Portada de la edición argentina de La casa

Con la memoria familiar y colectiva como gran hilo conductor creativo, y mezclando el nervio del cómic clásico de aventuras, el relato autobiográfico y el rescate de la historia española reciente, Paco Roca se ha convertido en uno de los autores contemporáneos más populares de la historieta europea. Traducido a más de diez idiomas, ganador del Premio Goya al mejor guión adaptado por su obra Arrugas –un libro que en la primera década del siglo se transformó en best seller instantáneo–, además de reconocimientos como el Premio Nacional de Cómic en España o el Eisner en Estados Unicos –considerado algo así como el Oscar– Roca es también uno de los autores de historieta más premiados y adaptados al cine y la televisión.

Durante la última década, las obras de Paco Roca han logrado algo extraño para el medio, al menos en su volumen: han sido capaces de cruzar públicos, generaciones y expandirse a otros países y medios audiovisuales, aun cuando la obsesión del autor sea más bien hiper específica y hasta un poco críptica: una inclinada por las historias que aparecen en el territorio del pasado y la melancolía como big bang. Con ese tema, tan fértil como lúgubre, Roca ha logrado que autores como Matt Groening, el creador de Los Simpsons, se acerque a su mesa para pedir su autógrafo, y por estos días, justamente el título ganador del premio Eisner se publica en Argentina de la mano del sello local Hotel de las Ideas. Se trata de La casa, una historia autobiográfica donde Roca retoma la figura de su padre, un hombre de la clase trabajadora de la posguerra en España, que lo presenta al público de Latinoamérica como un autor enamorado del recuerdo, de las historietas clásicas de Tintín y Astérix, pero también con un bagaje fresco en el comic under español, en donde se formó y dio sus primeros pasos, antes de expandirse como autor integral.

En el 2007, con su historieta Arrugas, Paco Roca se convirtió en el extraño caso de un best seller con un tema para nada recurrente, más bien a contramano de una época donde se vive y se trabaja de ser joven, y siempre postergado en la ficción: la vejez. El cómic, que se desarrolla en un geriátrico, no es el primer trabajo del dibujante, pero sí el que lo hizo explotar en popularidad y lo llevó, entre otras cosas, a ganar el Premio Nacional. Arrugas es un devaneo sobre la soledad, el paso del tiempo y la enfermedad del Alzheimer, para el que Roca se documentó conmovido y curioso por la vejez de sus propios padres y para el que recolectó un anecdotario de historias inusuales y reales de hogares de ancianos.

Para quienes nunca lo han tenido en sus manos, su emprendimiento hoy podrían resonar bastante con obras como El agente topo de Maite Alberdi, la película chilena sobre la vejez nominada al Oscar el año pasado, pues más allá de ser efectivamente una obra cubierta del manto de melancolía de la memoria, el cómic tiene bastante de comedia, de acercamiento documental y acaso un toque de novela de aventura, un tono para nada condescendiente que congregó a diferentes generaciones curiosas por el tema. Arrugas vendió más de 60 mil ejemplares, una hazaña difícil para la historieta como medio en general, que sumado a ese estilo narrativo y gráfico de Roca, clásico, amable y en apariencia sencillo, acercó el cómic a un público no consumidor de cómics, que luego vio su adaptación al cine a cargo del director Ignacio Ferreras (ganador, además, del Premio Goya a mejor animación).

LA BÚSQUEDA DE LA IDENTIDAD

“Te sorprende que Arrugas sin tener ningún componente para ser un best seller al final funcionase así. Yo lo hice porque mis padres eran muy mayores y quería saber cómo se sentían. Ahí me di cuenta de las pocas historias que tienen a la vejez como protagonista, que hay una especie de fobia a empatizar con la vejez, siendo que indefectiblemente todos nos dirigimos hacia allá. Al mismo tiempo, la vejez es un tema que de alguna forma interesa en todas las culturas, especialmente en países de gran envejecimiento como España. Volver a tocar el tema ahora en La casa fue porque quise seguir manteniendo el hilo conductor. Si Arrugas lo hice porque mis padres eran mayores, La casa fue porque mi padre acababa de fallecer”, cuenta Paco Roca, de 53 años, con toda amabilidad, a través de una sesión de zoom desde su casa en Valencia, mientras trabaja en una novela gráfica de largo aliento, ahora, sobre un episodio de la memoria histórica española: las fosas comunes durante el franquismo, basada en un reportaje periodístico.

