Leyendo el diario La Nación del lunes pasado encontré la noticia sobre la formación de una comisión de homenaje para el bicentenario del nacimiento del brigadier general Enrique Martínez, que viene a ser el bisabuelo de mi abuela, María Eugenia Costa Martínez de Bonaparte, o sea mi tátara tátarabuelo.
La Nación recordaba que el brigadier general Enrique Martínez tuvo su bautismo de fuego a los 16 años durante las Invasiones Inglesas, participó en la Semana de Mayo y luchó en la toma de Montevideo. Además combatió en toda la campaña de los Andes e integró la expedición libertadora al Perú, regresando con los últimos granaderos a caballo en 1826. El diario incluía un párrafo más adonde destacaba que posteriormente ejerció una activa vida política y militar en Buenos Aires y en Montevideo hasta 1861.
Las pocas veces que visité a mi tía Isabel –y siempre me estoy diciendo que tendría que hacerme tiempo para visitarla otra vez–, el retrato al óleo del viejo guerrero, de uniforme y con el gesto rudo y batallador que cuelga en una pared de su cuarto, me atrapó con la misteriosa intimidad de la historia.
Algunos descendientes del brigadier general también fueron militares y en la casa de mi abuelo, que había sido juez en Paraná, había lanzas, antiquísimas municiones de cañón y otros artefactos usados por el soldado de frontera.
Mis abuelos paternos eran judíos que se habían instalado en las colonias de Entre Ríos huyendo de los pogroms en Ucrania. Mi padre nació en el pueblo de Villa Crespo, y antes de recibirse de bioquímico y casarse con mi madre trabajó como maestro rural en Córdoba para mantener a su familia. Lo cierto es que era más criollo que la yerba mate y que muchos de apellidos más castizos.
Pero regresando a la noticia de La Nación, se indicaba allí que entre las muchas personalidades que integraron la comisión de honor en homenaje al brigadier general Enrique Martínez, figuran también los actuales jefes de Estado Mayor de la Armada y el Ejército, el almirante Ramón Arosa y el teniente general José Dante Caridi.
Este detalle viene al caso porque el domingo pasado, mi madre, Laura Bonaparte, que es miembro de la Línea Fundadora de Madres de Plaza de Mayo, llegó indignada a mi casa por las declaraciones que había hecho Caridi en un programa de Video Cable reivindicando la represión ilegal casi como una gesta épica y calumniando a las Madres. Como estaba muy indignada me fue difícil adivinar lo que quería, pero después de calmarla entendí que su intención era publicar una solicitada con un texto por el cual mi abuelo renunció como presidente de la Suprema Corte de Entre Ríos después del golpe militar de 1943.
Me pareció que no había mucha relación y se lo dije. Pero ella aclaró que además quería publicar en la solicitada el recuerdo por mi hermana Aída Leonora, que fue capturada un día después del ataque a Monte Chingolo y fusilada sin juicio ni acusación y sin que hasta ahora podamos saber el lugar donde fue enterrada, porque lo único que le mostraron a mi madre fue un pulgar en un frasco de formol que presumiblemente había servido para identificarla.
Por supuesto, también quería que figurara el recuerdo de mis otros dos hermanos, Irene y Víctor, también choznos del viejo y ciertamente admirado guerrero de la Independencia y también secuestrados en 1977, posiblemente torturados o asesinados, todavía desaparecidos, sin acusación, ni juicio ni posibilidad de defensa o simplemente de despedida.
Y por último quería incluir el recuerdo de mi padre, Santiago Bruschtein, que fue secuestrado en 1976 cuando tenía 54 años y estaba muy enfermo del corazón. Antes de llevárselo entre gritos contra los judíos, lo golpearon y robaron todo lo de valor que había en la casa y nunca más lo volvimos a ver.
Opiné que eran demasiadas cosas para poner en una solicitada, pero que iba a escribir una nota. En eso estaba cuando descubrí la noticia que publicó La Nación y la presencia de Caridi en el comité de honor para el El partido militar Ciento cincuenta años Hoy resulta impensable que un jefe militar reivindique la represión ilegal. En los ’80 sucedía. PáginaI12 lo denunciaba. homenaje a mi tátara tátarabuelo. Relacioné, imposible no hacerlo, ese homenaje a un soldado de la Independencia con la reivindicación de la guerra sucia que el jefe del Estado Mayor del Ejército acordó con el coronel Mohamed Alí Seineldín.
Pensé que un militar argentino puede estar en estos dos actos al mismo tiempo, el homenaje a un soldado de la Independencia y la reivindicación de la represión ilegal sin que la más mínima duda deje intersticio para la vergüenza. Como si nada hubiera pasado en estos 150 años ni se hubiera desvirtuado el sentido del honor militar. Un camino retorcido y peligroso donde resulta que para las Fuerzas Armadas es igual la dignidad de un hombre de pueblo que se hizo soldado a los 16 años para enfrentar a los invasores ingleses, que la despreciable cobardía de los hombres que más de 150 años después torturaron y asesinaron a hombres y mujeres prisioneros escudándose en la impunidad con que los protegía la dictadura militar. Así sería lo mismo el patriotismo de un hombre que organizó un ejército popular y combatió como lugarteniente del general San Martín por la independencia latinoamericana con el grito de Viva la Patria, que los oscuros personajes que secuestraron, entre tantos miles, a un hombre enfermo del corazón mientras le gritaban “judío hijo de puta”.
* Publicada el 21 de
diciembre de 1988.