“Proceda” fue la orden del presidente Néstor Kirchner. El jefe del Ejército, Roberto Bendini, se subió a una escalerita y obedeció. Descolgó los retratos de los genocidas Jorge Rafael Videla y Reynaldo Benito Bignone. Las fotos enmarcadas en dorado desaparecieron rápidamente en manos de un ordenanza rumbo al despacho del director del Colegio Militar. El mismo día, hace veintiocho años, esos militares que pasaban al desván de la historia por sus crímenes habían pergeñado el último golpe institucional. “Nunca más, nunca más, tiene que subvertirse el orden institucional en la Argentina”, arengó Kirchner frente al pleno de cadetes en ropa de fagina y los exhortó a que “las armas nunca más puedan ser direccionadas hacia el pueblo”. Rostros adustos y silencio se reproducían entre uniformados y funcionarios. Las versiones habían alimentado la expectativa de una reacción “políticamente incorrecta” de parte de los militares, sin embargo la tensión se canalizó sin ostentación. Eso sí, pidieron el retiro dos generales y un coronel (ver aparte).
Dos reuniones imprevistas del ministro de Defensa, José Pampuro, con Bendini y su plana mayor precedieron al acto. El descontento por la decisión de Kirchner –quien hizo propio el pedido del Centro de Estudios Legales y Sociales– de descolgar los cuadros despertó toda clase de rumores. “La verdad es que después del desbande, Bendini salió fortalecido: estuvieron todos los generales –salvo Rodrigo Soloaga–. Les debe haber dicho que era lo último que pedían para superar el pasado y los convenció de no hacer escándalo”, especulaba anoche un alto oficial más que molesto por “esto de meterse en nuestra casa”.
–¿Y usted entonces por qué no pide el retiro? –le preguntó Página/12.
–Porque eso es lo que quieren quienes pretenden que se termine el Ejército, que se vayan todos los generales. No les vamos a dar el gusto.
Ese es el sentimiento latente en varios oficiales, pero saben que no tienen margen más que para acatar o irse. Sin embargo, eso no alivió la tensión que se respiraba en el Patio de Honor del Colegio Militar. Apenas minutos antes del aterrizaje de los helicópteros que trasladaron a Kirchner y su comitiva, se ubicaron sobre el estrado veintisiete generales y cinco coroneles mayores. Después entró el gabinete casi en pleno –sólo faltaron Roberto Lavagna y Daniel Filmus– y finalmente el Presidente con Pampuro, el jefe de Gabinete Alberto Fernández, el vocero Miguel Núñez y Bendini.
Más de uno se relajó cuando el locutor oficial anunció que el director del Colegio Militar, Raúl Horacio Gallardo, saludaría a los cadetes. Gallardo era uno de los generales que se había asegurado que habían pedido el retiro. Pero, para los que conocen los códigos de los muchachos la confirmación de que nada pasaría fue el énfasis con que los estudiantes vociferaron: “Buenos días señor Presidente”. “Hace mucho que no escuchaba tanto entusiasmo”, ironizaba un oficial.
Tras el saludo, Kirchner, Pampuro y Bendini subieron las escalinatas rumbo a la galería de los cuadros con los retratos de los directores del Colegio Militar. “Es mentira que hayan hurtado el óleo de Videla. Nunca hubo un óleo... Mire si no la revista Viva del 29 de agosto del ‘99 y verá que en una entrevista que le hacen a Martín Balza aparecen los cuadros del Colegio”, explicaba un militar. Este diario apeló al archivo y –como se puede apreciar en la reproducción de esta página– la foto no es la misma. En la estrecha galería, todas las cámaras registraron ese momento histórico en que el jefe del Ejército subido a una escalerita descolgaba los cuadros. El resto de los generales y funcionarios estiraban la mirada desde un incómodo ángulo de la planta baja.
–¿Por qué fue Bendini el que lo hizo? –preguntó este diario.
–Fue una decisión personal del general Bendini. Es un gesto que muestra cómo asume la responsabilidad como jefe del Estado Mayor –repetían en el Edificio Libertador. Otros en cambio, aseguraron que fue Kirchner quien le pidió a Bendini que fuera él en persona el encargado de la tarea. Hasta último momento, habían informado que iba a ser un “teniente coronel o un mayor” el elegido para ejecutar la decisión que provocó la resistencia castrense y que quedará grabada en la retina de la historia.
