El término suena intelectual, europeo, sofisticado: “distanciamiento brechtiano”. Un sustantivo de muchas sílabas junto a un apellido alemán adjetivado. Definitivamente algo que no se oye todos los días. Y sin embargo ahí está, al alcance de todos, como una selfie que alguien se toma para decir, “aquí estoy mírenme, no soy el personaje, soy la persona”. Después de todo, el concepto lo creó el dramaturgo alemán Bertolt Brecht, asociado —por error— a uno de los poemas más populares del siglo 20 ("Primero vinieron por los socialistas, pero yo no dije nada…” etc.).
Así, el concepto de “distanciamiento brechtiano” está aquí y entre nosotros. En buena parte del teatro actual, cuando uno de los personajes le habla al público para cortar la catarsis y la identificación que siente el espectador. Para que el público piense por sí mismo. Hasta en los dibujos animados de la factoría Warner Bros., cuando el coyote perseguidor, antes de ser dinamitado o aplastado, saca un cartelito con la leyenda “este es el fin”. Y entre esas gemas, “Duck Amuck”. Que sería todo un “Brecht Bunny”: en este corto de 1953, el pato Lucas es perturbado al extremo por el animador, pero sólo al final nos enteremos, guiño a cámara mediante, que era el conejo Bugs el dibujante que lo enloquecía.
Ray Liotta, que podía tener en pantalla la intensidad, empatía y violencia de un Bugs Bunny, murió el jueves pasado mientras dormía en un hotel de República Dominicana. Y fue acaso el protagonista de unas de las más originales escenas de la técnica de distanciamiento en el cine. Sí: le bastaron apenas unos minutos (los tres finales) de Buenos Muchachos para mirar a cámara y que su personaje convierta a una de las más grandes de películas de los 90, también en una expresión de arte y vanguardia. Algo no siempre sencillo dentro del así llamado cine industrial de Hollywood.
La escena es así: Ray Liotta / Henry Hill decide formar parte del Programa de Protección de Testigos para protegerse a sí mismo y a su familia. En el juicio en el que incrimina a todos sus exsocios es obligado por el fiscal a mirar a cada a uno de ellos (Paul Sorvino y Robert de Niro) y acusarlos. Pero luego hace otra cosa sin que ningún miembro de la justicia se lo pida: mira a cámara y nos confiesa que ya no puede corromper policías o sobornar jueces.
Una de las actuaciones más intensas del cine de Scorsese
Ya no tiene bolsas de cocaína junto a la cama ni joyas desperdigadas por toda su casa que valen miles de dólares. Que todo terminó y que es un don nadie. Y pronuncia en perfecto yiddish, él, un mafioso italoamericano, que es un “schmuck”. No sólo es uno de finales más perfectos de la historia del cine, salpimentado con la violenta versión de “My way” por Sid Vicious de los Sex Pistols, sino que es el broche de oro de una de las actuaciones más intensas de un cine, de por sí intenso, como es el de Martin Scorsese.
En el cine hubo directores, también autores (o sea, con un estilo reconocible, con una obra como un todo identificable y coherente) que utilizaron un mismo actor a lo largo de los años. Para que así actor y personaje envejezcan y maduren con las películas, con el paso tiempo y con la vida misma. Por ejemplo, el Antoine Doinel interpretado por Jean-Pierre Léaud en la saga de Los 400 golpes de Francois Truffaut o la pareja de enamorados de Julie Delpy y Ethan Hawke en la trilogía de Antes del amanecer.
Pero Scorsese y Liotta logran esa vitalidad en apenas un film: en los casi 20 años que transcurren de la vida de Henry Hill en pantalla vemos un despliegue actoral inedtenible. Un inventario de sentimientos que incluye felicidad (en su amor y su casamiento con Karen o al asestar el robo a Lufthansa), furia y los celos (cuando destroza a golpes de pistola a un vecino que le habló a su esposa) o la transformación (en segundos) de carcajada a terror y tartamudeo (cuando el personaje de Joe Pesci le pregunta amenazante en la famosa escena: “cómo que te parezco gracioso?”).
