Es viernes a las 5 de la tarde y el contraste entre los interlocutores es capaz de sentirse a través de la línea telefónica. De un lado, el tránsito infernal de la Ciudad de Buenos Aires vuelve inescuchable la llamada, la cual hay que reconectar en al menos en tres oportunidades, entre los bocinazos que se tropiezan sin fin y la mala señal telefónica. Del otro lado, el piar de las aves armoniza la estabilidad emocional de Hernán Casciari, desde San Antonio de Areco, su residencia por adopción desde hace años. “Tranquilo, no hay apuro”, calma el entrevistado ante las dificultades que se suceden. La excusa de la entrevista es el estreno de Una madre extrovertida, el recital de cuentos con el que el escritor regresará al escenario con la presencia estelar de su mamá Chichita. La función será hoy martes a las 20.30 en el Teatro El Nacional (Corrientes 960).
“Nunca antes un escritor nacional se había dejado humillar por su madre en vivo, con la obvia excepción de Borges”. Esa es la bajada irónica, pero sin correrse de cierta verdad, de la obra de relatos que hoy volverá a encontrar al fundador de la editorial Orsai con su madre. Un reencuentro artístico, emocional y divertido para los espectadores, pero que en realidad contiene una génesis que es mucha más humana.
“El estreno del espectáculo tiene que ver, más que nada, con una cuestión personal”, reconoce Casciari con naturalidad en la entrevista con Página/12. “Después de la pandemia, mi madre se puso medio bajón, como que le entraron un montón de años de golpe. Ella siempre fue una mujer muy enérgica y la pandemia la apagó. Cada vez que me veía, ella me decía que teníamos que volver a hacer algo. Yo notaba que la obra es como una terapia para mi madre. Cada vez que le decía que podríamos hacer una función en tal lado, ella volvía a tener 60 años. Así que, entre las ganas de volver a las presentaciones y la situación que atravesaba mi madre, todo se fue dando para este regreso”, subraya el autor de Más respeto que soy tu madre.
-¿O sea que Una madre extrovertida surge más de una preocupación de hijo más que artística?
-No se si por ser buen hijo, pero subir a escena con mi madre es la única manera que encuentro de conectar con ella. No soy de ir a visitarla ni ella viene mucho a casa. No es que tenemos una relación muy fluida fuera del camarín. Entonces, esto también hace que yo sienta menos culpa como hijo. No es tanto por ser buen hijo.
-¿El escenario salva las distancias que tienen en la vida real? ¿O la distancia obedece a que viven en ciudades distintas?
-No, no queda tan lejos Mercedes de San Antonio de Areco. No es una cuestión geográfica. Por fuera del escenario no tengo mucha conversación con mi madre. En el escenario tenés que dar un buen pie, lo que nos obliga a trabajar juntos antes de la función. La obra nos permite relacionarnos alrededor de un tema concreto. Si salís de ese tema concreto, o entrás en el chusmerío familiar, que es aburrido, o entrás en el tema político donde la conversación se vuele absolutamente insoportable. Ella votaba a Alsogaray, tanto ella como mi viejo los dos siempre fueron muy derechosos. Yo salí para el orto… Entonces, es mejor esto.
-La existencia de cualquier persona está marcada por la presencia o ausencia de sus padres. ¿Por qué decidiste sumar a tu veta artística a tu mamá?
-Fue muy casual. Los dos estuvieron en mi infancia y adolescencia relacionados con lo que hago. No siempre por la positiva; también por la negativa. Que a veces mi vieja se suba al escenario tiene que ver con una casualidad: cuando en 2015 la invité a hacer un espectáculo que iba a tener una única función y funcionó muy bien, porque es muy profesional y muy buena actriz. Me divierte a mí arriba del escenario, es muy dada a la improvisación, sin desbandarse. Nunca he tenido un problema de ningún tipo con ella arriba del escenario y sale bien lo que hacemos.
-¿Te vas a dejar humillar por tu mamá? ¿Cuánto hay de guionado y cuanto de improvisado en el espectáculo?
-Hay una estructura, que es la serie de cuentos que yo relato y en los que ella participa. Tiene un guión y se escapa del guión cuando ella quiera, porque sabe hacerlo y porque el público está esperándolo con ansias. Dentro de lo que ella entiende lo que es la humillación, juega muy bien su papel, cuenta intimidades que yo juego a que no me gusta que cuente. En algún caso, no me gusta, pero a esta altura soy viejo y no me importa. Nos divierte mucho escaparnos a esa estructura.
El hombre orquesta
-Desde hace un tiempo a esta parte sos mucho más que un escritor, a partir del momento en que decidiste romper con el mercado editorial tradicional y abrir sus propios espacios con Orsai, que incluyen desde apariciones televisivas y radiofónicas hasta un bar. ¿Cómo fue ese pasaje del escritor a esta Pyme que sos hoy?
