El pasado 25 de mayo se conoció el fallecimiento del poeta, ensayista, académico y notable melómano mexicano Eduardo Lizalde, a los 92 años. Nacido en 1929, en el Distrito Federal, estudió Música y luego Filosofía y Letras, y a fines de la década de 1940 comienza a publicar sus primeros poemas en la prensa. Su primer libro, La mala hora, aparece en 1956 y, con algunos poemarios más, será parte de un etapa temprana, emprendida con algunos colegas como Enrique González Rojo Arthur, Arturo González Cosío y Marco Antonio Montes de Oca, conocida como “Poeticismo”, y cancelada-abandonada algunos años después, una historia explicada e ilustrada en el ensayo Autobiografía de un fracaso.
Es con Cada cosa es Babel, publicado en 1966, donde Lizalde se asume como poeta “legible”, con un libro que se tensa, centra y desarrolla entre la abstracción de la “cosa” u “objeto”, y las palabras y los seres, y donde, como le planteara al tijuanense Federico Campbell en una entrevista publicada en 1971, "la estética de Hegel” fue una influencia decisiva. Allí se puede leer: “Las cosas se distinguen de las cosas aullando,/ piden su nombre a gritos,/ reclaman su poeta./ Tienen sus cuatro patas/ bien puestas en la tierra, las cosas:/ mesas, garzas o serpientes,/ y dan su flor cuando alguien/ las reconoce en el coto cerrado y expansivo/ del lenguaje,/ premonición de un huerto/ donde el agudo olfato distinguiría/ los frutos de injertos posteriores”.
Un verso de Lizalde asegura: “El poeta está lleno de junglas arteriales”; un organismo salvaje, selvático, que propiciará la llegada de El tigre en la casa (1970), otro importante trabajo, muy distinto al anterior, que le deparará además como apodo definitivo “El Tigre”, aunque su bestiario sea más bien vasto: lobos y leopardos, aves y pájaros, leones y castores, lagartos y garzas, zorras y tigras, cobras y gatos. Cristina Pacheco, en su programa de conversaciones en la TV, dijo haber contabilizado más de cien animales en toda la obra de Lizalde.
La zorra enferma (1974) y Caza mayor (1979) son poemarios que avanzan en consolidar a Lizalde como una voz completamente original en la poesía hispanoamericana. Con Tercera Tenochtitlan, publicada en 1982, reeditada y ampliada luego, se asumirá el honor y el horror de vivir (padecer) en la moderna y abigarrada urbe. Por su parte, la abundancia de epígrafes son otro elemento distintivo en sus poemarios y poesías: exhiben lecturas y preferencias, amistades y tradiciones literarias: figuran citas y fragmentos de Antonio Machado, Dylan Thomas, Alberto Caeiro, Carlos Pellicer, José Gorostiza, Alí Chumacero, Horacio, Heráclito, Octavio Paz, López Velarde, Shelley, Vicente Huidobro, Kafka y Rilke, Keats, Baudelaire y Miguel de Molinos, entre muchos más.
Eduardo Lizalde fue además un prolífico escritor en otros terrenos: reseñista y ensayista literario y político, tuvo además actividad académica y de dirección cultural, y programas de radio dedicados a la ópera, como “Memorias y presencias”, además de “Opus 94” y “Contrapunto”. Su misma voz de barítono-bajo lo hacía distinguible, y se la halla leyendo sus poemas en antiguos CD’s, y actualmente en internet, además de entrevistas, conferencias y otras intervenciones públicas. La lectura fue además un trabajo que combinó con una faceta menos conocida o comentada: la de traductor de poesía.
En materia de experiencia política, estuvo un período en el Partido Comunista, del que fue expulsado junto a José Revueltas, y con quien puso en pie nuevas organizaciones políticas, de las que también serían ambos expulsados. Ya en La zorra enferma, cuyo subtítulo anuncia entre paréntesis “Malignidades, epigramas, incluso poemas”, se encuentran las pesimistas y nostálgicas piezas “Perdón, querido Karl” y “Revolución, tiendo la mano”, a las que hay que sumar –con similar humor al que profesara, con ironía y parodia contra el comunismo estalinista, Nicanor Parra en Chile– la breve “Atención activistas”: “El principal deber/ de un revolucionario/ es impedir que las revoluciones/ lleguen a ser como son”.
Por supuesto ateo, Lizalde también cargó contra la religión, como en “Carta urgente al creador del universo”, que comienza a la ofensiva: “Afortunadamente, Dios,/ afortunadamente para ti,/ no existes./ Se te hubiera mezclado en este horrendo asunto,/ si existieras./ Grande era el riesgo:/ Te habrían juzgado en Nüremberg/ como criminal de guerra,/ con otras inocentes y alemanas/ criaturitas tuyas/ y como el principal entre los delincuentes,/ el lobo entre los lobos”.
Octavio Paz, considerado por Lizalde además de amigo, poeta y maestro, destacó la combinación de sensibilidad e inteligencia en cada uno de sus poemarios en un breve texto de 1986, calificándolo sintéticamente: “Mirada-cuchillo de cirujano, mirada de moralista, mirada de enamorado”.
En materia de narrativa, en 1993 se publica la novela Siglo de un día, y en 2010 Almanaque de cuentos y ficciones 1955-2005, donde se encuentra el cuento “La cámara”, pionero texto de lo que ahora se conoce como “literatura de frontera”. Publicado en 1956, un año después de Pedro Páramo, Lizalde arma una historia emparentada con la de quienes ahora son denominados “espaldas mojadas”, en un intento de cruce de México a los Estados Unidos.
Empeñoso trabajador, incansable, Lizalde es permanentemente descubierto y revisitado por generaciones más jóvenes de poetas y estudiosos de la literatura y la cultura. Por sólo mencionar un ejemplo, en Poesía mexicana: Una introducción para zombis, publicado en 2016, Benjamín Valdivia lo calificó de “decano visible de la actualidad, un poeta de tono descarado, epigramático y punzante, pleno de agudeza y originalidad”–. Hay un enorme legado que es, sin lugar a dudas y parafraseando el título de un poemario de Borges, el oro del tigre.