Si algo se destaca en las obras que integran Elefantes y otros textos teatrales de Miguel Ángel Diani es la comicidad frente a la tragedia, o para decirlo en las palabras que Luis Sáez le ha dedicado a modo de prólogo: “El humor que deviene a menudo de situaciones de naturaleza escabrosa y de difícil asimilación. Y allí, en esa tensión extrema es donde su teatro logra, seguramente, picos de máxima originalidad y tensión. Porque el territorio donde estas fuerzas se aparean nada más que para enfrentarse y repelerse para ser siempre el mismo: la familia, institución tan sagrada como contradictoria por naturaleza, aunque en el universo del autor se trate de una naturaleza precisa y paradojalmente contra natura.Pero no hay en su teatro una voluntad moralizante o penitenciaria; se diría más vale lo contrario: a estas piezas modernas y desoladas, de cuño netamente beckettiano y arrabaliano, no parece animarlas ningún afán de denuncia o de condena moralizante a un sistema que parece empeñado en someter a la especie humana a una serie de procedimientos de los que sólo sobrevivirán, con suerte, los más aptos, aunque nos resulte difícil responder a la pregunta “aptos para qué?”.
“Cuando comienzo a escribir nunca tengo claro hacia dónde voy. En el desarrollo del trabajo se va plasmando la idea final y esto es lo que me fascina y a la vez me angustia: nunca saber qué historia voy a contar. Todo puede comenzar con un sueño, con una imagen, con un graffiti que vi en una pared, con una música. Siempre hay un disparador. Me surgen diálogos que no sé quién lo dice. Quién está diciendo eso y para qué lo dice. Es lo que tengo que averiguar, por eso lo primero que construyo son los personajes. Y esos personajes me van armando la historia”, dice el dramaturgo y guionista Miguel Ángel Diani. Para televisión escribió los programas Detective de señoras, Son de Diez, Aprender a volar y La nena. Como autor de teatro escribió numerosas obras, entre ellas La leyenda del poeta y Corazón de titanio. Ha sido galardonado con el premio Martín Fierro, el Broadcasting, el Prensario y dos veces con premio Argentores, entre otros. “Hay momentos en que me quedo en blanco, pareciera como que esa gente ya no me quiere contar más nada y ahí es cuando dejo descansar el material por un tiempo. Cuando retomo el trabajo comienza una nueva etapa. Más intelectual. Averiguar qué historia hay escondida entre esos primeros diálogos. A medida que se desarrollan las primeras quince o veinte páginas comienza a tomar forma la historia, pero nunca sé desde un comienzo de qué se trata. Me da placer ese juego de no tener idea lo que voy a contar. Ese lugar de acción me lo van a dictar los personajes. Las obras que están en este libro no escapan a ese proceso creativo. Cada una de ellas de manera distinta y con distintos disparadores responde a esta forma de trabajo”.
Elefantes y otros textos teatrales está integrado por cinco obras; en la primera, que lleva por título el libro, padres abusivos encuentran un cuaderno escrito por Leandro, su hijo, y comienzan a elaborar un plan filicida. Si los hijos también construyen su identidad a partir de los relatos familiares, Diani los aborda y pone de manifiesto los mecanismos que sirven para su manipulación. Alfonso y Lucía les cuentan a sus hijos lo que al principio pareciera una especie de fábula donde la abuela materna, al morir, se transformó en elefanta y desapareció feliz en la llanura pampeana. Los padres llevan al menor de sus hijos a recorrer ese camino sin regreso. Una familia deglutidora, canciones de cuna y sueños que presagian cenizas de libertad. Una trama desoladamente criminal con estructura de cuento siniestro.
“Todas mis obras, salvo alguna excepción, están atravesadas por los conflictos intrafamiliares. Todas, salvo alguna excepción, tienen humor. La forma del tratamiento del humor es similar en toda mi producción. Trabajo el grotesco, el humor negro, el teatro de la crueldad y pinceladas de absurdo. Cuando se plantea un conflicto intrafamiliar se está planteando también que está pasando en esa sociedad", plantea Diani. "Pero la diferencia con las obras editadas en este libro es que tres de ellas incluyen conflictos sociales propiamente dichos. Esos mismos personajes complejos y por momentos disparatados, ahora además de sus dramas familiares, están inmersos en el entorno de una problemática sociocultural concreta. Un dramaturgo o una dramaturga escriben un texto para ser representado. Ese es su destino final. El escenario transforma la obra escrita en espectáculo. Allí nuestros personajes cobran vida. Sufren y ríen. Denuncian y hacen catarsis. Sienten lo que siente el autor. Allí está el dramaturgo, la persona, en su esencia más pura”.
Mordedores también tiene estructura de cuento; pero hacia el género de lo fantástico. Historia de seres milenarios donde Diani propone una supuesta historia de realismo mágico y alimenta esa idea en el espectador. Hacerlo dudar sobre qué historia le está contando. ¿Qué estaba pasando en realidad en esa casa? ¿Era una historia mágica o terriblemente terrenal? Un pueblo perdido y la historia de crímenes sin resolver. En El extraño caso del señor oruga un joven pide ayuda a sus vecinos y termina siendo rehén de la locura y la inmoralidad de un matrimonio que lo somete a juicio mientras una portera se impone como emergente del nuevo sentido común, del orden, la delación y la impunidad. El protocolo del cumplimiento del deber como imagen de la nueva sujeción. La falta de empatía de la sociedad a su máxima potencia. El sálvese quien pueda y la falta de generosidad expuesta descarnadamente.
En Casi millonarios Juan Carlos, Estela y sus hijos son la clase media descartada y descartable, no sólo invisible para la sociedad que los expulsó, sino también para sí mismos, en esa nueva realidad que no pueden asumir sino como accidente circunstancial. Y con ellos, Antonia, la mucama botín del derrumbe, como el otro sobrante en términos absolutos, encadenada al carro de los cartoneros por sus patrones devenidos en captores. Decadencia del ser humano. Decadencia social que saca a relucir lo más oscuro de las personas. Se muestran los desclasados sociales; pero no los más humildes y vulnerables, sino una familia de clase media, a la que le hicieron creer que pueden pertenecer a otro estrato social, pero que luego de que los usan, los descartan y terminan sin nada.
El chico de la habitación azul, sin dudas una de las más logradas del libro por su elaborada tensión en la trama y su poder evocativo del horror. Lazos familiares de perversión. Legitimación de lo “border” como signo de cotidianeidad. Una casa donde se respira el peligroso juego de víctima y victimario. Sin filtros ni doble moral. Todo comienza con la imagen de un joven encerrado por sus padres en una habitación de la casa. Confinado allí, desde niño, sin poder salir. Supuestamente por amor, para protegerlo del afuera. De la terrible sociedad. En realidad son padres monstruos que devastaron la infancia de un chico hasta convertirlo en uno de su propia especie. Con el agravante de que ese padre también hacía esto mismo con otras personas. Una realidad anclada en un pasado que no podemos olvidar. El teatro de Diani duele, escribió Cristina Escofet, y es cierto. Porque “su escena es una inmensa trama desoladora que desnuda una sociedad que no se reconoce ni en sus orígenes ni en su descendencia”.