De todos los objetos insospechados que Jackie Chan utilizó a lo largo de su carrera para repeler a eventuales enemigos –escaleras portátiles, paraguas, una red para limpiar piscinas, zuecos, vasijas antiguas y un sinfín de elementos más– había uno que permanecía sin estrenar. Todo en todas partes al mismo tiempo, el segundo largometraje de Dan Kwan y Daniel Scheinert luego de Un cadáver para sobrevivir, corrige ese faltante al hacer que uno de los personajes eche mano a una aparentemente inofensiva riñonera para transformarla en la más efectiva de las armas de ataque y defensa. No es que el film de Daniels (así se hacen llamar los realizadores al trabajar en tándem) sea estrictamente “una de artes marciales”, aunque hay bastante de eso en varios momentos de acción y reacción. Casualmente o no, su protagonista, la actriz malaya de origen chino Michelle Yeoh, estrella del cine hongkonés en los años 90 y figura de la pantalla internacional de un tiempo a esta parte, comenzó su carrera en 1984 compartiendo espacio en una publicidad de relojes Guy Laroche junto a Chan. Celebrada desde su debut mundial en el festival South by Southwest hace un par de meses, el estreno en salas argentinas de Everything Everywhere All at Once, el próximo jueves 9 de junio, lleva el nivel de excentricidad del esfuerzo previo del dúo Daniels a otro nivel. Una historia de universos infinitos que se abren a los ojos y a la mente de la cincuentona Evelyn Wang, esposa, madre y dueña de una lavandería automática lanzada a la odisea de su vida. Una telaraña de encrucijadas, senderos que se bifurcan y trampas espacio temporales montada sobre el relato de una mujer que intenta recuperar el respeto y el amor de su hija adolescente, luchando contra enemigos mucho más poderosos, además de sus propios traumas y miedos. Hibridando el cine de aventuras familiar (aunque nada ATP: aquí hay violencia, algo de gore y dildos XXL) con la ciencia ficción y la fantasía desbordada, la película es un ambicioso intento por reinventar las constantes del cine de gran espectáculo, aunque bajo el rigor de un presupuesto infinitamente menor al de los multiversos superheroicos que supimos conseguir.

Para superar el desafío, además de la gracia y la agilidad de Michelle Yeoh, los directores lograron acaparar la atención de un equipo de actores asiático-americanos que incluye a la joven Stephanie Hsu (The Marvelous Mrs. Maisel) y al veterano de mil batallas James Hong (apenas tres títulos de su extensa carrera: Blade Runner, Rescate en el barrio chino, la clásica serie Kung Fu), además de recuperar la carrera de Jonathan Ke Quan, el chico de Indiana Jones y el templo de la perdición y Los goonies. A ellos se les suma Jamie Lee Curtis como la villana más inesperada, una implacable agente de la IRS (la AFIP de USA) en este mundo y la enemiga número uno de Evelyn en sus viajes por el multiverso. Pero todo comienza en casa, en el ámbito más cotidiano que pueda imaginarse. Evelyn intenta cerrar unos números que no cuadran ante la inminencia de una presentación de impuestos, mientras espera nerviosa el arribo desde China de su padre, a quien no ve desde hace mucho, demasiado tiempo. Su esposo Waymong (Ke Quan) está definitivamente en otra y lo mismo puede decirse de su hija Stephanie (Hsu). Es como si todo el peso del mundo estuviera apoyado sobre sus hombros, en esa mesa atestada de tickets y recibos, desde donde pueden oírse los ruidos de los lavarropas y el cuchicheo de los clientes. Los diálogos entre los esposos se produce en un clásico mandaringlish, mitad inglés y mitad mandarín, aunque la llegada de Papá Gong Gong (Hong) desde Asia devolverá al habla de la protagonista el cantonés, detalle que señala directamente el multiculturalismo de los personajes (e, indirectamente, el de los actores y actrices). El hecho de que la joven de la familia, Joy, esté noviando con una compañera de escuela justo cuando se produce la llegada del tradicional abuelo (¿qué pensará el anciano de una nieta lesbiana?) es apenas uno más en la extensa lista de problemas de Evelyn. Hasta que… bueno, hasta que su marido, que quiere (pero no puede y duda) divorciarse de su esposa se transforma de pronto en otro, en alguien físicamente idéntico a él pero completamente diferente. Un hombre ágil capaz de luchar contra cuatro agentes de seguridad con una simple riñonera y derrotarlos. Un ser llegado de un universo paralelo, el Alfaverso, el universo original. Uno de los infinitos mundos que existen más allá del nuestro, algunos diversos de manera infinitesimal, otros radicalmente diferentes.

