“Es muy probable que este libro se haya comenzado a escribir hace varias décadas. Si tuviera que precisar una fecha, sería agosto de 1977, cuando desaparece mi hermano, José Rosenblum. Yo estaba exiliada en Israel desde junio de ese mismo año. Hacia fines de 1979 me contacté por correo con Amnistía Internacional de Londres y, un tiempo después, me enviaron un informe que habían elaborado: Testimonio sobre campos secretos dedetención en Argentina".

"Tenía 19 años, estaba lejos de mis padres, quienes se encontraban en Buenos Aires moviendo cielo y tierra para ver si lograban obtener alguna noticia de mi hermano –en la familia lo llamamos Pepe; en la militancia, Cacho o Cachito; y en otros ámbitos, José. Fue poco lo que logramos averiguar. Aunque no podamos confirmarlo, es probable que haya tenido destino de vuelo. En cuanto al informe de Amnistía Internacional, me resultaba imposible creer todo lo que estaba leyendo y me resultaba imposible no creerlo”, se lee en la introducción del libro Una imagen para decirlo, que la poeta Mónica Rosenblum editó con Paisanita Editora.

Una imagen para decirlo es una antología que reúne sesenta y tres textos de artistas argentinxs en torno a una misma imagen: el interior de un Skyvan, uno de los aviones utilizados en los vuelos de la muerte durante la última dictadura argentina cívico-militar-eclesiástica. Como se lee en la contratapa: “Una imagen para decirlo apuesta a una construcción colectiva y polifónica, que permita hallar, buscar, explorar las (im)posibilidades de dar voz a los vuelos: un suceso de nuestra historia del cual, por múltiples razones y debido a sus características, resulta tan difícil hablar”.

Mónica Rosenblum 

¿Cómo se te ocurrió la idea de hacer este libro?

--La idea surgió a partir de haberme topado la fotografía del interior de un Skyvan: uno de los aviones utilizados en los vuelos de la muerte durante la última dictadura argentina. La imagen está en el libro Destino Final, del fotógrafo italiano Giancarlo Ceraudo, quien, junto con la periodista Miriam Lewin, investigó durante más de una década sobre la localización de estos aviones. Encontraron uno, en Florida, Estados Unidos, y en ese avión también hallaron documentación que contribuyó a que, por primera vez, se sentaran en el banquillo de los acusados pilotos que habían participado de vuelos. Esto fue en el marco de la Megacausa ESMA, y, a fines de 2017 dos de esos pilotos fueron sentenciados.

¿Por qué elegiste esa imagen como punto de partida?

--Esa fotografía del interior del avión me impactó especialmente. El tema de los vuelos de la muerte me acompaña desde hace décadas. Si bien a lo largo de los años había visto otras imágenes, otros trabajos relacionados con imagen y memoria, es probable que la suma de varios otros factores haya sido determinante para que concibiera este proyecto. Entre ellos, el libro en el que se encontraba; el momento histórico: el juicio a los pilotos, la discusión acerca de la contabilidad de lxs desaparecidxs que recrudece cíclicamente, como sucedió en 2016. Creo que estos factores, sumados quizás a una maduración personal con respecto a este tema confluyeron tanto en la concepción como en la realización concreta de la antología. Pasé varios meses mirando la imagen del interior del Skyvan, hasta que sentí la necesidad de hacer algo con ella, y me fui dando cuenta de que ese hacer debía ser colectivo. La imagen fue el disparador para poder hablar de los vuelos; para hacer el ejercicio colectivo de darle voz a esa práctica de exterminio. Una vez tomada la decisión de armar la antología, fuimos conformando un equipo de trabajo, sin el cual no hubiera sido posible plasmar el proyecto. En un principio, se integraron Laura Mazzini, y Alejandra Correa; y en una etapa más avanzada se sumaron Juana Roggero y Gabriela Luzzi, directora de Editorial Paisanita y Natalia Fortuny en el posfacio. Y por supuesto, también fue posible porque Giancarlo Ceraudo cedió el original de la foto para este proyecto.

