Las recientes experiencias de la periferia europea muestran que cuando se incumplen los contratos electorales, normalmente se parten las “coaliciones progresistas” (llamémoslas así), luego se refuerzan internamente las posiciones conservadoras y los sectores más dinámicos se van por fuera con poco éxito o, si permanecen, alcanzan sus mínimos históricos en la consideración ciudadana.
Finalmente, tras este proceso de desgranamiento, gana las elecciones generales la derecha, en ocasiones en alianza explícita o implícita con la ultraderecha. Grecia, Portugal, y próximamente España son ejemplos de lo que señalamos.
En otra perspectiva, pero igual dirección conceptual, la experiencia reciente de Brasil muestra que cuando una coalición progresista entrega la política económica al neoliberalismo como lo hizo Dilma Vana Rousseff, los sectores conservadores internos avanzan (Temer) y finalmente se impone la derecha en alianza con la ultra derecha, tal el caso de Jair Bolsonaro.
Veamos esto un poco más de cerca.
En Grecia, la denominada “troika” (Banco Europeo, Comisión Europea y FMI) hasta obligó al premier Alexis Tsipras a desconocer el referendo popular rechazando la continuidad de las políticas de austeridad y el rescate propuesto por los acreedores.
Desencadenó así una profunda doble crisis –de gobierno y partidaria en Syriza que se quebró–, precipitando el recomienzo del ajuste neoliberal, ruinoso para la economía y el pueblo griego. Las elecciones anticipadas que se sucedieron al quiebre mostraron que Tsipras se afirmó en el gobierno, aunque con aumento de la abstención (pasó de 36,1% a 43,4%), mientras los sectores escindidos de Syriza, reunidos en Unidad Popular, no lograron siquiera representación parlamentaria al obtener el 2,8% de los votos.
Sin embargo, en el año 2019, Kyriakos Mitsotakis, líder del partido de centro-derecha Nueva Democracia (ND), se anotó una victoria neta y rotunda en las elecciones generales. Su formación aplastó inmisericordemente, sin paliativos, a Syriza, el partido que lidera Alexis Tsipras. Nueva Democracia se metió en el bolsillo el 39,8% de los votos, frente al 31,5% que anotó Syriza. Lo que, traducido a escaños, significó la mayoría absoluta para los conservadores, cerrando así el círculo del quiebre de la coalición progresista griega.
En Portugal en
el año 2015, el centro derecha ganó las elecciones legislativas, pero fue el
socialista António Costa quien se hizo con el poder gracias a una inusitada
alianza con el Partido Comunista y el Bloque de Izquierda. Fue el comienzo de
una experiencia política sin precedentes en el país.
Se la llamó geringonça,
'artilugio' en español, un raro mecanismo formado por partes variopintas que, a
pesar de todo, funcionaba. Sin embargo, la ruptura de la izquierda en
Portugal rechazando los presupuestos del primer ministro socialista António
Costa, precipitó al país a unas elecciones anticipadas que puso fin a un
acuerdo de Gobierno iniciado en 2015 y que representó una anomalía política por
las históricas diferencias entre las fuerzas de izquierdas –el gobernante
Partido Socialista y sus socios parlamentarios tras las elecciones de 2015 y
2019, el Bloque de Izquierda y el Partido Comunista -.
En
esas elecciones anticipadas, el socialista António Costa partidario de lo que
se llamó “austeridad oculta” salió fortalecido, luego de haber perdido el apoyo
de sus aliados políticos el año anterior.
España tendrá elecciones generales en noviembre del año 2023, siempre y cuando el actual Gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos consiga agotar la legislatura (lo que no parece fácil, dada la fragmentación del Congreso de los Diputados).
La decepción con la coalición progresista que está llevando adelante reformas neoliberales tradicionales, en especial en el campo laboral, dio nuevo impulso al Partido Popular que en virtual alianza con el ultraderechista Vox muy probablemente se impondrá en las elecciones del año 2023, mientras Podemos se quebró, su líder Iglesias se retiró de la política activa al menos por ahora y la nueva formación Unidas Podemos está en sus mínimos históricos en la consideración ciudadana.
En Brasil, Dilma Rousseff, literalmente “entregó” la economía al sector financiero encarnado por Joaquim Levy –banquero y ex funcionario del FMI–, que obligó a profundizar políticas ortodoxas, las mismas que Dilma criticaba a Aécio Neves durante la campaña.
Sucedió una fuerte crisis económica, quiebres internos en el PT y caída vertical del poder y la popularidad de Dilma, que asumió con 70% de aceptación para, en menos de 24 meses, caer a un dígito (9%).
Al respecto señalaba Gilberto Maringoni, profesor de la Universidad de San Pablo: “El ajuste dejó de ser una opción para el gobierno. Es su propia razón de ser. Si el ajuste termina, el gobierno cae. La contracción, los recortes, el brutal superávit y toda la catilinaria del neoliberalismo heavy metal –que Dilma acusó a Aécio Neves de querer implantar– llegó para quedarse. No es Dilma quien nos gobierna. Es el ajuste”.
Así las cosas, sostener la unidad, no romper la coalición sin entregarla al neoliberalismo económico y social, parece ser la acción política adecuada según la evidencia que disponemos hasta hoy.