Me rebelo, luego existimos.
Albert Camus, El hombre rebelde
El régimen del patriarcado nos atraviesa a todxs de diversas formas. Nuestras pertenencias de clase, grupo social y generación son determinantes de la producción de nuestra subjetividad. En cuanto al género, ser varón continúa siendo un privilegio. Sea cual fuera nuestro lugar en el mundo en el capitalismo tardío, los varones cis aún tenemos prerrogativas por sobre otros géneros (mujeres, trans, no binaries).
El patriarcado está en crisis, fruto de luchas que empezaron hace más de 150 años, en su mayoría con mujeres socialistas, anarquistas y comunistas. La lucha por una sociedad más justa implicaba e implica también la igualdad de los géneros. Sin embargo, éstas tienen y han tenido dos límites. Por un lado, en relación a la ruptura de la estructura socioeconómica, ya que esos avances siempre han sido parciales y localizados dentro de ciertos sectores socioeconómicos. Por otro lado, en esos años, esas luchas en amplios sectores de izquierda han sido minoritarias porque quedaban subsumidas a hacer primero la revolución (que derribara al capitalismo). La mayor parte de la izquierda continuaba siendo patriarcal, como el resto de la sociedad. Un largo y sinuoso camino que lleva al día de hoy, donde las diversas luchas han conseguido numerosos logros en algunos lugares del planeta. Falta mucho aún, y nos parece una ilusión llegar a la igualdad de géneros en un mundo cada vez más desigual en el seno del capitalismo tardío si no se logra articular una lucha bifronte, donde se aúnen rupturas de las estructuras capitalistas conjuntamente con las del patriarcado, ya que ambas están íntimamente intrincadas y una sostiene a la otra.
Apuntamos a los varones porque es uno de los eslabones para transformar el sistema patriarcal. Vale recordar, y lo veremos a continuación, que estas luchas tienen que articular el conjunto del colectivo social y simultáneamente tener como objetivo resquebrajar el entramado de patriarcado y capitalismo.
El malestar de los varones no solo implica hablar de los diferentes malestares subjetivos experimentados por los varones, sino especialmente aquellos provocados por haber sido subjetivados bajo un modelo patriarcal tradicional que está en crisis. Nos referimos al “malestar en la cultura” del cual habla Freud incorporando el concepto de subjetividad. En nuestras sociedades del capitalismo tardío no hay espacio-soporte de la pulsión de muerte, esto implica mayores efectos de la violencia destructiva y autodestructiva, produciendoun creciente malestar subjetivo. La crisis del patriarcado está produciendo malestares “corposubjetivos” en los varones, ya que todo el entramado identificatorio está en cuestión (Carpintero, Enrique, El erotismo y su sombra. El amor como potencia de ser, Topía, 2014). En muchos casos, los “hijos sanos del patriarcado” tramitan este malestar tomando como objeto de violencia destructiva a otrxs: mujeres, niñxs, varones más “débiles”, gays, lesbianas, trans.
Sobremortalidad de los varones
La construcción de la subjetividad de los varones en occidente está íntimamente vinculada con llevar adelante prácticas temerarias y de exposición a situaciones de riesgo y además con el consumo de alcohol y otras sustancias psicoactivas, que a su vez suele facilitar comportamientos de riesgo donde son sinónimos de ser más “macho” (entre muchos ejemplos: manejar alcoholizados, trabajar sin parar o no usar preservativos). Asimismo, la normativa de género --aun hoy-- sigue prescribiendo que los varones debemos cumplir con un rol de proveedor económico y social, siendo sancionados cuando no podemos o no queremos cumplir con dicho rol. Esto genera perfiles epidemiológicos específicos a causa de la sobrecarga laboral.
Según datos de la OPS, en Latinoamérica los varones vivimos entre 5 y 6 años menos que las mujeres; existe una sobremortalidad de los varones que comienza a acentuarse durante la adolescencia y llega a triplicarse en la edad adulta temprana.
Las expectativas relativas a nuestro rol social, --no quejarnos de los dolores, por ejemplo-- nos inhibe y/o minimiza en los varones la capacidad de registro de nuestros propios malestares, lo cual tiene efectos nefastos en la detección precoz de enfermedad. En particular, solo tres de cada 10 varones mayores de 50 años se hace el chequeo anual para prevenir el cáncer de próstata y el 75% de los que nunca se lo realizaron tampoco están considerando hacerlo, según un relevamiento difundido por la Fundación Atención Comunitaria Integral (Aciapo) [Fuente: Telam]. Aquí también interviene lo que podríamos llamar “la virginidad” y consiguiente clausura del ano en el varón heterosexual y en algunos varones que tienen sexo con hombres apuntalada por el dispositivo de masculinidad (Barzani, Carlos (comp.), Actualidad de Erotismo y Pornografía, Topía, 2015).
