Una de las escenas más graciosas de Los cuatrocientos golpes transcurre en el departamento diminuto parisino donde vive el protagonista con sus padres. El niño problema Antoine Doinel le había prometido a su madre sacarse una buena nota en la escuela con una composición y para eso arma una especie de altar con una foto de Balzac y le prende una vela. Casi incendia la casa. Pero lo que podría haber terminado en tragedia se convierte en una oportunidad para que la familia disfuncional salga y disfrute de una noche atípica de cine y paseo en coche.
Esta es de las pocas alusiones directas a la literatura en la película fundacional de la nouvelle vague y relato de iniciación de la saga autobiográfica de Truffaut. Es un guiño apenas (todas sus películas tendrán estos gestos) pero establece un par de correspondencias poderosas: fueron los escritores y sus libros quienes salvaron una y otra vez a aquel protodelincuente y le dieron un refugio frente a al desamor materno y orfandad paterna. Truffaut, como Doinel, nunca conoció a su verdadero padre y eso, sumado el clima de posguerra lo dejó bastante a la intemperie entre la rebeldía y el abandono escolar, las changas, las comisarías, el servicio militar y la deserción hasta que finalmente la pasión lectora devino en escritura, de cartas.
El resto: la organización cineclubes barriales; la crítica y teoría en la revista Cahiers du Cinéma y los casi treinta guiones y películas se apoyaron en la lectura febril y en cierto espíritu de fan que hizo que Truffaut empezara desde muy chico a entablar relaciones escritas con sus autores favoritos. Esta intensa actividad epistolar empezó en 1948 con Jean Cocteau (cuando el cineasta tenía 16 años) hasta el final de su vida en 1984, cuando murió de un cáncer cerebral. El intercambio reemplazó, en la mayoría de los casos, las llamadas telefónicas y los encuentros presenciales que tanto rehuía.
Las miles de cartas, recibidas y enviadas (solía conservar una copia), están guardadas en 120 cajas, veinte metros en fila, y conforman gran parte del acervo del Fondo François Truffaut de la Cinemateca Francesa. Ese archivo se fue transformando en diversos libros –el primero es de 1988– pero nunca, hasta ahora, se había hecho una curaduría del Truffaut groupie literario. La editorial Gallimard acaba de publicar Correspondance Avec des Écrivains, 1948-1984, un libro de casi 900 páginas que reúne la correspondencia del director con escritores que van desde Jean Cocteau hasta Ray Bradbury, pasando por Jean Genet, Louise de Vilmorin, Graham Greene, Henry Miller y Milan Kundera. También hay un breve cruce con Marguerite Duras, entre otras decenas de autores.
Compilado por el periodista e historiador del cine Bernard Bastide, el volumen echa luz no sólo sobre las lecturas fundacionales de Truffaut sino también sobre muchos de los procesos de filmación de sus películas ya que varios de los intercambios se basan en las adaptaciones al cine de algunas novelas. Además de poder espiar estos intercambios, a veces tan cotidianos y anodinos como pasar una dirección postal, a veces técnicos, a veces poéticos, los fans del cineasta pueden encontrar un mapeo de sus afinidades electivas, su familia literaria elegida, no poca cosa para alguien con subjetividad de huérfano.
En este sentido, estas cartas ponen en evidencia la formación autodidacta y apasionada de Truffaut y dan cuenta de varios rasgos de su personalidad: cómico, atrevido, al menos por escrito, y con una dulzura formal que traspasó a sus películas. Algo pasa con las palabras de Truffaut que siguen interpelando, y no sólo a su público. Sus cartas leídas en voz altas fueron llevadas al teatro en enero en París y ahora esta edición de casi mil páginas es un suceso editorial.
Leer sobre las preocupaciones estéticas y políticas de un cineasta obsesionado con las Crónicas marcianas de Bradbury (que también quiso adaptar) cuando efectivamente hoy existe un billonario que busca colonizar Marte despierta, por lo pronto, la curiosidad. Finalmente Truffaut se decantó por la adaptación de Fahrenheit 451 (su única película rodada en inglés) porque “La censura de los libros es en efecto un tema de actualidad y no solamente de ciencia ficción: se queman libros todos los días en todo el mundo y Fahrenheit me interesó porque mostraba a fondo ese drama de la censura de los libros”, dijo en su momento –años ‘60– durante una entrevista. Fuego y literatura, como aquella foto incendiada de Balzac en Los cuatrocientos golpes.
“Hacer una película o escribir una carta no es tan diferente. Me pasa de rodar una película pensando exclusivamente en una persona que quizás no irá a verla y me digo que estoy gastando cinco millones mientras que si escribiera una carta costaría un franco treinta”. ¿Qué sentido tiene leer cartas entre un cineasta muerto y escritores muertos en un mundo donde ya nadie escribe cartas? En momentos de virtualidad violenta y ansiedad social –en particular las de estos dos últimos años– volver a conectar con formatos de intercambio lentos, enfocados y con distintos niveles de densidad, puede resultar un bálsamo.
