Un recorrido general sobre la cobertura reciente de ciertos medios masivos respecto a la comunicación entre miembros de la coalición gobernante – y también de múltiples sectores de la actual escena política- pone en relevancia la temática sobre el conflicto y la falta de entendimiento como elementos centrales. Ello cobra entidad como una forma de desacreditar los debates internos, propios de una naturaleza democrática que plantea alcanzar acuerdos y consensos en la vida política. Además, se busca reafirmar la construcción de determinados soportes y espacios mediáticos hegemónicos – televisión, redes sociales, diarios, radios, libros de grandes editoriales- como la arena propicia para rendir cuentas frente a la sociedad y los miembros de los diversos partidos.
La pregunta sobre la relación entre medios y política abre posibilidades de comprensión que han sido reflexionadas en numerosos aportes teóricos. Solo por nombrar alguno de ellos, es posible mencionar el de democracia de opinión sobre la incidencia estratégica de los medios de comunicación en, por ejemplo, la conformación de las agendas de gobierno. También interesa aquella caracterización sobre la video-política respecto al, entonces, trascendente rol de la televisión, realizada por el politólogo Giovanni Sartori. Con estos aportes en mente, en lo que sigue se esbozan una serie de claves de entendimiento necesarias para repensar el posicionamiento de los medios y de los públicos, frente a los complejos escenarios políticos y económicos actuales.
En el marco del recrudecimiento del neoliberalismo en los últimos años -con incidencia en la falta de redistribución equitativa de los ingresos, la especulación financiera, la extranjerización cultural y de diversas áreas- el mercado de los medios de comunicación ha tendido a la concentración de su propiedad en manos de unos pocos grupos transnacionales. Ello se traduce en una falta de representatividad y pluralidad en los debates trascendentes. De este modo, las preocupaciones y necesidades de pequeños grupos con influencia en el poder mediático – nacional e internacional- pueden ser exhibidos como el interés de las grandes mayorías.
Por otra parte, de forma progresiva los cambios en la cultura política tendieron a dar mayor importancia a identidades individuales por sobre la pertenencia a un proyecto colectivo. Además, la pérdida de un entendimiento entre gobernantes y representados basado en la confianza y la identificación ha llevado, en muchos casos, a un descrédito del debate sobre las grandes ideas. Se abre paso, entonces, a opiniones inmediatas, que revalorizan el sentido común por sobre la opinión informada o incluso aquella que proviene de fuentes múltiples o verificadas. En el mismo contexto, cobra mayor entidad el presente de los hechos por sobre la comprensión holística e histórica del devenir de la actualidad.
Estos procesos no son fácilmente identificables y alimentan tendencias como la polarización – el conocido binomio de estar a favor o en contra- y la construcción de imaginarios sociales que hacen sentido con un repertorio de interpretaciones que ponen al lugar de “la política” en un permanente espacio de negación y desencanto. Ahora bien ¿Qué sucedería si se estimula una mayor innovación de proyectos comunicacionales para lograr representaciones menos homogéneas? Se trata de preservar la democracia de una interpretación lineal de los hechos y de los intereses de mercado de unos pocos actores que controlan los grandes medios y soportes. El objetivo es el de involucrar a una mayor cantidad de protagonistas que puedan desafiar el canon normalizado, incrementar la eficacia y cuantía de los debates y sobre todo desarrollar nuevas agendas con problemáticas que verdaderamente los representen. Todo ello debe suceder de cara a los políticos electos, tomadores de decisiones, como una de las formas de hacer más robustos los actuales escenarios políticos y de mejorar la calidad de representación.
* Licenciado en Ciencias de la Comunicación. Maestrando en Periodismo (UBA- IEALC).