“Me llamo Leonora. Tengo veinticinco años. Esta historia comienza el día que Nina entró a la cárcel y la vi por primera vez. He recordado tantas veces esos momentos y con tal frecuencia he recreado los detalles que tal vez hayan dejado de ser ciertos”.

Las referencias están anotadas en la primera entrada de un diario personal de una detenida machacada, que de arranque, consigna: “Sobre mí, no tengo mucho que decir. Nací en Colonia Esperanza. Mi madre viajó hasta ese lugar a parirme y me regaló a la mujer que me habría de criar. Tía ya tenía muchos hijos y no me tomó como propia; me tomó como una boca más. La última boca”. La vida áspera de alguien que, ya de bebé, descubre que está sola y por su cuenta. Que hasta los cinco años no dijo una palabra y que cuando la dijo se ligó un soplamocos: por simuladora. Que a los ocho fue adoptada por una anciana que vivía a la orilla del río Colastiné y la quiso “para compañía”; que luego fue a parar a un colegio de monjas. “Serían las diez de la mañana. La celadora abrió las rejas, que rechinaron secamente. Y ahí estaba parada Nina. De refilón se me apareció su perfil, los hombros enjutos, el pelo marrón. Se me nublaron los ojos un segundo. Luego lo recordé tantas veces y en todas se me nublaban los ojos y se me tumbaba el corazón. En el momento en que ella entró, me arrastraba al patio un cardumen humano. Las compañeras llevaban los colchones al patio. Era un día de matanza de chinches”.

Las coordenadas y los textuales están en el comienzo de La hora del silencio, la novela de Cristina Feijóo que acaba de publicar Astier Libros, una historia de amor compuesta de nieblas, de tramos de otras historias emparentadas que se narran en sus propias brumas, que arman sus figuras que al poco se reconfiguran en vaivenes entre el pasado y el presente, la realidad y la ficción, el más allá y el más acá, lo que se dice y lo que se lee, se piensa, se recuerda, se siente, se escribe. Ahí está Leonora en la cárcel de Villa Devoto, plena dictadura: es una presa política que forma parte del grupo de las basistas (por el Peronismo de Base), en un ámbito donde también hay detenidas de grupos guerrilleros o del Partido Comunista. Y también hay garrones, “las que caen como de una nube, sin noción de las luchas sangrientas del país y sin que les importe de ellas, las que no están por las alzadas en armas ni por las sublevadas sin armas, ni por los militares, ni por causa alguna”; Nina es una de ellas. Para contar de su enamoramiento Leonora se auxilia con Damiana Cisneros, la vieja cocinera de Pedro Páramo, la novela de Juan Rulfo que lee en la cárcel. “La vieja Damiana era sabia y con ella hicimos un pacto: yo contaría mi historia usando su voz y ella contaría historias entramadas con la mía. Y resultó que algunas de esas historias iluminaban de tal modo mi pasado que hasta parecían sacadas de mi propia cabeza”.

“La idea de esta novela surgió en 1986, cuando unas compañeras que habíamos compartido la cárcel nos juntamos durante meses con la intención de rescatar las memorias de lo que habíamos vivido –cuenta Feijóo en su departamento de Coghlan-. En un momento, en una de las reuniones, una compañera dijo: ‘Nunca hablamos del amor en la cárcel’. Ahí se hizo un silencio, y luego cambiamos de tema. Producía incomodidad, miedo, era algo que convenía callar. Porque recordemos que en esos años la homosexualidad era considerada una enfermedad por la OMS, que recién en 1990 dejó de tomarla como una enfermedad mental. Y fue un avance, porque antes era un delito. Todavía hay setenta países que pertenecen a la ONU para los cuales la homosexualidad es delito. Hay que pensar que en Cuba, un ejemplo a seguir para los revolucionarios de entonces, los homosexuales eran condenados a la cárcel por años, como recuerda Reinaldo Arenas en esa excelente novela que es Antes de que anochezca. Tal vez se piense que nosotras, como luchadoras, ya enfrentábamos suficientes estigmas y no necesitábamos otro más; pero en ese momento, cuando la compañera dijo que nunca hablábamos del amor en la cárcel, yo supe que quería escribir esa novela. Que tenía que escribir sobre lo innombrable, lo indecible, lo maldito”.