A JEAN COCTEAU
10 de noviembre de 1948
Maestro,
Aquí, nada de adulaciones, nada del bla bla bla usual, tampoco esas fórmulas clichés que sólo dan como resultado disimular la verdadera personalidad de quien las emplea. Fundo un club de cine sin ningún tipo de publicidad: la sesión inaugural será el domingo 14 de este mes con La sangre de un poeta. De su presencia o ausencia depende la vida o la muerte del Círculo Cinémane. El Círculo es un niño nacido prematuramente, tiene pocas chances de vivir; también le haría falta una incubadora, usted. Si usted acepta de presentar el domingo de mañana La sangre de un poeta, el niño vivirá, sino será otro nacido muerto. Es con un poco de angustia y mucha esperanza que espero, maestro, su respuesta.
Reciba, con esta súplica, mis muy respetuosos y admirativos saludos.
F. Truffaut.
DE JEAN GENET
Abril 1951
Mi querido François,
Espero no herirlo pero cuando lo he visto entrar en mi habitación, creí verme a mí mismo –casi de una forma alucinante– cuando tenía 19 años. Espero que guarde por mucho tiempo esa gravedad en la mirada y esa manera simple y un poco triste de expresarse.
Puede contar conmigo.
Jean Genet.
DE JEAN COCTEAU
20 de diciembre, 1960
Mi muy querido François,
Me puso feliz verte en buena forma y conocer a tu mujer. Pero fue un encuentro en el metro. Intentá mandarme algunas líneas para saber si todo marcha según tus deseos porque no me gustaría no saber en qué estás.
¿La próxima película¿ ¿Y Anna la bonne? ¿Y el árbol de navidad donde cuelgo la Rose d'Or y el Cabello de Ángel?
Tu viejo amigo,
Jean.
A JEAN COCTEAU
París, 5 de febrero de 1962
Mi querido Jean,
Vengo a embromarlo una vez más para pedirle si sería posible que enviara una pequeña nota sobre Jules et Jim subrayando en una frase el aspecto no inmoral de la empresa.
Este pequeño texto será utilizado sólo en privado, frente a Monsieur Henry de Ségogne, presidente de la Comisión de control, que acepta revisar la prohibición a los menores de 18 años si yo pudiera recoger críticas elogiosas y testimonios de personalidades.
No sé dónde lo encontrará esta carta pero estoy impaciente de tener noticias suyas,
Su amigo,
François Truffaut.
A RAY BRADBURY
Paris, 27 de abril de 1962
Querido Señor Bradbury,
Si tardé un poco en escribirle, es que la decisión a tomar era delicada, y una vez tomada era difícil de formular sin darle la impresión de ser un varón bastante indeciso. En una frase, he aquí los hechos: renuncio a filmar un película basada en sus nouvelles y le pido de reportar nuestras convenciones sobre Fahrenheit, que será entonces mi próxima película. Aquí algunas de mis razones:
1) Volviendo a París, me di cuenta de que tendremos en Europa una verdadera marea de película con sketches: los amores famosos, los crímenes famosos, las grandes estafas internacionales, Satan y los Diez Mandamientos, las fábulas de La Fontaine, etc, etc. Todas estas películas están en rodaje o en preparación, pero en las pantallas de París podemos ver actualmente Los 7 pecados capitales, Las pequeñas mañanas, y yo mismo he colaborado con un film internacional que se llama El amor a los 20 años. El éxito de estas películas está asegurado generalmente por muchos nombres de celebridades. Pero estas celebridades aceptan rodar tres o cuatro días entre dos grandes películas que usualmente son la causa del fracaso artístico ya que, para reunirlos hay que multiplicar las concesiones.
2) Para llevar a cabo esta película a partir de sus nouvelles habría que, en la preparación de la película, hacer un gran esfuerzo para identificar locaciones futuristas, vestuarios y accesorios ultramodernos y esto me va a quitar inspiración para preparar Fahrenheit, y este es el punto más importante.
3) Sólo filmo una gran película cada 18 meses. Si filmara primero una película a partir de sus historias esto llevaría a Fahrenheit a 1964 y pienso que incluso los productores de películas habrán comprendido que, desde Gagarine, no se puede hacer más las mismas películas. Es bastante importante que Fahrenheit sea la primera película europea de ciencia ficción.
4) A lo largo de nuestras conversaciones, Monsieur Congdon, insistió mucho en su necesidad de conservar los derechos de televisión de sus nouvelles. Desde hace dos años es imposible vender una película francesa a los distribuidores extranjeros sin conceder, al mismo tiempo, los derecho de pasaje de la película a la televisión, y nos enfrentamos aquí a dificultades prácticamente irremontables.
Creo que no me resultará difícil convencerlo ya que nuestro primer encuentro tuvo lugar para filmar Fahrenheit, pero le ruego me disculpe por haber presenciado todas mis dudas que normalmente guardo para mí, ya que suelo decidirme lenta pero definitivamente. Como sabía que lo encontraría en Nueva York, leí todos sus libros precipitadamente y no me tomé el tiempo de sopesar los inconvenientes y las ventajas. Fahrenheit es un tema fuerte que debe dar una película fuerte y es sobre esto que me gustaría concentrar todos mis esfuerzos.
François Truffaut.
A JEAN MAMBRINO
Enero 1984
Feliz año 1984, mi querido Jean.
Subo la cuesta, leo sus poemas, me ayudan y sus signos de amistad me conmueven mucho.
Afectuosamente suyo,
François.