La cultura patriarcal arraigó la idea de que la guerra, las armas y lo militar pertenecen al orden de lo masculino y, en oposición, la paz y el antimilitarismo, a la órbita de lo femenino.
La historia ha dado sobradas muestras del cumplimiento de esta supuesta regla, pero también de su incongruencia. Son muchas las guerras y revoluciones en las que las mujeres empuñaron las armas, además de realizar otras tareas asociadas a un enfrentamiento militar (desde el espionaje hasta la enfermería y el trabajo sexual). Para ello, estas mujeres primero tuvieron que enfrentarse a sus propios compañeros de bando, quienes -en cumplimiento de la regla patriarcal- las preferían en otras tareas. Las milicianas de la Revolución Española (1936-1939) y las mujeres combatientes kurdas (que actualmente están protagonizando otra revolución) son ejemplos, con casi un siglo de diferencia, de mujeres que toman las armas para defender su territorio y gestar, paralelamente, un cambio cultural.
En muchas otras oportunidades, especialmente desde finales del siglo XIX, han sido las mujeres quienes encabezaron los movimientos por la paz, el antibelicismo y el antimilitarismo. El compromiso de Bertha Von Suttner, reconocido con un Premio Nobel de la Paz en 1905, al igual que las trayectorias de mujeres como Emma Golman, Rosa Luxemburgo o Clara Zetkin hablan de un movimiento más que de una excepción en la actividad política femenina. En ese contexto de paz armada, de carrera armamentística y de guerra total, mujeres de diferentes clases sociales y de irreconciliables posiciones políticas protagonizaron movimientos para evitar las guerras, solucionar conflictos por vías diplomáticas, protestar contra los reclutamientos forzados, el gasto en armamento y la obligatoriedad del servicio militar. Las estrategias a través de las cuales intervinieron en el espacio público -negado para las mujeres- fueron varias: escribieron textos; se involucraron en cuestiones diplomáticas; organizaron movilizaciones. Para muchas, su repudio a la guerra implicó que las acusaran de apátridas y traidoras, y les significó persecución, exilio y muerte.
Aunque los argumentos para oponerse al militarismo, en general, y a la guerra, en particular, fueron variados y dependieron de sus filiaciones políticas, el discurso de estas mujeres tuvo un fuerte anclaje en el maternalismo político. Es decir, sus argumentos giraron, en muchas oportunidades, alrededor de la defensa de sus hijos que morían en los frentes de batalla y, desde su capacidad de parir, buscaron darle autoridad a sus intervenciones. Paralelamente, existieron otras mujeres que, con argumentos similares, defendieron la guerra y trabajaron arduamente en pos de la victoria de los Estados a los que pertenecían. Es muy interesante ver cómo, muchas veces, las guerras, especialmente las dos contiendas mundiales de la primera mitad del siglo XX, funcionaron como eventos que retrasaron la agenda de obtención de derechos para las mujeres
Tanto el enfrentamiento entre las mujeres de un bando y las del otro, como las disputas entre quienes apoyaban la guerra y quienes la repudiaban, hicieron que se rompieran los lazos internacionales que desde fines del siglo XIX, las mujeres en general y las feministas en particular venían construyendo por sus derechos civiles, políticos, sociales y sexuales.
El actual enfrentamiento entre Ucrania y Rusia ha vuelto a darle visibilidad a varias de estas cuestiones. Son muchas las mujeres de la región que, con o sin entrenamiento militar, han decidido quedarse a defender el territorio y entre las múltiples tareas que cumplen está el combate con armas. Buena parte de la mirada humanitaria sobre el conflicto pone de relieve la situación de las mujeres, de las personas gestantes y de lxs niñxs ucranianxs para pedir el cese de las hostilidades. El abuso sexual e incluso la trata de personas aparecen como una constante del “botín de guerra” que siempre han sido los cuerpos de las mujeres en las situaciones bélicas. Feministas de todas partes del mundo, incluida Rusia, se manifiestan y lanzan solicitadas en contra de la guerra imperialista y la invasión de su propio gobierno al territorio ucraniano. A su vez, grupos de mujeres y diversidad sexual consideran un triunfo que las fuerzas armadas lxs admitan entre sus filas, como si esa pertenencia minara la lógica patriarcal de los ejércitos y las guerras.
Lamentablemente, y a pesar de las innumerables muestras de horror que nos dio la guerra en el siglo XX, este nuevo milenio parece estar signado por las similitudes más que por las diferencias en esta cuestión. Las guerras imperialistas continúan en varias partes del mundo y la autonomía de los pueblos sigue siendo ignorada por los Estados nacionales y, también, por las organizaciones internacionales. La guerra continúa siendo una realidad en donde las mujeres y todas las personas que no son varones cisheterosexuales siguen teniendo mucho que perder a la vez que poco espacio para opinar.
*Docente e investigadora de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FaHE) de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Miembro del Centro Interdisciplinario de Investigación en Género (FaHCE-IdIHCS-CONICET). Autora del libro Organizar la paz. Las mujeres y las luchas contra la guerra en América Latina (1910-1936).