay un poema que se llama “La rabia”. ¿Qué te interesa de ese sentimiento?

-Es uno de mis poemas favoritos. “La rabia” nace de la frustración que se ha generado en una sociedad donde te dicen que tienes que estudiar para entrar a una universidad; estudiar una carrera o dos, si puedes; aprender a hablar varios idiomas; salir de viaje y estudiar un master; y después te tienes que enfrentar a un mundo laboral donde todo es hostil, donde los contratos de trabajo son precarios, donde los alquileres son caros, y además de eso necesitas tener una vida, pero no puedes tenerla. Este poema va un poco de la mano de “Los culpables” donde digo que el cristal de esta generación no es más que un espejo de las generaciones anteriores. Nosotros podemos sentir mucha rabia y muchas veces nos hacemos la pregunta: ¿Para qué me he preparado tanto tiempo si no tengo la vida que me han dicho que iba a tener?

-Tu generación es más escéptica respecto a los discursos de progreso a través de la educación, ¿no?

-Sí, antes ser abogado era una cosa de élite, ahora muchos pueden llegar a estudiar, pero no sirve absolutamente para nada; acumular títulos es tener un cajón lleno. Cuando te tienes que enfrentar al mercado laboral, te sientes inútil porque la carrera no te enseña las cosas más importantes. La poesía la entiendo como un ejercicio frente a la soledad, tanto de escritura como lectura. Casi que me interesa más la poesía que leo que la que escribo porque tengo muchas cosas que resolver conmigo mismo y entonces busco respuestas en algún lado. La poesía es un género minoritario que cuesta mucho llevar a las librerías y que el lector le dé una oportunidad. Lo que trato de hacer es que la poesía no sea de élite sino de la gente de la calle.

-¿Te encontrás con muchos prejuicios al querer que la poesía sea más popular?

-Sí, pero estoy por encima de los prejuicios. Me interesa la persona que viene a una firma mía y me dice que lleva leyéndome hace siete años, desde que tenía un blog, no tenía libros y no era conocido, y que se ha emocionado tanto con mis poemas que los ha regalado. Estas son las cosas que me importan más que una crítica literaria que diga que mi poesía es más o menos mala.