¿Cómo seleccionaste a los y las poetas que escriben?

--En Una imagen para decirlo participan no solo poetas, sino también actorxs, dramaturgxs, narradorxs, artistas visuales y una cantante. Uno de los ejes de la selección fue convocar autores de diversas edades y experiencias personales, de manera que las voces reunidas en la antología no fueran, necesariamente, ni en su mayor parte, de familiares o sobrevivientes. Esta determinación se basó en un intento de ampliar el círculo de las voces autorizadas para decir. Por otro lado, enviábamos la convocatoria por mail y una vez que lxs autorxs aceptaban participar, les hacíamos llegar la foto impresa a su domicilio: era muy importante la relación que cada quien pudiera establecer con la materialidad de la imagen. Como la convocatoria tuvo lugar durante la pandemia, esto no siempre fue sencillo; sobre todo porque el correo falló muchas veces y se complicaba el envío en ese sentido. Como toda antología, Una imagen para decirlo es un recorte, y como bien dice Paul Auster: uno debe resistirse a la idea de ver una antología como si fuese la última palabra con respecto al tema en cuestión. No es más que la primera palabra, una ventana abierta a un espacio nuevo. 

¿Cuál fue la devolución del público?

--Creo que el libro se está leyendo ahora, comenzando a circular; teniendo en cuenta que se presentó el 18 de marzo. Me resulta difícil medir el impacto que tiene. Sin embargo, algo que me conmueve mucho es recibir mensajes de personas que me cuentan que también tienen algún desaparecidx en su familia, personas que conozco con las que jamás habíamos hablado de esto, y algunas que no conozco y se acercan por las redes o por mail a compartir lo que les pasó al leer algunos textos.

¿Por qué contar desde el arte?

--Contar también desde el arte. Poner palabras a lo que pide ser dicho, a lo que fue silenciado. Contar como una forma de resistencia. Dejar de espejar ese silenciamiento que fue inherente a la represión clandestina de la dictadura cívico-militar-eclesiástica. Prender una luz en los recintos más oscuros. Mis compañeras de equipo y yo trabajamos en el campo de la literatura. Por eso, en este caso, hicimos un libro. No creo que esa sea la única manera, ni que sea una manera mejor que otras. De hecho, el dar testimonio, como lo hacen permanentemente los sobrevivientes de los centros clandestinos de detención tiene un valor incalculable. Y dado que esos centros estaban en gran parte inmersos dentro de las ciudades, y que muchas desapariciones sucedían a la luz del día, es probable que aún quede mucho por contar. En cuanto al arte puntalmente, creo que tiene la posibilidad de desnaturalizar lo que se pretende fijo y natural. Como dice John Berger en Cada vez que decimos adiós: No puedo decirte qué hace el arte y cómo lo hace, pero sé que a menudo el arte ha juzgado a los jueces, vengado a los inocentes y enseñado al futuro los sufrimientos del pasado para que nunca se olviden […]

Fragmento

“La alegría de confirmar que lo que pide ser dicho, finalmente, se dice. Y que lo que pide saberse, finalmente, se sabe. Alegría de haber podido, con otrxs, lo que pensaba imposible. Llevar a cabo este proyecto resultó una experiencia gozosa. Es esa, para mí, la gran sorpresa de la producción de este libro. ¿Una imagen vale más que mil palabras? Sí. Pero no. Una imagen para decirlo contiene cerca de 30.000 palabras escritas alrededor de una misma fotografía. En esta obra colectiva nada vale más que nada y el todo –preciosas piedritas, diminutos diamantes incrustados en sus letras- es lo trascendente. Sesenta y tres artistas argentinxs cuentan un fragmento de nuestra historia de formas diversas y con sus miradas particulares. Eso ya es una victoria, ya es una revuelta”, se leen las palabras de Mónica en la introducción.