Cuando una media es un dinosaurio
“Espero que mis obras ayuden a las personas a conectarse con su niño interior y redescubrir la alegría de las pequeñas delicias visuales, dentro y fuera de sus hogares”, es el sincero deseo de Helga Stentzel, artista nacida en Rusia que actualmente vive en Londres, y que otrora dirigiese un negocio de ropa para pequeños. Detalle que viene a cuento al observar su Clothing Line Animals Series, donde la mujer básicamente convierte remeras, buzos, calzones, calcetines, entre otras prendas que cuelgan de la soga, secándose al viento, en… animales. Una bombacha deviene blanca palomilla, medias largas y cortas en un temible dinosaurio, por poner algunos ejemplos del hacer lúdico de Stentzel, cuyo “entrenamiento” empezó cuando era una chicuela y visitaba a su abuela en un pueblito perdido de Siberia. “Mi divertimento se reducía a 2 canales de televisión y a encontrar formas de dragón, loros o erizos en alfombras y muebles de la casa”, dice hoy día quien aconseja “reducir la velocidad y mirar lo que nos rodea”. Helga, que ha trabajado en series pasadas con alimentos u objetos varios al alcance de la mano (a los que acomodaba para que adquirieran formas inesperadas), suscribe al “surrealismo doméstico, que se basa en encontrar algo de magia en lo mundano, ver la belleza en las imperfecciones y mirar nuestra realidad de manera fresca, con ojos nuevos”. “Gravito hacia este estilo porque creo que las cosas comunes tienen mucho potencial”, aclara quien invita a encontrar similitudes para pasar el rato porque, a su entender, “un suéter puede parecer un caballo; una rebanada de pan, un perro. Y ese es apenas el punto de partida, porque entonces nacen las historias: ‘¿Cómo sería la personalidad de estas criaturas?, ¿cuáles podrían ser sus nombres, cuál su carácter?, ¿les gusta correr con otros animales? Y la lista sigue y sigue”.
Respuesta animal a mails en vacaciones
Auténtico paraíso natural con un sinfín de volcanes, glaciares, acantilados, cataratas, Islandia lleva años siendo un destino turístico la mar de atractivo. Tanto es así que, previo a la pandemia, los visitantes han llegado a multiplicar por seis, siete a la población del país, que ronda –para más data– los 370 mil habitantes. Dicho lo dicho, la Secretaría de Turismo de este precioso país ártico no se conforma con que los veraneantes la pasen de perlas: quieren que realmente se desconecten mientras recorren las tierras, que estén genuinamente relajados mientras los rodean paisajes ciertamente impresionantes. Por eso, enterados de que casi la mitad de los turistas chequea sus emails laborales durante las vacaciones, y al menos un 16 por ciento lo hace hasta cinco veces al día, han pensado en una graciosa alternativa: que sean los caballos islandeses los que se ocupen de responden los correos. “¿De verdad les enseñamos a equinos del país a escribir en un teclado gigante? Sí, lo hicimos”, aclaran las delirantes mentes detrás de la campaña OutHourse Your Email, que en efecto permite delegar la tarea a uno de los tres animales que han “entrenado” para la faena. Se puede optar por el espléndido Litla Stjarna Frá Hvítarholti, caballo marrón de melena dorada, descripto como un tipeador rápido aunque propenso a tomar siestas; por Hrímnir Frá Hammy, un corcel “asertivo” y “eficiente” de pelo brillante; o por Hekla Frá Porkellshóli, de quien se dice que, además de ser muy amistoso, conoce “de todas las palabras corporativas de moda”. “Por su curiosidad, inteligencia e independencia, los caballos islandeses son sumamente especiales; ahora podemos agregar que responden emails a su larga lista de cualidades”, les echan loas a estos profesionales de cuatro patas, que galopando sobre un teclado hecho a medida “han creado una gama de emails que ayudarán a los turistas a disfrutar su viaje sin interrupciones”. Parecidos, todo sea dicho, a los extraños textos que consiguen pícaros gatos cuando se les ocurre caminar sobre la computadora.
