En una plaza de toros las palabras del poeta provocan la mutación. Alguien entrará allí con el cuerpo acorazado y saldrá devorado por el alma de un torero. Se puede pensar y analizar los textos de Federico García Lorca, convertir su obra en una disertación que tendrá la forma de una contienda o se puede, al mismo tiempo, encarnar sus versos, pasarlos por el cuerpo como la forma suprema de la actuación. Esto sucede en Lorca. El teatro bajo la arena, obra dirigida por Laura Paredes.
Es el espacio, en el diseño de Rodrigo González Carrillo, que tiene la capacidad de contar, de establecer una narrativa por sí mismo, el que funciona como destino. Lugar que remite al pasado, sabemos que no ocurrirá allí ninguna corrida de toros, esa pista es hoy pura arqueología. Tal vez, por esa impronta de otra época, el espíritu de Federico se presenta sin reparos, desgarrando la palabra que se supone racional y expositiva, metiéndose de prepo en la argumentación de las dos académicas que están allí para discutir sobre su obra, para competir por el paper más innovador sobre el teatro del autor granadino y para entrar en furia como las mujeres lorquianas que arden, que estallan y que no temen cruzar los sexos. Porque hay algo masculino en Elena, el personaje de Claudia Cantero que se aproxima a Bernarda Alba con su bastón y esa autoridad extrema, mujer de una sola pieza que no puede impedir que alguno de sus súbditos se desbarranque entre tanta frase que impulsa el deseo.
En esta décima Invocación, una nueva pieza del ciclo que tiene como curadora a Mercedes Halfón, se unen la teoría, la reflexión y la recuperación de los textos catalogados como irrealizables de Lorca, principalmente El público pero también Poeta en Nueva York, con esa sensualidad que nos sigue encantando porque se inscribe en la magia nostálgica de la transgresión, en la cercanía con un mundo donde el sexo era lo prohibido y salirse de sus normas se convertía en un gesto político.
Es desde esa lectura donde el deseo se mide en su relación con el límite, que Lorca encuentra su mayor heredero en la figura de Pedro Almodóvar, de hecho esta puesta de Paredes establece un guiño con Matador y también con Hable con ella. El cineasta manchego hizo del sexo el código para pensar la transición española, los años posteriores al franquismo. Lorca es asesinado al comienzo de la guerra civil y los dos artistas marcan el principio y el final de los cuarenta años de dictadura en España. Si la obra de Lorca tiene un fuerte carácter simbólico, también es cierto que se sostiene en una descripción casi fotográfica de la vida en Fuente Vaqueros que él pasa por el tamiz de su poesía para poner la atención sobre esa sexualidad reprimida que se quiere contener pero que siempre surge para instalar la tragedia.
Aquí la lectura de los parlamentos de Lorca es la que hace real el deseo. Manuel Attwell es el sumiso ayudante de Elena . Su voz está atorada porque no se anima a salirse del libreto planteado por ella. Apagado y frágil, es hablado por su jefa que ha hecho de él un sirviente. Pero Mariana Pineda, a cargo de María Inés Sancerni, quiere ir en contra de las formalidades de la exposición pautadas por su colega. Aquí Paredes y Mariano Llinás como dramaturgxs, asumen los lugares comunes que es necesario eludir al momento de idear una puesta sobre Lorca, saben del imaginario que determina la mirada del público y, en lugar de ir en contra, de exigirse un nivel inefable de originalidad , deciden problematizarlo, convertirlo en un conflicto dentro de la historia. Gracias a capitalizar esta situación consiguen que surja el momento más bello de esta invocación. Esa fuerza romántica de creer (y también anhelar) que el arte puede cambiarnos, que la lectura o la interpretación de un texto puede hacernos devenir otrxs en el momento que nos identificamos con los personajes de una representación, que dos personas (en su rol de actores) son capaces de enamorarse al pronunciar la singularidad de ese amor que ocurre en la ficción .
De este modo Paredes y Llinás consiguen narrar a Lorca desde una lectura contemporánea y descubren que no hay nada más temerario que el amor, que la dramaturgia de Lorca iba hacia la pasión amorosa como un gesto agónico. Pero García Lorca fue alguien que, especialmente en el último tramo de su vida, quiso invadir el lenguaje escénico con sus preocupaciones teóricas y enlazarlas con la trama. Y, por supuesto, rescatan del autor granadino un humor tan persuasivo, tan atractivo y diáfano que sacude el canon. Lorca es esa sangre pero también es la resistencia apagada de una fiesta que siempre está a punto de volver a encenderse.
Lorca. El teatro bajo la arena se presenta los sábados a las 21 y los domingos a las 20 en el Cultural San Martín