La obra de Claudio Perrin ocupa un lugar distintivo en el panorama audiovisual de Rosario. El reconocimiento acompaña a sus realizaciones, con premios nacionales e internacionales. Pero sus películas cifran también los aspectos contradictorios del cine de Rosario, en donde el ejercicio diario de quienes pretender vivir del cine, o mejor aún, para el cine, contrasta con una “industria audiovisual” endeble, tantas veces capciosa.
No será novedad señalar que el impulso de proyectos personales, que distinguen una firma de autor, continúa como un desafío que debe lidiar con la situación económica, siempre prevalente. No es una realidad exclusiva de Rosario, donde así como en todo el país, el centralismo de Buenos Aires ejerce su fuerza de imán. En rasgos generales, la provincia de Santa Fe ofrece un escenario audiovisual confuso, alejado todavía de una organización cabal, algo que otras provincias, como es el caso de Córdoba, supieron resolver mejor, con estrenos anuales que alcanzan distribución nacional.
Si bien la expresión “cine de autor” adquiere hoy un cariz algo extraño, de rótulo genérico, como sucede con el denominado “cine independiente”, su acepción debe remontarnos al germen, a la “política de los autores” impulsada por los críticos de la revista francesa Cahiers du cinema hacia fines de los años ’50. Como distingue Antoine de Baecque: “La política de los autores es esta manera de apreciar y de defender el trabajo de ciertos cineastas en virtud de una visión y de una comprensión de su talento como realizadores”. No hay películas, hay autores, proclamaron los cahieristas. El desafío que les movilizó puede analizarse de dos maneras: como un episodio anecdótico en la historia de un cine de manual, o como estas líneas lo prefieren: una declaración de principios, en donde se privilegie la palabra “política”.
Desde esta acepción, hay que decir que Perrin es un autor, porque sus películas exhiben una concepción de mundo. Lo hace desde una puesta en escena personal, en donde su afán por contar historias lo lleva a una organización distintiva de los recursos expresivos. Sus relatos no sólo surgen legibles sino que permiten asociaciones temáticas y distinguen preocupaciones éticas: los conflictos familiares (Bronce, El Cuento), el afecto quebrado (El Desentierro), la escisión entre las clases sociales (Cosecha, Umbral, Rockambole), la doble moral (Cobani, Umbral, Cosecha), el paso del tiempo y su huella melancólica (Bronce, El Cuento), la presencia e influencia de la religión católica (Cobani, Bronce, Umbral).
Al recorrer su filmografía, a Perrin le caracteriza una confianza progresiva en el plano-secuencia, un recurso que le permite capturar la verdad emocional del registro actoral, desde la complicidad laboriosa con sus intérpretes. De ello se infiere el lugar dado al guion, prioritario y a la vez sujeto al devenir del rodaje. Entre Cosecha (1995) y El Desentierro (2020) el guion en el cine de Perrin muta de la previsibilidad meditada a la imprevisión del momento, del guion de hierro a páginas escritas por la cámara. Como ejemplo, en El Cuento el rodaje fue el que dictó la continuidad narrativa, cuyas situaciones deshilvanadas fueron organizadas en la edición por Verónica Rossi, aliada habitual del director. El caso extremo lo constituye la serie web Rockambole, que alcanzó los 30 episodios y al cierre de este libro prosigue, con ramificaciones que hibridan el relato como una película elástica.
Perrin es un director que confía en contar historias. Su vínculo con los géneros narrativos prevalece, a veces de manera clara, como lo hace Cosecha con el thriller, o Cobani y Terminal con el policial; otras tantas, desde variables que el director apropia –del terror, el fantástico, las road-movies– para la consecución de algo diferente o imprevisto, como sucede en Bronce, Umbral y El Desentierro.
El Cuento ofrece el mejor ejemplo. Ya el título de la película lo señala, en alusión al relato con el que la madre (Claudia Schujman) acompaña las noches del hijo (Zahir Perrin, hijo de Schujman y Perrin); en esos momentos, la historia se bifurca de manera fantástica y ratifica a la película en su intención: narrar. Como si Perrin aseverara, vía dúplica, su confianza en las historias y el legado amoroso que vehiculan. El Cuento está evidentemente dedicada al hijo, pero también al niño que el director fue. Toda la película –¿todo el cine de Perrin?– gira en torno a este gesto íntimo y (re)fundante.