Las descripciones facilistas son casi siempre un cuchillazo en la espalda, pero a riesgo de caer en simplificaciones podría detallarse la historia y las formas de Todo en todas partes al mismo tiempo como un descendiente colorido y pop de los enmarañados relatos mentales de Charlie Kaufman y/o Spike Jonze, en el cual el sentido del humor ha reemplazado las capas más angustiosas de la experiencia. Entrevistados recientemente por la revista online Slant Magazine, Daniel Scheinert y Dan Kwan reflexionaron sobre una de las influencias no cinematográficas del estilo y ritmo de la película. Para Scheinert, “en más de un sentido, estamos algo preocupados por lo que Internet ha hecho con nuestros cerebros. Tenemos un conflicto con ese tema y queríamos explorar eso en el film. Es una libertad y un peso al mismo tiempo, ya que Internet nos hizo insensibles a las experiencias humanas normales. Nuestro cerebro no vino preparado para mirar feeds todo el tiempo. No evolucionamos para eso y es difícil decir qué cosas está generando en nuestra salud mental. En la película, Jobu y Joy crecieron con Internet, pero Evelyn no. Esa brecha generacional entre nosotros y nuestros padres es única. De alguna manera jugamos con eso en la película, una mezcla de reflexión y crítica sobre un tema que es realmente aterrador”. Y algo de eso hay en los saltos cada vez más veloces y temerarios que Evelyn comienza a dar cuando la práctica neófita comienza a transformarse en moneda corriente. De hecho, lo mejor de Todo al mismo tiempo… es el momento en el cual, luego de unos 40 minutos introductorios, la narración se tira sin red a lo imprevisto, cuando el espectador no termina aún de comprender cabalmente de qué va la película, hacia dónde se dirige y bajo qué reglas. En otros mundos, al mismo tiempo, Evelyn puede tener dedos con forma de salchichas –y por ello ser muy diestra con el uso de los pies–, ser una cantante de ópera famosa y millonaria, practicar las artes marciales como una profesional o incluso ayudar a un cocinero, émulo de carne y hueso del Linguini de Ratatouille.

Ser madre no es tarea sencilla. Tampoco ser una hija. La relación madre-hija, por consecuencia, suele ser complicada y tensa. El film de Daniels tiene allí, en ese vínculo íntimo caracterizado por las particularidades culturales de la inmigración asiática en Occidente, varios puntos de contacto con la reciente Red, el largometraje de animación de los estudios Pixar. Aquí también hay algo monstruoso en el tirante ida y vuelta maternofilial, aunque no se sublime bajo las reglas de una antigua maldición animalista sino gracias a la peligrosa instauración de un nuevo orden, con vórtice en un agujero negro con forma de… dona, controlado como si se tratara de una extraña secta religiosa por un ser multidimensional llamado Jobu Tobacky. Entrevistada por el periódico The Independent, Michelle Yeoh, la actriz de El tigre y el dragón, Memorias de una geisha, El mañana nunca muere y un par de docenas de películas realizadas en Hong Kong –que la llevaron a trabajar junto a directores como Johnny To y Yuen Woo-ping y a actuar junto a estrellas de la talla de Jackie Chan, Jet Li y Maggie Cheung–, reflexionó sobre la transición que recorre su personaje, de lo arquetípico a lo excepcional. “Evelyn pertenece a cierto tipo de mujer que uno suele ver diariamente: madres, tías, abuelas, en cualquier barrio chino del mundo. Mujeres a las que usualmente nadie presta atención. Darles una voz, transformarlas en superheroínas, fue algo maravilloso”. A los 59 años, la actriz malaya, que estudió ballet en Londres durante su adolescencia antes de ganar el premio de belleza Miss Malasia y mudarse a Hong Kong con la intención de iniciar una carrera en el cine, es consciente de que roles como el de Evelyn se suman a una tendencia creciente, obturada durante décadas en el cine y la tevé occidentales. La razón por la cual Bruce Lee, a comienzos de la década de los 70, dejó por segunda vez su California natal para regresar a Hong Kong e iniciar una exitosa seguidilla de éxitos cinematográficos: la imposibilidad total para los asiático-americanos de acceder a papeles centrales en Hollywood.


A pesar del enorme éxito de El tigre y el dragón hace dos décadas, las cosas “no cambiaron para nosotros, los actores”, afirmó Yeoh en la entrevista mencionada. Respecto de la creciente presencia de rasgos asiáticos en pantalla en títulos como Minari, Locamente millonarios o Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos, la actriz cree que “hay una evolución. Ya no queremos pasar desapercibidos. Hemos esperado durante mucho tiempo y hay muchas historias esperando para ser contadas. Queremos ver nuestros rostros en la pantalla. Como con cualquier otra minoría, tomó tiempo estar donde estamos. Creo que debemos enfrentar esta responsabilidad muy seriamente y asegurarnos de que nuestras historias sean contadas de la mejor manera posible”. Con sus dos horas y veinte minutos de duración y un ritmo frenético casi de principio a fin, Todo en todas partes al mismo tiempo puede resultar abrumadora, agotadora. Repetitiva, incluso, especialmente durante su último tercio. Definitivamente no se trata de una película perfecta, pero en ese juego absurdo llevado hasta las últimas consecuencias, sin ningún tipo de miedo al ridículo o al qué dirán, hay bastante de algo que suele faltar en el cine de ambiciones populares contemporáneo: riesgo. Aún con el peligro latente de pasarse un poco de rosca. O de dona, dado el caso. Y, por supuesto, allí está Michelle Yeoh, a la altura del desafío y más allá, regalando una de las grandes actuaciones de su carrera, pura presencia y firmeza y fragilidad y resistencia y encanto y varias cosas más. Todas juntas y al mismo tiempo.