En menos de cinco minutos, bajaron y Kirchner le habló a los cadetes. “Recordar el 24 de marzo del ‘76 es una de las instancias más dolorosas y más crueles que le ha tocado vivir a la historia argentina. Tenemos que terminar definitivamente con los mesianismos. Definitivamente debe quedar bien en claro que el terrorismo de Estado es una de las formas más injustas y sangrientas que le puede tocar vivir a una sociedad. No hay nada que pueda habilitar el terrorismo de Estado y menos en las Fuerzas Armadas que deben ser el brazo armado del pueblo”, improvisó el Presidente ante un auditorio temeroso de un mandoble.
“Hoy, junto a los generales, venimos a rescatar el espíritu sanmartiniano para que juntos podamos reconstruir un país con democracia, pluralidad y una convivencia plena”, abundó antes de concentrarse en el desencadenante de la protesta acallada.
“El retiro de los cuadros marca una clara decisión del país todo, las Fuerzas Armadas, el Ejército, de terminar con esa etapa lamentable de nuestro país”, dijo y enfatizó “estoy convencido de que nuestro Ejército va a colaborar con este proceso para salir del infierno y reencontrarse con su historia sanmartiniana. El 24 de marzo se debe convertir en la conciencia viva de lo que nunca más debe suceder”.
Kirchner eligió la frase “nunca más”, aquella que sintetizó el horror de la represión ilegal en el informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) que convocó Raúl Alfonsín, para marcar el camino de las nuevas camadas castrenses. Condenó el terrorismo de Estado sin ambigüedades, sin espacio para relativizarlo en un contexto de violencia y advirtió que “las armas nunca más pueden ser direccionadas contra el pueblo argentino”.
Saludó, el gabinete en pleno lo aplaudió y la comitiva oficial salió rauda del Patio de Honor. Los generales también se encolumnaron raudos lejos de la acechanza de la prensa. En la galería del primer piso quedaron los clavos vacíos como testimonio de los retratos que ya no estarán. En la antesala de las aulas donde se forman los nuevos oficiales del Ejército no estarán los genocidas. Sus acciones sí permanecerán imborrables en la historia de miles de víctimas y sí deben permanecer en la memoria de quienes revistan en las filas de las Fuerzas Armadas.
Retiro de dos generales y un coronel
“Son todas versiones. No hay nada.” Los oficiales del Ejército atajaban a los cronistas en el Colegio Militar intentando tapar el sol con una mano. A lo largo de la tarde, no tuvieron más remedio que admitir que los generales Rodrigo Soloaga (jefe de Personal y Bienestar) y Jorge Cabrera (director nacional de Inteligencia Militar), junto con el coronel mayor Juan Mereditz, habían pedido el pase a retiro. Los motivos no se explicitaron, pero a esa altura era vox populi que el acto en el Colegio Militar había sido considerado una “provocación innecesaria”.
Cuando el ministro de Defensa, José Pampuro, ya había confirmado que había generales que pidieron el retiro, en el Ejército se empeñaban en no precisar la información. Emitió un comunicado en el que desmintió el pase a retiro de los generales Luis Eduardo Pierri –director del Instituto Superior de Enseñanza– y Raúl Horacio Gallardo –director del Colegio Militar– y del coronel mayor Mauricio Fernández Funes, a cargo de la jefatura II Inteligencia.
“El Estado Mayor desmiente estos trascendidos absolutamente inexactos que confunden maliciosamente a la opinión pública, e informa que ninguno de los oficiales superiores mencionados solicitó su pase a situación de retiro o manifestó su disconformidad respecto del acto”, indicó el texto. Lo absurdo es que no mencionaba a Soloaga ni a Mereditz, los otros dos nombres que habían trascendido como decididos a dejar la actividad. “Si no están desmentidos es porque será verdad”, explicó un oficial.
Un par de horas más tarde, el ministerio anunció que el general Cabrera se había presentado ante Pampuro para dejar su función. Cabrera, como director de Inteligencia, reportaba directamente al ministro y hasta ese momento no había aparecido en las versiones.
“Pegarnos a nosotros es gratis. Pero esto ya es humillarnos”, repetía un oficial hipercrítico de la actitud de Bendini por aceptar descolgar los cuadros de Videla y Bignone pero, al mismo tiempo, “impotente” para generar otra reacción.
* Publicada el 25 de marzo de 2004.