“En la ciencia, a pesar de que ya hemos ingresado en el siglo XXI, persisten los límites borrosos entre la creencia, el mito y la ficción. Recordemos que sin la imaginación no serían posibles las hipótesis, y sin las hipótesis es imposible el avance del conocimiento”, señala Ana María Risco, investigadora adjunta del Conicet en el Centro de Estudios Modernos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT).
Para quienes cultivan una mirada llena de escepticismo respecto a aquello que les seres humanos insisten en denominar “realidad”, la ficción puede funcionar como un espacio confortable en el cual relajar los músculos y el pensamiento. Incluso, si el lector es valiente y se anima a aceptar que los límites entre realidad y ficción no representan más que una simple apariencia, podrá utilizar las herramientas de la literatura para intentar comprender (o por el contrario, problematizar aún más) los misterios más opacos que encierra la historia de la humanidad.
El desconocimiento tiene la virtud de encender la llama de la curiosidad. Como el acontecimiento de muerte no puede ser definido mediante una explicación que conforme a todos por igual, a lo largo de la historia, el vacío se ha llenado con contenidos variopintos provenientes de los campos religiosos, científicos y –también– literarios. Desde aquí, Risco analiza de qué manera los miedos asociados a los fenómenos de la catalepsia, la muerte aparente y los entierros en vida pueden localizarse en la prensa tucumana de siglos pasados, en los clásicos como Edgar Allan Poe y en tratados médicos antiguos; al tiempo que plantea la importancia de las investigaciones literarias para visibilizar autores que, de otra manera, se mantendrían en el anonimato.
–¿Por qué estudió Letras?
–Estudié Letras porque me gustaba leer. Provengo de una familia ligada a las humanidades (mi padre es filósofo y teólogo), a las ciencias sociales (mi madre es historiadora), y fundamentalmente a la docencia. De modo que esta vinculación familiar ha influido mucho en mis elecciones. Cuando era chica, la biblioteca de casa era todo un misterio y, sin hacer caso de las lecturas recomendadas por mis padres, elegía por cuenta propia los libros que me parecían interesantes y los leía. Como la selección era caprichosa, algunos no los entendía o eran demasiado elevados para mi edad, sobre todo los de filosofía. Me encantaban los textos de historia, las novelas y los de poesía. Sin embargo, en un principio escogí Bioquímica y tuve un primer intento frustrado. Muchos de mis compañeros lo reintentaron y otros tuvieron conflictos de vocación como ocurrió conmigo. Finalmente, elegí Letras y no me arrepiento.
–Ahora bien, con tantos temas por abordar, ¿por qué se interesó en analizar la muerte aparente y la catalepsia en la literatura?
–Durante el desarrollo de mi investigación en Conicet –cuyo tema principal gira en torno a las tensiones entre literatura y periodismo en la prensa tucumana de fines del siglo XIX y principios del XX– encontré el empleo del término “catalepsia” en el diario tucumano El Orden, en 1916. En este vespertino se empleaba el término metafóricamente como muerte parcial, episódica, no definitiva en vinculación con el cierre obligado de la empresa periodística por el lapso de tres meses. Se produjo, además, un enfrentamiento violento tras el cual se empastelaron las imprentas del diario, y luego la censura política en 1887. Por otra parte en la sección del folletín de ese mismo diario, se publica “Destino” (1898), un relato de Alberto García Hamilton –el futuro director y fundador del centenario diario La Gaceta–, que se encuentra en conexión con la cuestión de la muerte aparente, probablemente de la catalepsia y del entierro prematuro. Me decidí por su estudio y su análisis en comparación con Poe, que constituye una de mis lecturas favoritas.
–De modo que logró conectar la investigación con un tema de interés personal y una pasión que traía desde niña. ¿Por qué cree que la muerte es un tema tan recurrente en la literatura universal?
–Si por literatura universal entendemos “cultura occidental”, podría decirse que el interés responde a una inquietud por la incertidumbre ante el momento exacto de la muerte. Es un enigma que atraviesa la literatura y la filosofía desde tiempos remotos. El ensayo de Philippe Ariès, Morir en Occidente desde la Edad Media hasta nuestros días, es revelador en este sentido.
–Además de los diarios tucumanos y de las lecturas de Poe, en su investigación incluye el relevamiento de tratados médicos. ¿Podría contar al respecto?