Lo sepa o no, Perrin cuenta historias para salvar el mundo. A veces, los personajes tienen un mañana, como en Los deseos del camino y Bronce; otras tantas, se hunden con un dolor para siempre, como en Umbral y El Desentierro; o son guiados a un destino trágico, como en Cosecha y Terminal. Las historias descubren, muestran, acercan, redimen. Según el director:
“En el cine de mi barrio (Cine América, San Martín 3227, zona sur de Rosario), cuando era un niño, comencé a soñar con el cine. En esa época de la infancia en la que tendría entre ocho y diez años, muchas veces iba solo al cine. Entrar al cine era entrar a ‘El Paraíso’. Un lugar donde esas historias y aventuras maravillosas tomaban forma, entidad, y quedaba a sólo cuatro cuadras de mi casa. La absoluta soledad de la enorme sala (1.400 butacas), exaltaba mi imaginación y vivía el mundo que me proponían las películas. En el Cine América nació mi deseo de filmar. La sala de cine era un refugio, un templo donde todo era posible (tenía esa estructura monumental y hoy es un templo Evangelista, nada es casual). Todas las películas de mi infancia me han influenciado. Todas tenían lo que busco hoy en el cine. Fue en ese tiempo que me dije: ‘Qué lindo sería hacer películas. Hacerlas y verlas sería como vivir esas historias’. En la secundaria unos compañeros dibujaban historietas de ciencia ficción en papel vegetal y las proyectaban en una pared con sonido grabado en los viejos cassettes. Eso me impulsó y entonces los convencí de hacer una película. Allí empecé a filmar en Super 8 (con la cámara de un entrañable amigo, César Belfanti, quien hoy es el diseñador gráfico de Bronce). Luego de varios intentos fallidos, filmamos cuatro rollos y sólo uno salió bien, sentí mi primer frustración y abandoné la idea. A los 18 años me fui a Córdoba, con intenciones de quedarme a vivir allá, por una posibilidad de trabajo. Finalmente una tarde tirado en la cama, se iluminó de nuevo mi deseo de hacer películas, y fue definitivo. Me dije: vuelvo a Rosario a estudiar cine. Quiero hacer películas para volver a soñar. La vida ya me demostró que nunca sería como en la películas”.
Ahora, el director y su primera actriz (y compañera de vida), Claudia Schujman, enfrentan nuevos desafíos. El proyecto inmediato es Kimey, ganador del Plan Fomento 2020 del Ministerio de Cultura de Santa Fe, a partir del guion de Schujman. Según Perrin: “El proyecto lo ganó Claudia y lo va a actuar, yo lo voy a dirigir. Es la historia de una mujer que vive en una escuela rural, y enferma por el glifosato y todos esos pesticidas que ya sabemos andan dando vueltas, rondándonos. Transcurre durante el último día de su vida. Ella recorre los lugares por última vez, enfrentándose con sus fantasmas del pasado, con la gente querida o no tan querida”. Kimey tiene previsto su rodaje en la localidad santafesina de Carmen del Sauce.
El otro largometraje en etapa de preproducción es Scouting, en donde Schujman interpretará a una directora de cine con una enfermedad terminal. De acuerdo con la sinopsis provista en zahirfilms.com: “En un puerto abandonado encuentra la locación perfecta pero pierde el sentido de su última película”. Scouting será realizado en un puerto abandonado de Santa Fe, y contará con las actuaciones de Schujman, Bárbara Peters, Gustavo Guirado, y Miguel Bosco.
Desde lo que se puede intuir, la cámara de Perrin nuevamente indagará el mundo que nos rodea desde una sensibilidad particular, en dos propuestas de un existencialismo coincidente; la primera, a partir de una trama tan real como peligrosa, en función del veneno invisible con el que se fumigan campos y personas; la segunda, desde un cariz metalingüístico que bien podría llegar a significar una reflexión sobre el propio medio audiovisual.
Fragmento del libro «Claudio Perrín: el mar y la mirada de un niño» + Solxs. Se presenta el Jueves 2 de junio a las 20.30 en Cine El Cairo (Santa Fe 1120).La presentación contará con las presencias de Leandro Arteaga, Claudio Perrin, Sergio Gioacchini (director de CGEditorial), Sergio Luis Fuster (director de Estación Cine), y Marcelo Vieguer (Coordinador Serie Cine Rosarino).