Liotta / Hill puede pasar del llanto y la desesperación porque su esposa tiró por el inodoro toda la cocaína que guardaba como ahorros, a prepararle pastas caseras a su hermano inválido o chequear (paranoico, desesperado, la frente brillando de sudor) si lo persigue un helicóptero del FBI. La película es la misma y es una sola, pero la actuación se desenvuelve como toda una filmografía de distintos géneros y estilos. Y además está, por supuesto, su voz en off que manda y acompaña todo el relato. Una voz dulce como sus ojos celestes pero áspera y callejera, como si Liotta hubiera hecho gárgaras con miel y cemento.
Ray Liotta: meterse en todos los géneros posibles
“Quiero hacer todos los géneros posibles” le dijo en una entrevista 2018 al medio Long Island Weekly. Y si suele decirse de un actor que “fue mucho más que tal o cual obra”, en el caso de Ray Liotta su participación en Buenos Muchachos es una Gestalt a la inversa: la parte, dio origen a un todo. O por lo menos a una gran cantidad de películas deudoras de su Henry Hill.
Porque si el cine de gánsteres siempre estuvo relacionado con el cine noir, el policial negro, el renacimiento de éste desde los 90 tuvo en Ray Liotta ciertamente una inspiración: entre muchas, películas como en Tierra de policías, Unforgettable de John Dahl, Smokin’ aces, las extraordinarias Narc (que él mismo Liotta produjo) o Killing them softly, no sólo contaron con él, sino que parecen pensadas desde un principio para personajes a su medida. Incluso en Hannibal -donde interpreta a un policía abusador y machirulo- que comía fetas de su propio cerebro, es como una contraparte (la policial) de sus personajes macho-alfa-mafia.
Con Scorsese trabajó una sola vez, pero su influjo parece siempre constante. En El lobo de Wall Street esa energía la aportó otro italoamericano, DiCaprio, como si la mafia hubiera cambiado las estafas y los aprietes por el hampa la bolsa de valores. Incluso en la serie Vinyl, sobre otra mafia, la del mundo del espectáculo y la música, el actor Bobby Cannavale parece haber sido elegido como un sucedáneo de Liotta.
También hizo comedias e incluso cine de animación. Participó en Bee movie y en dos películas de los Muppets: Muppets from space y Muppets most wanted. En los últimos años interpretó en A marriage story a un abogado de divorcio, Jay Marotta. Adam Driver, el protagonista, terminaba optando por un representante menos beligerante (menos mafioso), interpretado por Alan Ladd.
Espíritu de Los Soprano
Poco antes de morir dejó otro personaje secundario para el recuerdo. O, mejor dicho, dos: los gemelos Dick y Sally Moltisanti, en The Many Saints of Newark, precuela de la serie Los Soprano y una de las grandes películas de 2021. Un film a la altura de esa serie. Una serie además, que sin haber contado jamás con Liotta como actor invitado, no hubiera existido sin Buenos muchachos.
“Ray puede ser combustible incluso en su quietud” dijo Howard Deutch, quien lo dirigió en una de sus primeras películas, Something wild. Pero fue una quietud combustible que no gozó de tantos papeles protagónicos. No importa. Ray Liotta dio un puñado de muy buenas películas, participaciones en series, una intensidad sin igual y una película que es tan inoxidable como la amistad. Esa que Hill traiciona al final de Buenos Muchachos.
En España la titularon Uno de los nuestros, como en la novela Lord Jim de Joseph Conrad, en la que los indígenas malayos llaman Tuan Jim al protagonista, aquel en el que se puede confiar: “uno de los nuestros”. Como Ray Liotta y su técnica de distanciamiento. Un actor siempre cercano en todos los pequeños y vitales personajes que creó. Que, aunque no mirara a cámara, se dirigía al público siempre de frente, con su voz mansa y de cal viva al mismo tiempo. Como el final de Buenos muchachos, cuando actor, persona y personaje nos dicen que él también, a su manera, es como nosotros. Uno de los nuestros.