Cura que no cura, pero trata
En estantes de farmacias a lo largo y ancho de Nueva York, han aparecido como por arte de magia cajas que dicen contener “píldoras para curar el racismo”. Que nadie se haga ilusiones; la ciencia no ha dado ¿aún? con ninguna fórmula química para revertir intolerancia, persecución, agresividad contra minorías. Se trata de una campaña de publicidad atípica, pergeñada por la agencia creativa independiente Anchor Worldwide para “Stop AAPI Hate”, organización sin fines de lucro que combate la creciente, preocupante ola de odio hacia personas de ascendencia asiática en Estados Unidos, que recrudeció tras la pandemia por covid. “No hay una dosis recomendada”, se aclara desde el packaging, y ya luego, en letra pequeña, agrega para potenciales pacientes: “Si experimenta pensamientos o comportamientos racistas y se siente cada vez más violento con los demás, simplemente quédese en casa y descanse. Para siempre. Nadie quiere racistas en las calles de la ciudad. Todos pertenecemos a Nueva York”. “Queríamos utilizar un mecanismo de comunicación poco convencional para compartir y amplificar nuestro mensaje contra el racismo, una enfermedad que se propaga e infecta la mente de muchísima gente”, ha dicho Aaron Sedlak, director de la firma publicitaria, que entiende que la metáfora no es descabellada: los crímenes de odio son, a su entender, una pandemia paralela, a la que hay que hacerle frente cuanto antes. A falta de vacuna, han plantado en las cajas de “cura” desperdigadas en farmacias de la Gran Manzana, un link para ingresar en la web de entidad benéfica y enterarse de propuestas reales para luchar contra el flagelo en curso. También en pos de “aliviar el malestar”, ampliarán la campaña en breve: con carteles en vía pública que siguen apelando al guiño médico, con un código QR que envía al sitio de “Stop AAPI Hate”.
No es un adiós, es un “muchas gracias”
“Un triunfo de la tevé”, “Hilarante y conmovedora”, “Lisa y llanamente perfecta”: tal ha sido la conclusión de la crítica británica, coincidiendo especialistas en sus apreciaciones sobre el final de Derry Girls, celebradísima sitcom que sigue los avatares de un grupo de chicas de secundario en la convulsa Irlanda del Norte de los años 90s. El cierre de la tercera y última temporada, emitida semanas atrás por Channel 4, parece confirmar el estatus de culto de la serie, de pequeña-gran joya que ha logrado menuda hazaña: sacar risas con el conflicto conocido como The Troubles como telón de fondo. “Era fácil dar un paso en falso, pero la creadora del show, Lisa McGee, nunca se equivocó”, redobla la prensa al despedirse de las chicas de Derry, ciudad donde transcurre la historia. Ciudad que, conforme señala un reciente artículo del Wall Street Journal, está en deuda con el programa. “La serie le ha dado una fama inusitada a la urbe; su colosal éxito ha impactado directamente en turismo del lugar”, destaca el susodicho rotativo, y los locales así lo corroboran: “Ha cambiado la demografía de nuestros visitantes, Derry se ha vuelto popular entre la gente joven, que viene de paseo como resultado de ver la tira”. Palabras de Charlene McCrossan, que dirige Martin McCrossan City Tours, empresa que ofrece –cómo no– recorridas a pie para visitar puntos de la ciudad donde transcurren tal y cual escena del show. Tan popular, dicho sea de paso, que incluso el Museo Ulster, en Belfast, incluyó una pieza de utilería de Derry Girls en su muestra Culture Lab: Don't Believe the Stereotype tiempo atrás: el pizarrón donde se anotan las diferencias entre católicos y protestantes (los últimos -¡desamorados!- odian a Abba; los primeros, aman el bingo y las estatuas). Según el Wall Street Journal, por cierto, otra consecuencia positiva del show ha sido un mayor impulso a las artes. Y no, no solamente por el icónico mural de las muchachas Erin, Orla, Clare y Michelle que emperifolla una de áreas principales de la ciudad irlandesa: simplemente han empezado a proliferar graffitis que muestran el costado tecnicolor de Derry, por fuera del histórico blanco y negro político, las pintadas paramilitares. “Tal vez sea bueno que el programa haya terminado: seguirá siendo un clásico de culto, algo sobre lo que la ciudad pueda seguir edificándose”, destacan los lugareños, evidentemente encantados con lo que ha logrado la tan querida sitcom.