En el recorrido biográfico que la despedida apresura su nombre cruzaba escenas de la industria cinematográfica en cameo estelar junto a María Luisa Bemberg y Pino Solanas (entre otrxs, la lista es larga y reveladora). Dolly fue productora, asistente de dirección y directora; lo dicho, un cameo estelar convertido en primer plano cuando de lo que se trata es de contar la historia del cine nacional.
Nació y murió en Santa Fe: “soy hija de dos personas que eran campesinos con un nivel de educación de tercer grado de la escuela primaria, trabajadores de toda la vida. Para ellos que sus hijas estudiaran era un objetivo en la vida”. La niña obediente que estudió magisterio para salir de la pobreza (se reía de su ingenuidad cuando lo contaba) y bellas artes, dejó psicología en tercer año cuando murió su papá y tuvo que ayudar a su mamá para recomponer la economía familiar. Su plan era volver a estudiar en cuanto pudiera, pero el cine se interpuso.
Dolly, que era socia del Cine Club Santa Fe desde los catorce años, vio Tire dié de Fernando Birri y supo que eso era lo que ella quería hacer: “sintetizaba todo lo que a mí me interesaba (…) me mostró que se podía hacer cine dentro de mi sociedad, mi cultura santafecina, y me inscribí en la escuela de cine.” A partir de ese momento Dolly y el cine documental compartieron banco de escuela toda la vida. “No me siento capacitada para dejar un legado, me siento alumna”, decía desde las aulas de la UNSAM, convertida en la primera directora de la Licenciatura en Cine Documental.
Mentora, fue otras de las palabras elegidas cuando las opciones eran ya una remembranza. Desde los primeros documentales filmados en Brasil, el descubrimiento de su cine (Vidas secas, de Nelson Pereira dos Santos, 1963), y de formar parte del Festival de Cine Latinoamericano en Viña del Mar (1967), hasta las funciones de un cine hecho con teléfonos celulares en las aulas de la universidad, hablar de Dolly Pussi es hablar de cine: “me parece fantástico que se haga desde un celular, la tecnología ha alcanzado una calidad bastante interesante”, decía mientras hablaba de proyectores, películas vírgenes, imágenes bellas, composición de cuadros, revelados, copias y distribuciones.
Un mundo propio y su vida entera: “el cine es toda mi vida, además de la familia (se casó con un hombre del cine, Edgardo Pallero), la militancia y las posiciones ideológicas que tienen que ver también con el cine.” Formó parte de La Mujer y El Cine (coordinadora de los Concursos de Cortometrajes), fue directora de Producción en la Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de los Baños en Cuba, miembro de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, que presidía Gabriel García Márquez y realizadora de: El hambre oculta (1965), Pescadores (1968), Solanas en filmación (1993) y Edgardo “Cacho” Pallero, (2020), entre otros documentales.
Dolly decía que para hacer cine había que tener mucha capacidad de trabajo, y mientras lo decía unía ese fulgor laborioso con la necesidad certera de compartirlo: “el cine es un arte que permite que la gente se integre”. Una mirada mutua.