MI MEJOR AMIGO 6 PUNTOS
Okul Tıraşı, Turquía/Rumania, 2021
Dirección: Ferit Karahan
Guion: F. Karahan y Gülistan Achet
Duración: 85 minutos
Intérpretes: Samet Yildiz, Nurulla Alaca, Ekin Koç, Mahir Hipec, Melih Selcuk, Cansu Firinci
Estreno exclusivamente en salas de cine.
Los ojos de Yusuf son grandes y oscuros, de esos que tanto impacto producen en una pantalla grande. Tal vez el susto los agrande más. Susto por los castigos que las autoridades del internado al que concurre dispensan a los alumnos: cachetazos, cortes de pelo con la doble cero, una vara amenazante. Susto también, quizás, por el frío inenarrable del rincón de Anatolia donde se implanta el internado: 35 º bajo cero, en medio de una incesante tormenta de nieve. Cañerías rotas adentro, falta de calefacción. Susto porque su mejor amigo, su compañero de cuarto, yace en estado de inconsciencia desde hace días, se desconoce por qué motivo (aunque Yusuf está al tanto), y nadie parece saber qué hacer. Susto por lo que ocurrió y guarda en estricto secreto, por temor al castigo. Susto, tal vez, porque Yusuf pertenece a la minoría kurda, sojuzgada y empobrecida, alguna vez dueña de un país que no tiene más.
Programada en la sección Panorama de la Berlinale 2021, Mi mejor amigo (el título original se traduce por “Corte de pelo escolar”) es algo así como La muerte del señor Lazarescu en clave infantil. Aunque el final no sea el mismo. A Memo (Nurulla Alaca), el mejor amigo de Yusuf (Samet Yildiz), un docente lo castiga por una pelea nimia con un par de compañeros, obligándolo a ducharse con agua fría. Con 35 º bajo cero afuera. A la noche pasa algo, no se sabe bien qué, y Memo amanece inconsciente. Yusuf se hace cargo de él, un poco por lealtad y otro poco por cierta culpa que sólo se develará al final. Le indican que lo lleve a la enfermería, pero en la enfermería lo único que hay es un alumno algo mayor (Yusuf y Memo tienen 11), que lo único que está autorizado a medicar son aspirinas. Le dan una y sigue igual. Aunque al comienzo ningún adulto se hace presente, a medida que pase el tiempo y la preocupación tienda a generalizarse, todos se irán concentrando alrededor de la camilla del dispensario. Pero nadie sabe qué hacer. O saben pero no pueden. O pueden pero no quieren.
Como en la película rumana (ésta es coproducción turca-rumana), la fatalidad va tomando forma por un encadenamiento de hechos. La barbaridad del castigo, la ineficiencia de los docentes, la negligencia de las autoridades, la falta de previsión, lo alejado del instituto (al pie de una montaña), que no permite conexión por celular, el carácter despiadado del clima, que impide movilizarse para salir en busca de un médico o una ambulancia. Y Memo sigue en la camilla, sin responder a ningún estímulo. Todo lo que atinan a hacer los adultos es ponerle la mano en la frente y dictaminar “no tiene fiebre”. Cada uno que entra al dispensario se resbala, por el hielo depositado sobre el piso, y a nadie, del director para abajo, se le ocurre traer un trapo para secar. El régimen narrativo impuesto por el realizador kurdo Ferit Karahan es mínimo, fáctico, tan implacable como los hechos: ciertos signos permiten pensar a ese instituto como una expresión a escala de la sociedad turca, vista desde el lado kurdo. Lamentablemente a la larga se devela que el culpable era el más inocente, y eso no parece justo.