–Por supuesto. Incorporo el examen de la catalepsia en tratados médicos del siglo XIX, guiada por la hipótesis de que allí encontraría un estado de la cuestión relativa a los entierros prematuros de la época que me orientara en el abordaje del texto de García Hamilton, pero encuentro algo más: en dichos textos había referencias a épocas antiguas, y a relatos del mundo grecolatino. Entonces, tras la lectura de ensayos sobre el tema, de libros como Después del entierro de Omar López Mato, y de artículos sobre catalepsia, de libros y tesis sobre la literatura gótica en conexión con Poe y el mundo antiguo propuse a un colega, el doctor Marcelo Martino, desarrollar estas conexiones. En el trabajo que realizamos, analizamos la Historia Natural de Plinio el Viejo, la Florida de Apuleyo y con Hechos y dichos memorables de Valerio Máximo, quienes recogen historias de muertos aparentes y proezas médicas para revivirlos. En ellos, se inspiran muchos de los relatos que son incluidos en los tratados médicos posteriores.
–En esta línea, ¿cómo diferenciar “lo real” de “lo ficcional”?
–Existe una tensión entre lo que se considera ficción y lo que se consideran hechos verdaderos en relatos tanto del terreno científico como del literario, borrándose las fronteras entre creencias, mitos, leyendas y el estado de la ciencia. En el trabajo abordamos esta cuestión en la Historia Natural de Plinio el Viejo. Se dudaba de su valor científico, pues había sido pensado con la mentalidad enciclopedista del siglo I, como una totalidad que recoge todos los relatos, científicos y prodigiosos, como muestra del esplendor y grandilocuencia que había adquirido el Imperio Romano.
–Es decir que, en el siglo XIX, los tratados médicos no se diferencian demasiado de esta combinación entre realidad y ficción presente en la mentalidad del siglo I...
–Es cierto. Allí pueden encontrarse los mismos relatos reiterados como historias veraces sobre hechos como los entierros de vivos. Y ya en el siglo XXI localizamos también textos que los reiteran como casos resonantes de la historia de la medicina y psiquiatría. Uno de estos famosos casos es el de Asclepíades. Por otra parte, basta recordar las mujeres con ataques de catalepsia y otras enfermedades que abundan en la literatura de Poe, que se reiteran en diversas obras literarias del mundo occidental. Según Foucault, era frecuente en el siglo XVIII que se atribuya estas afecciones de las mujeres con problemas de útero a la histeria como un mal del espíritu. Esta relación del letargo mórbido prolongado en mujeres con problemas de útero ya se menciona en el texto de Plinio.
–¿Cree que en la actualidad perdura el miedo social a ser enterrados vivos?
–Sí, efectivamente, el cine y la literatura contemporánea siguen nutriéndose de relatos e historias que tematizan este miedo.
–Usted analiza literatura. Hay corrientes de pensamiento que señalan que el arte no es susceptible de ser evaluado...
–Pienso que son declaraciones que dependen de otros modelos de funcionamiento y comprensión del arte, inspirados en un inmanentismo estético que solamente podría ser captado por un selecto grupo de expertos. No comulgo con esa tradición teórica. Desde mi perspectiva, la literatura es una práctica social, y como tal, es un quehacer humano que se explica y se justifica en sociedad. Son posturas teóricas enfrentadas e inconciliables, que muchas veces han llevado a confusiones, malos entendidos y al consabido desprecio por parte de las áreas del conocimiento que se consideran exclusivamente científicas.
–Por último, ¿por qué es importante realizar investigaciones en este campo?
–Pienso que muchas veces la literatura que se produce en el interior del país pasa completamente desapercibida. Mi idea era realizar una investigación que pudiera otorgar visibilidad a este tipo de cuestiones. Por otra parte, abordar los límites entre literatura y ciencia aporta al conocimiento un hecho: no se ha superado la necesidad y dependencia del relato para expresarse, por más técnico que sea su lenguaje, y que en la ciencia, a pesar de que ya hemos ingresado en el siglo XXI, persisten los límites borrosos entre la creencia, el mito y la ficción. Recordemos que sin la imaginación no serían posibles las hipótesis, y sin las hipótesis es imposible el avance del conocimiento.