Es que desde muy atrás en el tiempo le latía enraizada una noción fundamental: que el amor consentido entre dos personas adultas es la máxima expresión de libertad. “Porque mi universo de ideas se formó en los 60, una década en la que todo explotó en lo conceptual, lo artístico, lo político, lo ético –sitúa Feijóo-. Fue tal la explosión que las ondas expansivas fueron abarcando todos los aspectos de la vida. Era la época de las grandes protestas contra la guerra de Vietnam en el mundo, era Woodstock, eran los Hare Krishna, los jóvenes que se iban a la India en viajes espirituales, los Beatles, el Instituto Di Tella, la Menesunda, fue el Mayo Francés, fuimos los militantes políticos y los comienzos de las organizaciones armadas del tercer y del primer mundo. Y la apertura a esos mundos, tanto políticos como espirituales, la viví con mis primeros compañeros y amigos cuando deambulábamos por las calles de Sáenz Peña. Andábamos sin un mango, juntando monedas para comprar cigarrillos sin filtro y algo fuerte para tomar y charlar tratando de comprender el mundo. Luego, en los años ’70, se militarizó la política, se estandarizó el pensamiento y apareció fuerte el concepto de ‘corrección política’, atea o católica, con la mirada ética del Concilio Vaticano II, del cristianismo para la Liberación, que tomaba como base la familia tradicional. Pero tardé años en atar cabos y comprender que debía situar mi cabeza en los 60 para poder escribir esta novela”.

LIBROS AMIGOS

Luego de varias versiones, La hora del silencio empezó a encarar hacia la definitiva a partir de un episodio que Feijóo sitúa con nitidez. “Un día, decidida a cortar la parálisis frente a la computadora, con una mezcla de impulso y de cosa instintiva me levanté y fui hasta la biblioteca. No es que buscara algo en particular, pero cuando tropecé con Pedro Páramo lo saqué del estante y empecé a leer: ahí mismo me dije es esto, esta es la voz. Y más allá de que a primera vista pueda pensarse en un descubrimiento o un encuentro casual, creo que no hubo nada de casual, porque incidió muchísimo en ese reencuentro con mi mundo de los años ’60. La elaboración a través de la voz de los personajes de Pedro Páramo me permitió tratar el mundo de la cárcel alejándome un poco de la pesadumbre, de la terrible desolación de ese mundo. Es decir, con una voz ajena que me permitía tomar distancia, como para poder narrarlo mejor, sin tanta carga emocional”.

¿Y por qué la elección de Damiana Cisneros? “Bueno, porque es una mujer –dice Feijóo-. Las mujeres viejas en general en la literatura y a veces en la vida resumen el conocimiento, el conocimiento de la humanidad, del alma humana, ¿no? Entonces me pareció que era el personaje adecuado para estar ahí, en esa cárcel de mujeres, para ir dando cuenta de ese bagaje de conocimientos y de esa suerte de laberinto, de la trama que se va tejiendo entre muertos, vivos, sueños, realidades. Quien va como guiando a la narradora”.

Porque a las entradas del diario de Leonora se le van entreverando capítulos de otras vertientes en los que se va retratando a compañeras en la cárcel, sus historias y sus improntas y sus roles durante la detención, y van desgranándose las dinámicas, el cotidiano pero también los episodios conmocionantes: la noticia de un hijo pequeño que no sobrevive a una internación, las asambleas para discutir racionamientos, la crueldad de los castigos, los cajones de frutas como “armarios” y el forrado con papeles de diarios para emprolijarlos, las delaciones, los esturreos feroces durante las requisas, los traslados de pabellón. Y para dar cuenta de eso, y de la mano de Damiana en la lectura, Leonora se vale de un abanico variadísimo de planos: cartas que aparecen en lugares insospechados, sueños, personajes que narran historias en esos sueños, derivas de relatos y divagaciones, diálogos y cruces con personajes de ficción, voces que llegan fantasmagóricamente, recuerdos, territorios difusos entre los relatos de los vivos y de los muertos. La cárcel como un territorio emparentado a Comala: “A la memoria de Juan Rulfo / de quien aquí soñé ser un eco”, anota Feijóo al comienzo de su libro.