Paco Roca empezó publicando en Kiss Comix, una revista de historieta erótica española donde reversionó a personajes como Peter Pan, y más tarde fue parte de El Víbora, la famosísima publicación de cómic alternativo que desde fines de los 70 congregó el boom del cómic adulto europeo, pero sin duda, el dibujante encontró su voz autoral más tarde, cuando se aproximó decididamente a la memoria histórica, ese gran tema que cruza su obra. Quizás no sea precisamente la nostalgia por el pasado el tema de Paco Roca, más bien, cómo esas esquirlas indefectiblemente moldean la cotidianeidad colectiva del presente, pero también los aspectos más callados de la vida personal y más íntima. A veces esas historias están cubiertas de melancolía, otras de un sentido del humor seco, pero siempre parece sobrevolarlas una especie de humanismo extemporáneo, enamorado de la novela de aventuras, donde toda la épica del descubrimiento y el misterio se despliegan en historias de personajes sencillos: el poder de los clásicos. ​​

Entre los libros más reconocidos de Paco Roca se puede encontrar El faro (2004), una novela gráfica que homenajea las aventuras de Simbad y Los Viajes de Gulliver, donde un soldado intenta escapar de la guerra civil, el premiado El invierno del dibujante (2010), donde Roca cuenta con mucho afecto la historia de los autores de la editorial Bruguera en pleno franquismo, Los surcos del azar (2013), que se convirtió en un best seller del tamaño de Arrugas, donde se narran pasajes de la participación de España en la Segunda Guerra Mundial, o El tesoro del Cisne Negro (2018), una aventura a lo Tintin, adaptación del guión del diplomático Guillermo Corral, sobre una fortuna encontrada en un barco español en fondo del mar, que más tarde fue convertida por Alejandro Amenábar en una serie para Movistar+.

“Creo que mi interés en la memoria quizás empezó con Arrugas y con esa enfermedad que es el Alzheimer, que borra la memoria, borra nuestra identidad, deja un envoltorio sin el yo. Pero ahora ha acabado en algo más simbólico, en una idea de que somos lo que hemos vivido como personas, algo que podemos extrapolar a una sociedad, a una civilización. Yo creo que es una especie de búsqueda de identidad. Quizás también porque es una forma de entender el presente, un presente como este, donde no tenemos más creencias religiosas, o dogmas políticos, por ejemplo, y nos preguntamos qué somos, qué soy yo como individuo, como miembro de una familia o de una sociedad. Para mí, la solucion, mas que reflexionar sobre el presente, es mirar al pasado, ver qué de lo que soy viene de ese cúmulo de cirucnstancias. Imagino que este vacío que a veces encuentro en el presente me lleva a buscar sentido en el pasado”, cuenta Roca.

La casa, de Paco Roca

LO ATRACTIVO DE LO COTIDIANO

En La casa, publicado en 2015 por Astiberri, hasta ahora inédito en Latinoamérica pero que ya se puede conseguir en librerías argentinas con edición local, Paco Roca retoma el tema del paso del tiempo, el olvido y la memoria, pero ahora desde una perspectiva personal, con una mirada áspera puesta en su propia familia. En el cómic, tres hermanos se reúnen en su casa de infancia después de la muerte del padre. El tema es un tópico frecuente: los hermanos han decidido vender la propiedad, pero los recuerdos que despiertan con la visita a la casa empiezan a demorar un poco la decisión y generar otro tipo de conversaciones en la familia.

Lo interesante es que esa casa, a la vez particular y genérica, no es solo parte de una historia personal, es también un diálogo con la memoria colectiva española: retrata cómo las generaciones de la posguerra, llegado el tiempo de una breve bonanza, construían con sus propias manos una especie de legado para su descendencia en pequeñas casas rurales afuera del ajetreo de la ciudad. “Al principio, mis hermanos no entendían el éxito de La casa, o cómo esa historia, que era tan nuestra, podía interesar a alguien, les costaba entender que a veces lo que hace parte de lo cotidiano es lo que nos resulta atractivo, donde nos reconocemos”, dice Roca.

En su imaginario, esa casa, ahora idílica, había sido un campo de trabajo forzado, donde su padre los obligaba a él y sus hermanos a construir muros, plantar huertas, armar pérgolas y arreglar caños de agua todos los fines de semana. Tras la muerte del padre, la casa siguió su curso como si fuese una entidad independiente, en ese escenario Roca construyó su novela quizás más climática y silenciosa. “Es verdad que desde Arrugas a La casa noto que la visión es cada vez menos optimista, quizás menos poética y mas realista sobre la forma de ver la vejez. La casa quizás es mas cruda. Algo que me sorprendía mucho de mi padre era esta idea de que aun sabiendo que no vas a ver las cosas en el futuro, confías en que el mundo va a seguir estando sin tí. A mi me sorprendia ver que mi padre, ya enfermo, sabiendo que posiblemente no le quedarian muchos años de vida, seguía en esta casa familiar plantando arboles, plantando cosas que no iba a ver crecer. Tenemos esa forma de ver el mundo, sabemos que el mundo no se acaba con nosotros, que vamos dejando un legado para los demas. Imagino que la vida es así y es un poco el tema que me gusta, el del ciclo de la vida, de cómo gestionar los recuerdos y las ausencias”, cuenta Roca, que además aclara que la novela tuvo tal impacto personal en su vida que después del conflicto familiar no se decidió a vender la casa y terminó comprándola él mismo.

Es el lugar donde finalmente pasó los meses más duros del aislamiento pandémico y también donde inició su última obra publicada, Regreso al edén (2020), una novela ambiciosa, donde a través de entrevistas familiares reconstruye la vida de una familia humilde en la España franquista. La casa original en cuestión, además tendrá una segunda vida, ya que se convertirá en la locación de la adaptación al cine que por estos días está escribiendo Alex Montoya, un joven director español: será la cuarta adaptación sobre su obra.

