Cuentan que Mahalia Jackson solía decir que si el blues es la música de la tristeza, el gospel es la música de la esperanza después de esa tristeza. Mucho de eso hay en el flamante tributo que la cantante británica Sarah Brown acaba de editar para homenajear a la reina del gospel a cincuenta años de su fallecimiento. Un disco que, además, significó para Brown dar el paso al frente luego de más de tres décadas de una trayectoria que la convirtió en una de las coristas más solicitadas de la industria. Su currículum impresiona: desde finales de los ochenta a esta parte trabajó con bandas y artistas como Stevie Wonder, Pink Floyd, Quincy Jones, Duran Duran, Roxy Music, Madness, George Michael o Simple Minds, cuyo cantante Jim Kerr alguna vez dijo “En un mundo sano, el talento colosal de Sarah estaría frente a un teatro lleno todas las noches”. Allá por 2001, mientras audicionaba como voz de apoyo en todos los temas de la primera gira reunión de Roxy Music, Brian Ferry se tiró a escucharla boca arriba en el suelo del estudio, las manos en la nuca y una sonrisa gigante en su rostro, y así supo que estaba contratada. Pero ninguno de esos recuerdos le sirvió de consuelo cuando a comienzos de la pandemia se descubrió en uno de los peores momentos de su vida. Quebrada económica y emocionalmente por un divorcio complicado, Sarah sintió que había tocado fondo hasta que vio la luz en los gospels a la vez celestiales y viscerales de Mahalia Jackson, esos mismos que había escuchado e imitado desde muy chica. “Me había quedado sin casa y sin marido, pero a la vez fue eso lo que me dio fuerzas: no tenía nada que perder”, dijo la cantante a la BBC. Entonces decidió que había llegado el momento y comenzó a preparar el disco que venía deseando desde siempre y finalmente acaba de ser editado: Sarah Brown sings Mahalia Jackson, una sentida puesta al día del legado siempre vivo de una de las cantantes norteamericanas más grandes del siglo XX.
“Mahalia nació en la pobreza, perdió a su mamá a los cinco, fue criada con su abuela con otros trece chicos y después fue niñera y cocinera para familias adineradas. No había mucho más a lo que pudiera aspirar una joven negra por aquel entonces, pero ella sola, sin ningún apoyo, se convirtió en una de las cantantes más grandes de su época”, contó Sarah. “Su propio fuego la llevó a hacer su camino. Y eso, para una chica de barrio pobre como yo, fue toda una inspiración”. Una muestra implacable de la potencia de Mahalia Jackson puede apreciarse en uno de los momentos más sobrecogedores del premiado Summer of Soul, el documental que retrata el festival llevado adelante en 1969 en Harlem con artistas como Stevie Wonder, Sly & the Family Stone, Nina Simone o la misma Mahalia, que se despacha con una versión de otro mundo de “Take My Hand Precious Lord”, la misma que había interpretado un año antes en el funeral de su amigo Martin Luther King (y la misma que, tres años más tarde, Aretha Franklin cantaría en su funeral).
No hay manera de separar la voz de Mahalia de esa intempestiva personalidad que la llevó a ser “la primera artista negra hecha famosa por negros”, como dijo de ella Martin Luther King. Nacida en 1911 y criada en la fe bautista primero y la pentecostal después, a lo largo de toda su vida rompió cuanta regla le pusieron por delante. Primero en la iglesia, cuando en sus presentaciones escapaba como del diablo de cualquier gesto de sumisión que hiciera de su registro algo accesible. Y luego en la industria, cuando le dijeron que si se adecuaba al jazz que sus productores blancos le pedían podía ser tan grande como Ella Fitzgerald. Ella se negó, llevando su gospel más lejos que nadie en la historia (su simple “Move On Up a Little Higher” vendió un millón y medio de copias en 1947) y haciéndolo bien suyo, con un registro blusero aprendido de su adorada Bessie Smith y una potencia provocadora atípica para la música religiosa. En sus shows, que la llevaron hasta Europa (fue la primera artista negra en cantar en el Royal Albert Hall), podía moverse como poseída para de pronto levantarse la pollera y coquetear con frases como “Seguramente entre todos estos hombres apuestos podré encontrar un buen marido”. También solía correr por los pasillos entre la audiencia mientras reventaba todo con su voz, esa misma que nadie pudo domesticar: “En la iglesia canto hasta que aparece el espíritu y acá quieren hacer todo en tres minutos”, se quejaba abiertamente de las discográficas. Tuvo sus propios programas de radio y televisión, eventualmente cancelados por la facilidad con que se bajaban los auspiciantes, y fue la voz musical que cerraba los discursos de Martin Luther King en los años sesenta. De hecho fue ella quien inspiró su frase más famosa cuando en medio de un discurso le gritó “¡Contales lo del sueño!”. “Es que estaba dando un discurso con palabras muy largas”, contaría Mahalia entre risas cuando le preguntaron por qué lo había hecho.
En su homenaje, Brown aborda temas clásicos de Mahalia para, a partir de allí, contar su propia historia: “Es un proyecto que vengo pensando desde hace veinte años, pero la insegura en mí decía ‘Estás loca, cómo te atrevés, mejor seguí cantando a un costado para otras personas’. Entonces me divorcié. Perdí mi casa, mi marido, todo. Y volví a Mahalia, a su historia, su infancia en la pobreza, sus divorcios, su potencia tan sexual y a la vez con tanta fe, esa manera tan honesta e inocente de contarse a sí misma. Vi todo lo que tenía en común con ella, y pensé… ‘¿Por qué no rendirle tributo desde mi propia verdad?’”. El disco fue grabado junto a un seleccionado de sesionistas compañeros suyos en diversas bandas, entre ellos Colin Good (Roxy Music) y Jerome Brown (George Michael, Eric Clapton), y junto a ellos retoma en clave jazz piezas como el gospel “Nobody Knows”, el más blusero “Summertime” o el eterno “Amazing Grace”. “Mahalia nos dejó un legado de autenticidad”, concluyó Sarah. “Estaba determinada a cantar donde sea y como fuera, estuviera en una discográfica o no. Y no iba a cambiar su voz. No buscaba la fama sino conectar con su audiencia de una manera honesta y personal. Nunca fue un títere de la industria. Se plantó en su grandeza y así llevó adelante su viaje único. Y su voz… ¡Dios, sí que tiene el blues! Sigue siendo única. Nadie cantó sobre la esperanza en tiempos difíciles como ella”.