“La posibilidad de tomar prestada la voz de Pedro Páramo, pero no solo la voz sino su universo, me abrió las puertas al mundo de lo fantástico, que tenía enterrado y negado –dice Feijóo-. Un mundo, sin embargo, muy ligado a la literatura argentina, con autores tan importantes como Borges, Roberto Arlt, Macedonio Fernández, Leopoldo Marechal, Cortázar. Escribir con ese registro, el de Pedro Páramo, que me alejaba de una descripción morbosa de la cárcel a través de ese lenguaje, a la vez me permitía acercarme a otras partes de mí. Un costado que, curiosamente, también se expresó en la cárcel: cuando me detuvieron durante la dictadura yo había dejado de militar y estudiaba astrología. En la cárcel solía hacer cartas natales a las compañeras, y lo notable era que, fuera del registro político, muchas compañeras se acercaban a esos rastros de creencias, o enigmas”.

En La hora del silencio reaparecen la gorda Delia y el flaco Eduardo, dos hermanos y compañeros de militancia de quienes había escrito en “Historia de una historia”, un cuento al que más tarde llamó “El eterno retorno de un relato”, aparecido inicialmente en su primer libro, En celdas separadas.

“Escribir desde mi mundo sesentista trajo el recuerdo de ellos, compañeros entrañables que permanecieron a lo largo de mi vida, a veces a la distancia, pero siempre presentes a través de noticias y cartas –dice- Ninguno de ellos está ya en este mundo, pero se volvieron personajes del libro y algunos fragmentos de sus cartas reales están incluidos”. Son los amigos de juventud que refiere de Sáenz Peña, oeste del conurbano: “Solíamos juntarnos en las terrazas y en las plazas para discutir libros de Arlt, Macedonio, Cortázar, y de los escritores del boom comprometidos con la realidad latinoamericana, con la misma avidez con la que discutíamos los documentos de nuestro partido”, consignó cuando presentó el relato en una edición de Verano/12.

Feijóo nació en 1944 en La Paternal y comenzó su militancia a los 17 años; formó parte de las Fuerzas Armadas Peronistas y estuvo detenida entre 1971 y 1973, cuando quedó libre por la amnistía de Cámpora a los presos políticos. Siguió militando en una unidad básica, pero con el enfrentamiento creciente entre Perón y los Montoneros quedó un tanto a la intemperie, “como pedaleando en el aire”, ha dicho. Tras el golpe militar, y mientras buscaba la forma de salir del país, en septiembre de 1976 fue detenida por “los antecedentes” y quedó a disposición del Poder Ejecutivo. En 1979 se exilió en Suecia, donde vivió hasta la reinstauración democrática.

“Delia me dijo que las dos formábamos parte de un contingente de seres que añoran la Edad Dorada del Hombre, criaturas que buscan lo real y abominan de lo aparente –anota Leonora en su diario-. Sin embargo, me decía ella, no debemos renunciar a este mundo de apariencias sino vivir en él de otro modo, como si, en nuestro juego, fuera real”. Es ella quien le presta las novelas que la maravillaron: “Los personajes de los libros eran seres únicos y eran también eternos ya que no cambiaban, no se transformaban ni morían –escribe Leonora-. Eran reales. Fue cuando descubrí que podía hablar con ellos y como ellos. Me acostumbré a sostener largos diálogos con algunos personajes en su propia lengua, que era rica y única. De ese modo podía usar la fuerza, el temblor y la magia prodigiosa de las palabras”. Feijóo comparte lo vital de ese pensamiento: “Real no es la literatura, pero se inmortaliza y los personajes no envejecen, no cambian, y uno los recuerda así –dice-. Tengo la costumbre de releer: a Glosa lo releo cada dos años, es mi libro favorito absoluto de Saer, que también es uno de mis escritores favoritos. Esos personajes para mí son entrañables, y si están ahí no cambian, tengo la suerte de que no cambien, de amarlos y volverlos a amar cada vez como lo que son, como lo que el autor quiso que fueran en ese momento. Y de algún modo inmortalizan un momento en la vida del escritor, y también en la vida de un país, en la literatura de un país. Algunos libros son grandes amigos, ¿no? Y sus escritores también, como decía Borges”.

