En el cambio de roles se juega la dinámica de Las cargas. Como si la escena pudiera modificar el punto de vista, un recurso propio de la literatura pero que en esta obra adquiere su forma teatral a partir de transformar el lugar asignado a los intérpretes, de este modo, como espectadorxs nunca tenemos una opinión definitiva.
Los cuidados, el desgaste que supone ocuparse de una persona enferma, discapacitada, de una mente que ya no puede amoldarse a las exigencias cotidianas, se presenta en la dramaturgia de Christian García desde una dimensión lúdica. Cada escena surge como un ejemplo que funciona dentro de una estructura expositiva, sin que esa impronta le quite su fuerza estética. El género que mejor define Las cargas es el ensayo porque las situaciones funcionan como variantes sobre un mismo tema y la obra, tanto en su escritura como en la puesta en escena de García, no pierde nunca su voluntad didáctica.
En cada episodio el lugar de la persona que no logra comprender lo que se le dice, que ha perdido el registro de su realidad más cercana o no llega a reconocer a quienes la rodean es asumido por un actor o actriz diferente. Lo mismo ocurre con quien lleva adelante el rol de cuidar, hacerse entender, concretar una acción mínima. El gran acierto de esta obra se encuentra en la decisión de no dejar a lxs intérpretes aferradxs a un personaje ni a una cualidad. A todxs les tocará pasar por el lugar del ser disminuido en su posibilidad de discernir como de aquel que tiene la tarea siempre repetitiva y alienante de encausar esa falta para que la vida doméstica pueda tener algún tipo de orden.
Ocupar ese rol implica un ejercicio brechtiano. Bertolt Brecht proponía como una técnica de distanciamiento, asumir en los ensayos un personaje diferente al asignado en la obra y, de ese modo, ver los comportamientos de la ficción dramática desde otra perspectiva. García hace de este entrenamiento un procedimiento narrativo. Ver que tanto Laura Névole como Lucas Crespi o Pablo Chao pasan de cuidar a ser cuidados permite observar el devenir. La escena no se lee desde una instancia fija sino desde esa dimensión inesperada, desde los avatares en los que puede verse envuelta la vida de cualquier persona.
El texto, y especialmente la puesta en escena, con esas cajas como único objeto del diseño escenográfico de Darío Coronda Kartu que habla de un espacio a desmantelar, en tránsito, indefinido como una casa de la que no se sabe si sus habitantes están por partir o recién llegaron, inunda de una levedad estimulante lo que podría quedar en una instancia de fatalidad. Este recurso le permite al autor y director descartar todas las convenciones y evitar la ilustración en torno a los cuidados como dispositivo dramático.
La lógica ensayística de Las cargas hace que no se cuente una historia, que el relato no esté sostenido en la anécdota. Lo que aparece en un primer plano es el tema, esto permite que la actuación tenga una centralidad constitutiva en cuanto a lo narrativo. Névole, Chao y Crespi parten de la identificación, de un registro cercano al realismo y van hacia una alteración o distorsión propia del daño que habita en cada uno de los personajes. Pero la actuación se construye también en un diálogo sobre la manera de abordar cada rol porque es justamente en la actuación, en las decisiones de hasta dónde llegar, qué exacerbar o atenuar donde se mide la ideología de Las Cargas.
Si interpretar a un discapacitado o un demente parece ser el mayor punto de validación de la actuación, todo el equipo de Las Cargas asume esa tarea con naturalidad y también con una suerte de catálogo de posibilidades. De hecho lo más relevante surge cuando podemos contrastar y sumar cada una de las alternativas porque allí hallamos personas insondables. Las cargas exhibe esa matriz como una forma desnuda, alejada de toda conclusión. Una pedagogía de la mirada pero no de los contenidos ni de la historia.
Las cargas se presenta los viernes a las 22:30 (a partir de junio a las 21) en La Casa Estudio Teatro.