“A los subversivos hay que matarlos con la cría…”, “…para que no se reproduzcan…”. Estas frases, tal cual están escritas, fueron escuchadas por mi prima en la ciudad de Mendoza en plena época de la dictadura, en una mercería, cuando ella tendría unos 14 o 15 años y unos 9.
Horrorizada vino mi prima de la tienda, ella que era toda paz y amor, el monumento a la dulzura. Creo que había ido a comprar una aguja o hilo, no sé si para ella o la habría mandado mi tía. Según ella, quien lo dijo era un señor que estaba hablando con la dueña de la tienda cuando ella recién llegaba.
Lo recuerdo porque lo comentó apenas regresó del negocio, todavía con los ojos dados vuelta por el asombro. Claro, nosotros estábamos más aleccionados respecto de todo lo que pasaba por aquella época, pero mis primos no. No tenían ni idea.
Y la memoria es un ejercicio permanente.
Dicho sea de paso asocié inmediatamente este recuerdo a la palabra “Veneno” con la que se me ocurrió titular esta contratapa. No al veneno químico, del tipo de ése que viene para matar las hormigas y uno le echa a las plantas, sino, más vale, digo puntualmente en este caso, al veneno ideológico. Porque la subversión no se hereda por vía genética. La ideología subversiva (o no) mucho menos. Es el nivel de ignorancia mental que manejaban algunos violentos de aquella época.
La ideología se va construyendo y deconstruyendo en un entramado dialéctico, en parte educativo y en parte biográfico, a lo largo de toda la vida.
Hay gente que cambia de ideología como de bombacha dicho sea de paso, y se va acomodando, según el caso, como más le convenga. Esto se ve ahora, mucho, entre las filas políticas de nuestros representantes que muchas veces, también, vienen bastante fallidos porque hay que ver hasta dónde y en qué nos representan, sean del partido político que fueren.
Pero la ideología no se hereda como el color de ojos o la estatura. Para pensar que se hereda como un rasgo biológico hay que ser un odiador serial y, en este caso, puntualmente, alguien mucho más que venenoso, prácticamente nazi diría, ya que Hitler consideraba que la ideología comunista era propia de la raza hebraica. Ergo, si mataras a todos los judíos ya no habría más comunistas, al menos en Alemania (ver teoría desplegada en “Mi lucha”).
Entender a la ideología como un veneno es algo propio de los odiadores. La proscripción del peronismo, durante muchos años, siguió el concepto de si no lo nombramos, no existe, cosa que está probado que es falsa. La prohibición fortalece, no debilita, y de esto da sobradas muestras la historia argentina. Asocio esto, y estoy haciendo meramente un ejercicio de asociación libre, con dos últimos acontecimientos recientes: el natalicio de la compañera Evita y la distinción recibida por Cristina en la Universidad del Chaco Austral el 7 y el 6 de mayo respectivamente. Es indudable que ambas, además de pertenecer al Partido Justicialista, son las mujeres más odiadas en la historia política argentina; también las más amadas por muchos y muchas, sobre todo por muchas, que empezaron a existir, para la prensa sobre todo, a partir, más que nada, de Eva.
Evita marcó la diferencia mucho y más que Perón, y fue sin dudas la más odiada. Tanto fue así que el triste derrotero de su cadáver, una vez fallecida, fue macabro e inaudito, tanto que pudo inspirar a Rodolfo Walsh para escribir el magistral cuento, inspirado en una entrevista que hizo él como periodista. Me refiero al cuento “Esa mujer”, del que luego se derivara, unos cuantos años después, el cuento “Ese hombre”.
Todos sabemos que usamos el pronombre ésa o ése para no nombrar a tal o a cual…
“Porque estoy acá por mis neuronas, y no por mis hormonas”, tal cual dijera Cristina. Muchos no entienden al día de hoy que las neuronas de las mujeres pesan tanto o mucho más que las de los hombres y que ninguna mujer llega a ninguna parte nada más que por las hormonas. Le pese lo que le pese a quien piense así.
De todos modos, y volviendo al origen de estas palabras, el veneno ideológico no se transmite por la herencia genética, sino que se aprende, se enseña, se construye mentalmente.
Una amiga subió a las redes una máxima para este 1° de Mayo, Día de los Trabajadores, que decía: “Trabajar todos, trabajar menos, consumir lo necesario, redistribuir todo”, dicho así y en ese orden, la redistribución del todo suele ser lo más venenoso: porque quien se queda con más y quien se queda con menos del ingreso es un tema de nunca acabar. “¿Quién se ha robado mi queso?”, se titula un libro y en eso, indudablemente, pensamos todos, sobre todo cuando vemos cómo viven algunos, que tienen mucho, mucho; y como vivimos muchos, con muy, muy poco.
Sobre cómo se transmiten las ideologías es muy interesante el trabajo realizado en la película “Sostiene Pereira”, interpretada maravillosamente por Marcello Mastroianni, en donde se muestra el crecimiento pedagógico e ideológico del fascismo al principio de la Segunda Guerra Mundial en Portugal (Lisboa, 1938). Tema no muy trillado que vi , también magistralmente puesto en escena en la película “Rojo”, en la que se muestran los primeros años del terror en la Argentina (la película está centrada en un pueblo chico, lejos de la Capital, en septiembre de 1975).
No nos olvidemos. Sin perdonar, sin reconciliar.
No dejemos de ver nunca, de observar y chequear constantemente, de escuchar todas, todas las cosas que están pasando todo el tiempo a nuestro alrededor.
Porque la memoria es y sigue siendo un ejercicio permanente.