FOTO DE PABLO MEHANNA

PARA LA LIBERTAD TOTAL

En un tramo de la novela Feijóo/ Leonora narra cómo vivieron desde su celda la Masacre del Pabellón 7, ocurrida el 14 de marzo de 1978, en la que murieron quemados, asfixiados o baleados 64 presos. “Eso fue una experiencia terrorífica –recuerda-. Escuchábamos todo, los gritos, las ráfagas de ametralladora, los alaridos de los detenidos. El humo era terrible. Cortaron la luz y el agua y no repartieron comida ni medicamentos durante días. Hubo compañeras que se subieron a las ventanas para ver qué pasaba y las bajaron a los gritos. En principio pensamos que la cosa era con nosotras, no sabíamos qué pasaba. Y después nos enteramos de que habían muerto tantas personas. Fue algo verdaderamente dramático”.

Más que escribir una novela sobre la cárcel, puntualiza, se propuso que la cárcel fuera el universo en el que transcurre una historia de amor. “Nina es lesbiana, un personaje duro, que carga el estigma desde chica, y cargar con un estigma sospecho que debe tornarse oscuro, condenado, maldito: una obsesión y una carga –dice Feijóo-. Todo lo demás queda desplazado. Es un personaje que no tiene compasión ni empatía, y es solitaria, desconfiada. Y Leonora no encaja en ningún entorno; en eso es como Nina, pero con un enorme deseo de encajar, de pertenecer. No tiene una carga sobre sí, la carga es la vida. Encontrarle un sentido. Y ese sentido lo encuentra en el amor”.

Señala Feijóo que las historias familiares están simbolizadas en los parentescos que se cruzan en las historias del libro, que a la vez exhiben la naturaleza de esos lazos: “Porque había, por cierto, madres con sus hijas presas, presas con sus hijitos en la cárcel, mujeres que parían en prisión –dice-. Había cartas de madres, hermanos, padres, leídas en grupos; había entre las presas mujeres que tomaban a cargo el orden del pabellón, éramos familia allí dentro. Y como en las familias había buenas y malas relaciones, afectos y desafectos y esa pesada sensación de que estás condenada a esa familia, a esas relaciones, por años, porque eran años los que pasamos allí y había que pasar ese tiempo, esa vida, en la mayor armonía posible. Porque enfrente, del otro lado de la reja, teníamos al enemigo. Con ese fondo, entre esas historias, transcurre la historia de amor, un amor imposible, de una presa por otra. Escribí en primera persona para trasmitir la conmoción de un personaje que tiene un hijo, un compañero, que se siente ‘normal’, cuando descubre que está enamorada de una mujer y su mundo se desploma por la desolación y la culpa: ¿es ella una enferma mental, una loca, una amoral? Se lo pregunta la que lo vive y se lo hace sentir el disgusto de las otras compañeras, el temor de ser mal vistas por los carceleros, que por otra parte ya nos consideraban lesbianas porque caminábamos por el patio tomadas del hombro. No había que echar más leña al fuego”.

Feijóo es una narradora formidable y es curioso que sus libros no circulen mucho más. ¿Será la incomodidad que producen, la dificultad de encasillarlos? Es autora de las novelas Memorias del río inmóvil (2001), La casa operativa (2007), Afuera (2008) y Los puntos ciegos de Emilia (2011).

 

“Es inusual que se hable de qué pasa con los cuerpos de mujer en una cárcel que duró, para muchas compañeras, casi una década –concluye Feijóo-. Más de mil doscientas fuimos las presas en Devoto. ¿Se puede creer que éramos mujeres de cartón? No: éramos mujeres enteras. Algunas dejaban de menstruar por años, hubo amores platónicos y no platónicos, y la necesidad de contacto tiene que ver con que ahí pasaban muchas cosas. Así que este libro está pensado, fundamentalmente, como una reflexión y un homenaje a la libertad total que se materializa en amor”.