La sala estalló en un aplauso a excepción de la primera fila de la derecha, donde el acusado, Fernando Farré, junto a su defensor, Adrián Tenca, se mostró inmutable como se había mostrado durante toda la semana pasada, mientras se desarrollaron debates, testimonios y presentación de pruebas. La decisión del jurado fue leída en la sala a las tres de la tarde: los doce miembros habían votado en forma unánime que consideraban imputable al acusado, única pregunta que estaba en debate, porque las pruebas de que había asesinado a Claudia Schaefer estaban al canto. Con ese mensaje, el juez Esteban Andrejín condenó al femicida a prisión perpetua, y ordenó la “privación, mientras dure la pena, de la patria potestad, de la administración de los bienes y del derecho de disponer de ellos por actos entre vivos”. Del sector izquierdo, que correspondía a la acusación, se registraron abrazos y lágrimas emocionadas. La más efusiva, la fiscal especializada en género Carolina Carballido Calatayud: “Espero que se muera en la cárcel”, confesó minutos después a los medios, con lágrimas en los ojos. Quienes conocen su labor como fiscal especializada en género recordaban su ríspida relación con las organizaciones feministas que respaldaban a dos mujeres, acusadas por CCC cómo cómplices de las golpizas que sus parejas propinaron hasta la muerte a sus pequeñas hijas.
“En relación a la acusación por homicidio calificado por el vínculo matrimonial y por tratarse de un femicidio, habiendo reunido doce votos positivos, declaramos que el acusado Fernando Gustavo Farré es culpable”, leyó uno de los doce jurados. En términos jurídicos, lo que había debatido el cuerpo de 12 integrantes seleccionados fue si el acusado era imputable o no. Es decir, si creían la versión de la defensa sostenida por el abogado Adrián Tenca, que impulsó diferentes líneas: emoción violenta, pérdida de la conciencia de lo que había hecho, cierto sesgo de locura y, finalmente, una vaga sensación de que Farré se había arrepentido con una carta escrita el año pasado (sí, el año pasado) a sus hijos, pidiéndoles perdón con tan escasa empatía que la lectura de la carta, un día antes de la lectura de la sentencia, terminó resultando un lastre ante el jurado.
Del otro lado, el jurado recibió la versión de la querella, representada por el reconocido abogado Jorge Sandro (fue letrado, entre otros, del todavía padre Julio César Grassi y de Gregorio Ríos –caso Cabezas–) y de la fiscal Laura Zyseskind (fiscal de juicio en la causa por encubrimiento por el crimen de María Marta García Belsunce), acompañada por la emocional Carballido Calatayud. La versión acusatoria presentó a Farré intencionado, y como que “actuó de forma premeditada, deliberada y cruel”. Los peritos oficiales abundaron en detalles sobre sus características de personalidad y las conclusiones a las que arribaron, que sostenían su imputabilidad.
Además de los abogados que representaban a Schaefer y a Farré en la intención de la víctima de lograr el divorcio, y que fueron testigos del femicidio, durante el juicio se destacó el testimonio de Sandra Schaefer, hermana de la víctima y a cargo de sus tres sobrinos. Su testimonio debe haber resultado demoledor como prueba, más allá de los alegatos de peritos y forenses. Especialmente porque su voz encarnaba la de los tres chicos, hoy de 15, 13 y 11 años. Voces que a Farré le resultó imposible acceder, pese al vano intento de la defensa por aproximar una mínima versión de sufrimiento por sus hijos con la lectura de una carta escrita en 2016 en la que, más que arrepentimiento, mostró frialdad y determinismo.
De todos modos, la tarea del jurado no resultó sencilla. La influencia mediática con la cobertura banal y espectacular del caso pudo haber comprometido la lectura correcta del caso. Se llegó a titular que “Farré habló y lloró” (al leer la carta dirigida a sus hijos) o que se “quebró”, mientras Tenca abría al jurado la hipótesis de que si hubiera tramado el femicidio a Farré le hubiera resultado más sencillo y menos riesgoso pagar a un sicario para matar a la mujer. A quién se le iba a ocurrir matar con mano propia teniendo a mano tantas posibilidades.
El defensor no sólo explicaba la supuesta irracionalidad al momento de cometer el femicidio, sino que echaba base a los pilares que sostiene la mirada judicial sobre la violencia de género salvo honrosas excepciones: que el femicida es una manzana podrida de la mitad de la pirámide poblacional que controla a la otra mitad. Fue el propio Farré el que terminaría demostrando al jurado que de enfermedad no había nada. Será cuestión de cada uno de los jurados, si es que se dejaron llevar por la crudeza emocional del caso, o si por detrás buscaron considerar como imputable a un hombre que, aún después del 21 de agosto de 2015, siguió siendo “un empresario”, rótulo calificador positivo si los hay en el periodismo argentino, bajo la suposición (como instaló la defensa) de que un empresario tiene demasiado que perder en el cálculo de pérdidas y beneficios si se trata de matar a una mujer. Si se dejaron llevar por el horror descripto en las imágenes forenses o consideraron a Farré no como enfermo mental, sino consciente de sus actos, no una manzana podrida ni un macho alfa, sino un representante violento de un mosaico de costumbres arraigadas que someten a la mujer y la castigan cuando busca rebelarse hasta con la muerte adoctrinadora para el resto, a decir de la antropóloga Rita Segato y de las multitudinarias manifestaciones feministas en las marchas de NiUnaMenos.
El jurado respondió con la imputabilidad, que llevó al juez Andrejín a aplicar la única condena posible ya que la calificación del delito cometido había sido, desde el inicio del juicio, “homicidio calificado por el vínculo y por tratarse de un femicidio (asesinada por el hecho de ser mujer)”, delito al que le corresponde la perpetua. Lo que se debatía ante el jurado no fue el delito sino la capacidad de Farré de saber lo que hacía al cometerlo.
Al cierre del juicio Sandra Schaefer confirmó a los medios que “mis sobrinos no quieren saber del padre, no quieren escuchar hablar de nada, quieren una nueva vida, olvidar todo lo que pasó. La carta (que el lunes leyó Farré para ellos en el juicio) no la escucharon. Parecía una cosa preparada. Si hubiera querido mandarles una carta, se las hubiese mandado”, dijo con total simpleza.
Más atrás, convocando a los medios, la fiscal Carballido Calatayud, emocionada hasta las lágrimas aseguraba en un análisis supuestamente apasionado que esperaba que Farré “se muera en la cárcel”. No hacía falta que recordara su dificultad en la lectura de género: los casos de Yanina González –absuelta pese a que Carballido la mantuvo presa dos años y pidió para ella 6 años y 7 meses de condena por el crimen de su hijita Lulú a manos de su ex pareja, Alejandro Fernández– y de Celina Benítez –a quien mantuvo detenida luego de que su hija Milagros fuera muerta a golpes por su ex pareja, Luis Alonzo– le valieron fuertes críticas del movimiento feminista al que dice representar en la Justicia.