Era un tarde de 2009 en St Louis cuando Brandy y su hijo Jayson, de 11 años, volvieron a su casa y vieron un cartel pegado en la puerta de su departamento. La madre lo leyó y se largó a llorar. Se trataba de una notificación de ejecución hipotecaria por falta de pago. “Me quedé ahí y sólo atiné a abrazarla. No sabía qué hacer, no podía ayudarla”, recordó Jayson. Fue el momento más duro de aquella dupla que se bancó todo durante una década y media para hoy poder disfrutar un momento soñado. Aquel chico es la superestrella de Boston Celtics –y de la NBA- y desde este jueves jugará, a los 24 años, su primera gran final, ante los Warriors. Estas líneas mostrarán cómo entre ambos hicieron un dúo invencible: la forma en que superaron cada obstáculo, desde no tener luz o para comer hasta tener que levantarse a las 5.30 de la mañana entrenar y soportar que una maestra le dijera que su sueño de NBA era imposible.
Todo comenzó en agosto de 1997 cuando ella, de apenas 17 años, se enteró que estaba embarazada. En ese momento,la vida le sonreía: era presidenta de la clase, jugaba bien al vóley y preparaba la fiesta de egreso del secundario mientras programaba su carrera universitaria. La vida cambió drásticamente, con poca ayuda de su novio, quien iba camino a ser un basquetbolista profesional. Luego de vivir seis meses en lo de su madre, Brandy quiso independizarse y compró, con un crédito, un modesto departamento en el campus de la facultad. Para eso debió trabajar mientras cursaba la carrera: en una oficina postal, en venta de pólizas de seguros o compensación laboral y en la venta de teléfonos celulares. "Había muchas noches en las que no había vuelto a casa y yo me iba a dormir", contó Tatum. Ver a su madre haciendo esos esfuerzos fue la inspiración para, ya siendo profesional, Jayson destinará dinero para iniciar un programa de apoyo -con vivienda y servicios públicos- para madres solteras trabajadoras.
En la casa de los Tatum, a veces alcanzaba para llegar a fin de mes y, a veces, no. En especial cuando papá Justin no enviaba su mensualidad. Era cuando tenía que recurrir a prestamistas usureros… Y cuando debían achicarse al punto de repetir la comida durante varios días. “Lo más habitual era la tarta de pollo, yo me comía el relleno y ella, los bordes”, recordó Jayson. La opción era, a veces, ir a pedir al vecino de al lado, aunque la vergüenza fuera demasiada… Pero nadie abdicó. Ella nunca abandonó los estudios y a veces, incluso, iba con Jayson, quien se entretenía con algún jueguito o durmiendo en un banco… Esa convicción la heredó de su madre.
-Vos, Jayson, ¿qué querés hacer cuando seas grande?
-Jugador de la NBA
La maestra se sorprendió y no tuvo la respuesta más alentadora. “Creo que vas a tener que cambiar tus sueños. Elige una profesión más realista”, le dijo. Jayson no aflojó. “No quiero nunca tener que hacer eso. Sólo quiero jugar al básquet”, le aseguró a su madre de las tantas noches que la veía leyendo libros.
-Bueno, si eso quieres, mejor que trabajes muy duro, eh.
Jayson lo hizo. Cada mañana se levantaba a las 5.30 para ir al gym. Una hora y media de preparación antes de entrar a clases. Frank Bennett, el coach de Tatum en el secundario, recuerda bien aquella rutina. “Yo llegaba 6.30 y ya estaba ahí. Pero lo más impactante es que lo hacía cada día. Sólo un día no fue, luego de que ganamos el título estatal. Fue su único día libre. Así era él, sólo trabajaba y trabajaba”, recordó.
El pequeño Jayson se potenció deportivamente cuando su padre, ya retirado de su carrera como basquetbolista, volvió al vecindario –y a la vida del chico- para ser entrenador formativo –hoy lo sigue siendo-. “Lo llevaba a jugar un torneo con chicos más grandes y metía 25 puntos por partido. Todos me preguntaban qué edad tenía…”, recordó. Fue un aprendizaje para el chico. “Algunos eran partidos duros, con jugadores más hechos, que no mostraban ninguna piedad conmigo. Hubo días que volví llorando a mi casa”, agregó. Con el tiempo se dio cuenta que eran lecciones que lo harían mejor, más duro.
La motivación aumentó al ver cómo personas cercanas llegaron adonde él soñaba, la NBA. Primero fue su primo, Tyronn Lue, quien debutó en 1998 y permaneció hasta el 2009, siendo campeón con los Lakers, y luego su padrino, Larry Hughes, quien fue compañero de su papá y luego dio el salto, en 1999, hasta el 2012. El escolta tuvo dos temporadas de 22 puntos de promedio y jugó con LeBron, con el que fue subcampeón en 2007. Justamente el Rey era uno de sus referentes y Jayson aprovechó la amistad de Larry con Justin para sacarse una foto cuando tenía 10 años. Ya en 2012, con 14, le escribió un tweet que se hizo viral años después, pidiendo que James lo siguiera en esa red social… “Sígueme, soy el sobrino de Larry Hugues, de Sant Louis, y el primo de Abe y RJ, hijo de Justin”, le escribió. Cinco años después lo volvería a cruzar, pero ya dentro de una cancha de la NBA.
Eran épocas de motivación plena para Jayson. La más cercana fue Bradley Beal, otra estrella de la actual NBA, quien nació en la misma ciudad y conoció a Tatum a través de su madre, quien era la entrenadora de vóley de Brandy y, a su vez, había trabajado en la casa de los Beal, cuidando a Bradley. Beal, cinco años mayor que Jayson, era una figura y llegaron a compartir picados. Fue cuando se dio cuenta del potencial que tenía Jayson y terminó siendo clave para que lo entrenara Drew Hanlen, famoso coach de habilidades que había trabajado con él y otros prospectos NBA. Hanlen no tomaba chicos tan jóvenes pero dada la insistencia de Beal y de la madre, optó por darle una oportunidad. “Debes creerme, Jayson es especial”, le dijo Bradley. “Se lo pido por favor, si es necesario que saque un crédito para pagarle, lo haré”, le dijo Brandy, con la habitual determinación ya famosa de la madre…
Hanlen lo puso a prueba. Fue tan intenso el primer entrenamiento que a la media hora, Tatum casi se desmaya del esfuerzo. Pero, fiel a su ética de trabajo y sabiendo lo importante de este paso, no renunció. Ni dejó de ir ni un solo día. El coach entendió rápidamente que estaba frente a alguien distinto. “Jayson no practica las cosas hasta hacerlas bien. Las practica hasta que no las hace mal”, describió Hanlen, quien lo armó a su gusto, como un rompecabezas, aprovechando la impactante disciplina de Tatum.
De chico, el padre quiso que fuera hincha de Boston y siempre le pedía a su hijo que mirara a Paul Pierce. Jayson, en cambio, tenía otra predilección… “Desde que veo básquet, a los cinco o seis años, me hice muy fan de Kobe… Amo el básquet por él”, admitió quien hoy es, justamente, el ídolo y mejor jugador de su archirrival, los Celtics. Como quería su padre. En estas finales de conferencia reafirmó su amor por Bryant. Usó un brazalete en su honor con el N° 24 y los colores amarillo y púrpura de los Lakers, sin importarle que fuera el archirrival de Boston. Desde hoy, buscando honrar a su ídolo y su historia, Tatum buscará seguir cumpliendo sueños. Para los que viene luchando desde aquellos primeros meses en los que, junto a su madre, superó cada obstáculo.