Débora Tajer señala que si abordamos la salud de mujeres y varones desde una perspectiva de equidad de género veremos que los problemas femeninos están basados en su mayoría en cuestiones relativas al empoderamiento y carencia de recursos y las problemáticas de los varones están vinculadas a los costos de poder sostener o no la hegemonía (Tajer, Débora, (comp.), Género y Salud. Las políticas en acción, Lugar, 2012).
Los datos esbozados podrían llevarnos a percibirnos a los varones como “pobres víctimas” del patriarcado; si bien “pertenecer” tiene sus privilegios, también tiene sus costos.
Los varones tenemos morbimortalidad más alta. Pero ¿los cuidados quienes los gestionan?: las mujeres que nos rodean. Nos morimos antes y “abandonamos” a las mujeres e hijxso bien nos tienen que cuidar debido a enfermedades (parejas, madres, hermanas, hijas, enfermeras, según corresponda). Porque los cuidados siguen siendo una sobrecarga para el género femenino. No solo en el caso de parejas heterosexuales, sino incluso al interior de algunas parejas gays donde uno de sus integrantes ocupa ese rol de cuidador de modo preponderante.
La crisis subjetiva e identificatoria de los varones
La complejidad de la identidad de género de los varones se sitúa en que no solamente se debe a la “socialización”, sino a una trama inconsciente de identificaciones. La construcción de la identidad de género es fruto de esta compleja gama de identificaciones solidaria con la generación, el grupo social, la familia y la clase de pertenencia. Estas huellas se inscriben en una historia singular de precipitados de identificaciones primarias y secundarias con diversos varones, pero también con diversos afluentes que van desde lo que el propio grupo social de pertenencia considera ser “un varón” hasta lo que las mujeres de la familia y los grupos secundarios consideran (consciente e inconscientemente) qué es ser “un varón” y qué es lo masculino. Todas estas huellas corporales inter y transubjetivas construyen el propio modo de ser varón, que se va tallando a lo largo de la vida, de acuerdo a los momentos sociales e históricos y la propia singularidad.
A partir de estos desarrollos, nos parece que la propuesta de “deconstrucción” de la masculinidad simplifica y obstaculiza la transformación de los varones. Se parte de un concepto de Jacques Derrida para el análisis del lenguaje que deja sin cuerpo a la complejidad de esta construcción. La propuesta de deconstrucción implica desarmar la masculinidad (tradicional). Si no se toma cómo nos construimos a partir de estas complejas identificaciones, en su mayor parte inconscientes, será una utopía transformarla a nivel del lenguaje y del voluntarismo. ¿Qué es “deconstruirnos”? ¿Y qué tenemos a cambio? ¿Demostrar que uno no es opresor todo el tiempo? El camino “progre” de asumir que “no estoy lo suficientemente deconstruido” conlleva “buenas intenciones”, pero no alcanza, ya que se mantiene en el plano de la voluntad y la buena consciencia. La exacerbación de la masculinidad tradicional como su desmontaje --cuyo sentido estaría definido en gran medida solamente por un rechazo del pasado-- resultan propuestas empobrecedoras. Por otro lado, ¿qué significa deconstruir la masculinidad de una persona? ¿se puede deconstruir una persona como se deconstruye un discurso? En todo caso, la cuestión es cómo podemos lograr que los varones nos paremos de otra manera en relación a las diversas mujeres y a otros varones. Finalmente, hay un síntoma revelador: no hay colectivos de mujeres en luchas que hablen de la “deconstrucción de la feminidad”. No hace falta el concepto de “deconstrucción” cuando hay un horizonte claro de luchas y se van transformando las identificaciones en dicho camino.
¿Por qué las luchas producen transformaciones subjetivas? Porque producen experiencias que transforman el núcleo de las identificaciones de nuestra corposubjetividad.
Allí podemos, una vez más, aprender de los movimientos de mujeres, del colectivo lgbti+ (y en particular el movimiento trans) donde en las luchas han surgido y continúan surgiendo nuevas identificaciones, donde permiten rescatar otras formas de ser mujer: incluirse en un colectivo, trazar genealogías. Las transformaciones las palpamos en varios eventos: los efectos de las luchas por el matrimonio igualitario, la ley de identidad de género y por el cupo laboral trans y lo que esto posibilitó en lesbianas, gays y trans. Las luchas también instauran y rescatan genealogías.
En síntesis, las luchas producen procesos inconscientes de transformación en las identificaciones en el propio núcleo de identidad de género. Esto permite hacer nuevas historias, donde se encuentran referencias identificatorias más allá de las que aportan los otros de los primeros cuidados.
Los varones cis (tanto hetero, bisexuales como gays) que pretendemos vínculos democráticos y con equidad de género tenemos que visibilizar nuestros propios puntos ciegos siempre agazapados en nuestra corposubjetividad. Es decir, despatriarcalizarla. Tomar dichos caminos de luchas bifrontes contra el patriarcado y el capitalismo, rescatando herencias, permitirán transformar nuestros malestares en potencias.
Carlos Alberto Barzani y Alejandro Vainer son psicoanalistas. Este texto forma parte del número 94 de la Revista Topía, de reciente aparición.