Carga título de nobleza. Una cocarda de más de dieciocho kilates. Aunque a decir verdad no es de oro sino de un material, acaso, inasible. Fue uno de los integrantes de Pequeña Orquesta Reincidentes, aquella isla en la música argentina desde mediados de los noventa hasta casi el filo de la primera década de los dos mil. Pero, vamos, el hombre no vive de recuerdos. Por ello, ahí está, otra vez, después de más de una década: Guillermo Pesoa acaba de editar Casa, un disco de canciones nuevas junto El Viento. Aunque no le interesa que figure su nombre sobre todo lo demás, sino fundirse otra vez en lo grupal. “Es la forma de trabajo que me gusta. No sólo más fértil en cuanto al proceso sino también la más placentera. Poder trabajar en grupo es parte de mi formación artística. Y si bien Lunes es un disco mío y tiene mi firma, fue también un trabajo en conjunto y tuvo su tiempo de duración como banda”. Y agrega: “Necesito trabajar con otros”.
El Viento se formó hacia 2019. Pesoa en guitarras y voz, Micaela Cabral en batería, Guillermo Casal Luján en bajo y Santiago Pedroncini (otro ex Reincidentes) en guitarras y trompeta. La pandemia los agarró recién comenzados pero se abrazaron a lo que tenían, acaso lo más preciado de su hacer cotidiano: un par de canciones que Pesoa ya traía esbozadas y que de a poco fueron puliendo y dándole identidad. Una formación clásica, un sonido y una propuesta que parte desde el rock. Una electricidad contenida, sin estridencias. Una austeridad en lo que cabe todo lo que quieren decir y mostrar y nada más. Pim, pum, pam: no hay hojarasca. “En un momento dejé el piano y el acordeón y me vinieron ganas de tocar la guitarra eléctrica, sobre todo para componer de otra manera. Me gustaba ese nuevo enfoque. Por la limitación, porque no es mi instrumento; por ende, no puedo hacer todo lo que quisiera. Esa condición me parece interesante”.
Pasando en limpio: los instrumentos madre de Pesoa siempre han sido el piano y el acordeón. Desde allí pensó su mundo compositivo. Ese que, por ejemplo, desplegó en su primer disco solista, una joyita que llevó por nombre Lunes (2010) y que fue lo primero editado por un ex miembro de los Reincidentes luego de la separación. Nota no tan al pie: a la distancia, aquella repentina separación fue más bien un big bang: todos los trabajos –tanto solistas como en banda de Pesoa, Pedroncini, Guerra, Vintrob y Fernández– son, de mínima, de buenos para arriba. Los hay excelentes. Y todos llevan su identidad, su marca de origen. Y a decir verdad, durante todos estos años su silencio musical no es tal: porque sigue adelante con su histórico taller de composición musical, con la docencia y con una profusa obra repartida entre composiciones para cine y obras de teatro.
En comparación, aquel trabajo solista suyo tiene poco que ver con su actualidad. Porque en este nuevo ensamble el sonido queda definido en esa instrumentación clásica ya citada. “Es un sonido austero. Creo que para cualquier acto creativo, un camino más angosto para transitar ayuda mucho más a la producción. Muchas veces, cosas que se toman como limitantes en el mal sentido, si se las da vuelta y se produce en ese espacio que queda eso se pone más interesante. Y después me interesa la simpleza como síntesis. Que no haya nada maquillando. En la Pequeña Orquesta lo que siempre estuvo y sigue estando, por lo menos en mí y Santiago, que compartimos en El Viento, es la confianza en la música popular. La potencia de la música popular como algo simple. Me gustan mucho esos chamamecitos que no tienen casi nada; una guitarra, un acordeón: pasa algo en una canción así”.
Lo que persiste es esa intensa melancolía suya. Melodía, armonía, letra, la gráfica y los dibujos que aporta Ange Portier: todo señala hacia el mismo lugar. Un aire de fin de fiesta. “No sé si soy una persona melancólica pero evidentemente hay algo que aparece en las canciones que tiene que ver con ese orden. La tristeza me gusta, debe ser uno de los sentimientos de la felicidad, incluso. O su contracara. Es parte del sentir, de estar permeable a las cosas. A veces creo que estoy componiendo una historia alegre... ¡y después veo que no! Siempre se filtra esa otra parte. No intento ir adrede hacia ahí, pero tampoco escaparme cuando aparece”.
El poniente frente al río, un par de dedos marcados sobre un vaso; recuerdos que invaden mañanas, mediodías, atardeceres; un perro a los talones de alguien, un ladrido lejos; una noche cerrada acá, una mañana abierta y un tajo de luz que corta una habitación. Ese tipo de historias se cuentan en estas canciones que forman parte de Casa. El devenir cotidiano de lo más mundano. De lo que está al alcance de la mano o a un par de cuadras. Por ende, universal. Así, por ejemplo, la canción “Grillo” raya en línea recta con el breve relato “El abandono y la pasividad”, de Antonio Di Benedetto. Pesoa se declara admirador de su obra y en particular de ese texto. “Me interesa el mundo cotidiano. Lo que se modifica, la idea de huella, lo que estalla dentro de esa pequeña cotidianeidad, ya sea de felicidad, de tristeza o de lo que sea. Y la casa, en definitiva, es como un resonador de uno mismo. La casa a veces también es el barrio y cómo se lo transita. Uno ve allí, en el barrio, en la vereda, en la calle y en las personas lo que a uno le está pasando también”. Y agrega: “Me interesa la mínima historia en ese sentido”.
Luego recuerda, cuenta, vuelve: a su casa paterna y a un grabadorcito que dejaba prendido mientras él estaba en el colegio y sus padres en el trabajo. Dice que para saber qué sonidos, qué era lo que pasaba mientras no había nadie. “No estábamos, no estaba la familia en ese momento pero sí: esa familia está en las cosas de la casa. En mis letras muchas veces aparece algo de eso. Eso es algo que al día de hoy me sigue conmoviendo. En definitiva creo que todo eso tiene que ver con el paso del tiempo. Con lo irreversible, que es el gran temita nuestro. Esa sensación de una flecha que está tirada hacia adelante”. A su modo, quizás pueda con eso, con tratar de sacar de quicio al tiempo en su mísera ambición.
El Viento se presenta el viernes 3, junto a Acorazado Potemkin. En Uniclub, Guardia Vieja 3360. A las 20.