Quizá, si tuviéramos una conexión más directa con nuestros cuerpos, con la vida, con la naturaleza, de la que somos una mínima parte, revisaríamos con más exigencia y difícilmente consumiríamos estas cosas que hoy nos llevamos a la boca.

Advertir que el 80 por ciento de nuestros alimentos tienen que recorrer, al menos, mil kilómetros de distancia para llegar a las mesadas de las familias que estamos geográficamente localizadas en la Patagonia, es llamativo.

Los cereales, las legumbres, las carnes, los lácteos, por nombrar ingredientes o alimentos de producción primaria, dependen de rutas de acceso, de transportes, de depósitos, de mercados centrales, para luego ser transportados por el mismo camino en una escala menor o barrial. Pareciera que en la Patagonia Norte estamos destinados a ser la zona de sacrificio para la producción extractivista (explotación de gas y petróleo) y que para alimentarnos debemos servirnos del modelo de producción agroalimentaria desarrollado en otras partes del país. ¿Es necesaria tanta dependencia económica? ¿Por qué los menués se diseñan y planifican tan lejos de los territorios? ¿Acaso no hay, en esta región, capacidad social, técnica, económica, geográfica, para dar respuesta alimentaria a esta parte de la población?

Que la crisis es inminente, no hay dudas. La pandemia, las especulaciones financieras, el cambio climático, las guerras repercuten directamente sobre la población y su economía. Se profundiza la concentración económica y por ende la injusticia social. ¿Cuál es la respuesta, o la propuesta, a este escenario que pone de manifiesto el fracaso absoluto de un sistema económico que no solo genera hambre, sino que concentra la propiedad de la tierra para la elaboración de productos industrializados que envenenan? La Soberanía Alimentaria, basada en la Agroecología, viene demostrando que otra manera de producir y alimentarnos, es decir, de vincularnos con la vida, es posible. Viene a mostrar que esas actividades tan generosas como cultivar, elaborar, cocinar alimentos se vieron transformadas en lógicas de acumulación, especulación y destrucción del planeta. La Soberanía Alimentaria propone la generación de alimentos sanos, a precios justos, de estación y que promocionan el desarrollo económico y cultural local.

En este último tiempo, la alimentación se transformó en una práctica guionada, pautada por los grandes medios de comunicación que no sólo construyen opinión, sino también, un determinado sabor, que beneficia a las grandes industrias alimentarias. Es urgente y necesario recomponer los sentidos a través de una educación alimentaria, para reconectar con el territorio, para saber elegir productos de estación, valorizando la vitalidad de los alimentos en cada momento productivo, sin tanto interés y cosmética comercial. El paradigma de la Soberanía Alimentaria aborda la producción de alimentos desde un plano económico y social, y a la vez desde la perspectiva cultural como patrimonio viviente de los pueblos. Custodiar las semillas tradicionales adaptadas a las condiciones ambientales en las cuales son desarrolladas, cuidar la salud de los suelos, conocer las adecuadas técnicas productivas para el desarrollo del cultivo, elaborar alimentos con historia, identidad, recorridos y rostros, son prácticas inherentes a la Soberanía Alimentaria.

Apremia desarrollar políticas públicas que generen real acceso a la tierra y fomenten este tipo de lógicas productivas de motorización económica local, de estimulación del trabajo asociativo cooperativo, del cuidado del planeta y, por lo tanto, de la vida.

*Licenciada en Turismo, Universidad Nacional del Comahue (UNCo)
Antropología Alimentaria (FLACSO)
Profesora de Patrimonio Cultural y Alimentos I y II, y Alimentación y Sociedad en la Facultad de Ciencias y Tecnologías de los Alimentos de la UNCo.