-A mí siempre me gusto todo el contexto de la comunicación. De hecho, antes de internet utilicé todos los recursos que tenía a mano. En Mercedes no es que escribía en un diario, sino que de chico fundé una diaria y una revista, y daba trabajo, me metía en las imprentas, compré una imprenta y después la fundí… Siempre fui igual. A mí no solo me gustaba escribir. Me gustaba ir a buscar la publicidad, meterme en todos los procesos de producción y distribución. Me gustaba todo el contexto. En el poco tiempo que duré en la industria editorial, noté que al escritor no se le permite enamorarse del contexto. Una de las primeras cosas que me pasó cuando publiqué en grandes editoriales es que iba para tratar de sentarme en la mesa de los diseñadores para ver el gramaje del papel, el interlineado, el marketing, y me sacaron cagando. Te dicen: “No, vos dejá el manuscrito acá y andá que nosotros te vamos a pagar el 10 por ciento de lo que te decimos que imprimimos”. Y se acabó. Obviamente, me di cuenta muy rápido que ese no era mi camino. No era lo que me gustaba sentarme a esperar que me pagasen el 10 por ciento de los que me decían que imprimían. Ese nunca fue mi deseo. Entonces empecé a hacer lo que era mi deseo, ya en época de internet, que me resultó más fácil de lo que lo hacía en Mercedes.
-¿Y seguís disfrutando del contexto, o el crecimiento y la diversificación fagocitó la pasión de entonces?
-Nosotros, como Orsai, crecimos un montón, pero como Hernán sigo siendo yo. Orsai es mucho más de lo que era antes, pero mi trabajo en los últimos años siempre fue aprender a tener buenos jefes de departamento con los que charlar. Son ellos los que hablan con mucha gente, pero yo solo hablo con ellos. En Orsai audiovisual hablo con una persona, en Orsai editorial lo mismo, y en la parte de eventos hablo con una sola persona. Y siguen siendo mis amigos de toda la vida… Después, ellos tienen muchos problemas y yo tengo muy poquitos problemas y también amigos.
El mundo editorial y sus trampas
-¿Escuchaste o leíste el discurso de Guillermo Saccomanno en la apertura de la Feria del Libro? ¿Qué te pareció?
-Lo escuché. En algunos planos estoy muy de acuerdo, en otros no. Suelo no estar de acuerdo cuando las personas que hacen arte le piden cosas al “papá Estado”. Eso genera pan para hoy y hambre para mañana, te acostumbra a no tener espalda, a no tener cintura. Y hay algunas cosas de las que dijo Guillermo que me parecen alucinantes, que me parecen buenísimas haberlas dicho en ese ámbito y no en otro. Me parece que lo más interesante del discurso de Guillermo no es tanto lo que dijo sino en dónde lo expresó. Porque lo que señaló ya fue dicho en otros foros donde todos estamos de acuerdo con eso. Lo interesante, lo divertido, lo disruptivo es haberlo dicho en la Feria. Y de esas cosas, muchas las comparto. Pero cuando un autor, un director de cine, un cantante, se levanta para pedir subsidios, me hace ruido siempre.
-¿Por qué? ¿Creés que, lejos de dar libertad, la presencia estatal vinculada al arte la limita?
-Hay dos cosas que pasan. Y no es una teoría, son las que pasan. Una es que siempre vas a tener “papá”; y es espantoso tener “papá” en el mundo artístico. No está bueno que alguien te diga hasta qué día podés jugar o bajo qué condiciones. La única manera de solucionar eso es poner toda tu energía en no tener “papá”. Y otra cosa que pasa es el achanchamiento y la tremenda comodidad del que recibe un sueldo. El sueldo es lo peor que te puede pasar en el cerebro para un artista. Es como una salida fácil: si no se te ocurre otra, pedile plata a tu papá. Me da esa sensación.
-¿Pensás que hay que escapar a la comodidad para mantenerse activo?
-Lo mismo pienso del privado, ¿eh? La revista Orsai no tiene publicidad y tampoco tiene subsidio. No tiene ninguna de las dos cosas, porque son lo mismo: “Papito, dame plata para la contratapa que quiero jugar a algo…”. Hay que correrse del paternalismo. Pongo toda mi energía en no jugar con eso.
-¿Pero entendés que en un momento de la producción o la construcción de un espacio independiente uno puede necesitar del “papá Estado o privado” para poder hacer?
-Hay que pensar dónde poner la energía. Es una enorme energía la que uno deposita en ir a las empresas a vender la contratapa, después tratar de que te paguen; siempre te pagan tarde y empieza la bicicleta en la que vos le tenés que pagar a otros… Toda esa energía, que debe representar el 75 por ciento del total depositado en un medio o una obra, hay que usarla en otra cosa. Es mucha energía. Es mucha gente pensando en eso. Y no veo tanta gente pensando en su obra, en su medio, en cómo mejorarlo, en la textura del papel, en que sea mejor la calidad de lo que se cuenta… Veo un montón de gente tratando de conseguir la plata. Y no sale bien después lo otro.
-¿Cómo se ve el mundo desde San Antonio de Areco?
-Como en cámara lenta. Trabajo mucho, tengo charlas muy vertiginosas, porque estamos haciendo de todo. Con mi amigo de Orsai audiovisual tenemos una película en marcha, una miniserie en pre producción y un documental rodándose. Con la gente de la editorial tenemos 14 libros saliendo, más los míos. Y con la persona encargada de los eventos hacemos mucho, el mes que viene estoy en Montevideo, Santiago de Chile, Costa Rica… Hay mucho. Pero cuando cortó los Zoom, hay un caballo al lado mío. Cuando corto el Zoom y salgo de casa, empiezo a caminar por un pasto enorme y todo eso queda tan atrás... Ese contraste es el que me gusta. Esa cámara lenta, de pensar que todo se empezó a mover en diferentes ciudades pero yo sigo acá me tranquiliza mucho.