“Mi padre venía de una familia muy humilde que pasó muchas miserias porque la época de la posguerra fue dura y para él dejar algo a sus hijos era algo muy importante, entonces ahora entiendo mejor. Tengo dos niñas y empiezo a entender, me veo haciendo el mismo rol de mi padre, me encanta podar los árboles, arreglar el campo, hacer eso que durante mucho tiempo odié. Parece que por mucho que tu te alejes acabas como regresando al punto de partida. Lo que no quiero, claro, es que mis hijas lleguen a odiar la casa como yo la odiaba, de momento no les estoy haciendo construir muros”, se ríe Roca.

UNA FUENTE INTERMINABLE

Son varias las adaptaciones que se han hecho sobre la obra de Paco Roca. A Arrugas, una película de animación, la siguió Memorias de un hombre en pijama, basada en la tira de humor que el dibujante hizo primero para el diario Las Provincias y luego para El País Semanal. Esta es la tira más alejada de su tema recurrente, aunque igualmente se convirtió en un éxito, compilado más tarde en sendos volúmenes. Anclado totalmente en la vida contemporánea, la tira semi autobiográfica sigue la vida de un hombre de cuarenta años que ha conseguido su sueño, hoy una pesadilla para muchos, claro: trabajar en pijamas desde el living de su casa.

Con guiños a Seinfeld y al formato sitcom en general, la tira repasaba con humor la aparatosa vida de un adulto joven freelance en una metrópolis, pero el proceso de la película no resultó cómo el autor esperaba: el tema previsiblemente se presta un poco al lugar común sobre soltería, relaciones sentimentales y demás temas un poco agotados, y finalmente se estrenó como una película sin su beneplácito y con malas críticas (aunque bastante cool, es decir con música de la banda indie Love of Lesbian y estrellas locales como Raul Arévalo). “Excepto esa, estoy muy contento con las adaptaciones en general, pero cada vez me doy más cuenta de la suerte que tengo en el mundo del cómic donde puedo contar lo que quiera sin pedirle permiso a nadie, sin tener que convencer a nadie. Ahora lo disfruto más sin involucrarme mucho, intento ver la obra como una obra separada de mí, descubrir cosas nuevas ahí. Lo importante es que la obra funcione como un objeto independiente”, dice el autor.

A Paco Roca le quedó un mal sabor en la boca. Antes más entusiasmado, hace tiempo ha decidido dejar de involucrarse del todo en las adaptaciones audiovisuales, para dedicarse de lleno de sus cómics, en los que dice creer más que nunca: “Me he dado cuenta escribiendo o vinculado con el cine que el mundo del cómic no tiene ninguna limitación, no he encontrado todavía algo que yo diga: esto seria mejor hacerlo en otro medio. Me parece que con su potencia se puede contar cualquier tipo de historia. Yo creo que el cómic puede funcionar en cualquier género pero es verdad que el cine le ha ido comiendo terreno en algunas partes como puede ser la acción, los superhéroes. Lo mas espectacular que puedes ver ya no lo ves en el comic sino en cine, pero el cómic sigue funcionando increíblemente para la introspección”.

Es cierto, igualmente, que además de esa mala experiencia, el año pasado se estrenó, via AMC para el mundo, la versión que hizo Alejandro Amenábar de El tesoro del Cisne Negro, quizás la adaptación más ambiciosa que se haya hecho sobre una de sus novelas. La serie se llama La fortuna, tiene seis capítulos y la protagoniza nada menos que Stanley Tucci. El director español convirtió ese cómic basado en hechos reales en una aventura con ínfulas spielgberianas que mezcla política internacional, épica viajera y un poco de policial. “Está muy bien la adaptación en varios sentidos, uno de ellos es que puedes llegas a otro tipo de público, como por ejemplo esta obra de Amenábar, que sin duda llegó a mucha gente fuera de mi radar. Es un público muy amplio, y es cierto que la mayoría nunca ha leído cómics, pero bueno, también es cierto que la mayoría nunca los va a leer”, se ríe el autor.

Por estos días, Paco Roca se aleja de la memoria familiar y está en proceso de una novela histórica cuyos bocetos muestra alegremente a la cámara, a pesar de ser un tema bastante brutal: la vida de un sepulturero que enterró cerca de dos mil cuerpos en fosas comunes durante el franquismo. “A veces me gustaría encontrar otras temas, pero bueno, como alguien que vive de las ideas y de las historias, el pasado es una fuente que no te la acabas nunca”, dice Roca, que espera estar en Argentina el próximo año, si el regreso a la vida como la conocíamos se lo permite. “Acá en España hubo una especie de amnesia colectiva para pasar página y pareciera que se decidió olvidar nuestro pasado, muchas historias quedaron en el olvido, hay demasiadas historias para contar. Lo malo es que también te deja unas cicatrices en la vida diaria, acabas involucrándote mucho, quitándote energía en el camino. Me apetece también hacer un cambio”.