La reaparición de versiones de la “teoría de los dos demonios” como narrativa que busca condensar la experiencia política argentina en las décadas del ´70 y ´80 no es simplemente una “reaparición”. Aunque cuentan con elementos comunes (su homologación de dos modos de violencia: la insurgente y la represiva estatal), su genealogía, el público al que se dirigen y sus consecuencias en la construcción de la memoria colectiva son distintos, ya que la versión “recargada” es capaz de producir un daño mayor e incidir en sectores sociales que no se hubiesen sentido interpelados por la versión clásica.
La teoría de los dos demonios surgió en los últimos años de la dictadura y primeros de la restauración institucional. Contra lo que se cree, no fue una iniciativa del poder hegemónico sino un discurso que nace de la propia sociedad, más allá de que muchos cuadros del alfonsinismo gobernante la asumieron como representación hegemónica, en tanto permitía a toda una generación eludir la interrogación sobre su rol en aquellos años.
La mayor potencia de “los dos demonios” radicaba en esta posibilidad de clausurar la pregunta sobre la participación de los contemporáneos a los hechos en el posicionamiento frente a la violencia insurgente (que había contado con fuertes consensos sociales, atravesando identidades políticas y clases) y ante los silencios, complicidades o consensos a partir del inicio de la represión estatal. Si la sociedad había sido víctima de dos terrores simétricos (la violencia insurgente y la genocida), entonces ese rol abstracto de víctima eximía a cada quién de preguntarse por sus acciones, garantizando que lo traumático no emergiera a la superficie y condenando de modo indiferenciado “la violencia” de “los otros”. Esto le dio su mayor efectividad y explica por qué fue aceptada con tanta facilidad por la generación que vivió el genocidio y por qué su cuestionamiento masivo recién logró fuerza suficiente a comienzos de los años ´90, cuando una nueva generación irrumpió en la política.
La versión “recargada” de la teoría de los dos demonios surge recién entre 2007 y 2010, con otras necesidades y apuntando a otros sectores sociales y etarios. Ya no es una narratividad centrada en los partícipes de los hechos sino que se vincula a sus hijos y a sus nietos. Intenta sembrar la duda sobre las conquistas del movimiento popular en la memoria colectiva. Ya no se trata tan sólo de que dos demonios violentos invadieran la sociedad sino de que la memoria popular habría construido una versión “incompleta” de la historia y que, para restituir la totalidad, para hacerla “completa”, habría que honrar a “las otras víctimas”, las “voces silenciadas”, que casualmente son los familiares y amigos de los genocidas, e incluso algunos de los torturadores. Voces que, por otro lado, jamás estuvieron “silenciadas” porque no hubo ningún autoritarismo que les impidiera enunciar sus distorsiones y difamaciones en estos cuarenta años. Pero eso no importa. Porque este discurso se dirige a la juventud recurriendo a su carácter crítico, a la natural inclinación a cuestionar las verdades establecidas, incluso apelando a las teorías conspirativas o a los lugares comunes contra-hegemónicos: “si la historia la escriben los que ganan, quiere decir que hay otra historia”, planteaba aquel tema de Lito Nebbia. Pero ahora es para legitimar la versión de “los que ganan”, que se presentan como los marginados y perdedores, en parte porque efectivamente perdieron la disputa por el sentido común, en parte como consecuencia del gravísimo error de haber convertido una verdad popular y de Estado en una consigna de gobierno.
Con esa apelación a la “otra historia” se igualan otra vez las violencias como en la versión clásica, pero ahora esa igualación tiene un sujeto empático distinto (las “víctimas del terrorismo”) y una figura verdaderamente demoníaca (los “terroristas”), en tanto se supone que ya fueron “suficientes” las condenas sociales y jurídicas al demonio estatal. Donde la versión clásica de los dos demonios buscaba en la igualación la legitimación de la condena a los represores genocidas (bajo la idea de que la violencia estatal fue tan o más terrible que aquello a lo que se venía a enfrentar), lo que esta versión recargada busca es la condena de la violencia insurgente vía el mismo proceso de igualación.
Igualar entonces a Cecilia Pando o Victoria Villarruel con Sabato o Alfonsín es un gravísimo error histórico, conceptual y político. La versión clásica de los dos demonios expresaba los límites de una generación para asumir la legitimidad de la violencia insurgente en contextos dictatoriales y de profundización de la injusticia y represión. Debía ser confrontada precisamente por ello (y de hecho así lo fue desde su origen) y la rebelión generacional permitió avanzar muchos casilleros desde aquel momento. Pero esta versión “recargada” no es el retorno de aquellos viejos demócratas acobardados sino algo nuevo: una estrategia de los genocidas y sus cómplices para saltar a la arena política, a la disputa por la hegemonía del sentido común.
El video que ha circulado en redes sociales (y que incluso fue utilizado por una docente en una escuela de La Boca) conminaba “pedí que te cuenten la historia completa” y luego desplegaba la imaginería conspirativa que recorrió todo aparato propagandístico genocida (ya no son los judíos narigones dominando el mundo sino los “tirabombas” atizados por fuerzas extranjeras, tal como denunciaba la dictadura). Las apelaciones en los medios masivos a darle voz a “los silenciados”, las continuas referencias a “quienes miran con un solo ojo” no buscan incidir en la población mayor para clausurar sus preguntas sobre el pasado, no son una reacción psíquica defensiva de quienes tienen dificultades para lidiar con su propia historia. No, para nada. Estas iniciativas “recargadas” han sido diseñadas con mucho tacto y buscan convocar a los jóvenes críticos, cuestionando las conquistas de casi cuarenta años de luchas populares: “yo te voy a contar la verdadera historia”.
Allí donde la primera versión de la teoría de los dos demonios esgrimía la igualación perversa para legitimar el juzgamiento de los genocidas, esta segunda apunta a la impunidad (se juzga a todos o a ninguno). Allí donde la versión clásica daba cuenta de un modo fallido de lidiar con el dolor de lo que no se pudo o no se quiso hacer, la versión recargada es una manipulación intencional de la memoria que busca legitimar a los genocidas e incluso justificar una reiteración del horror, intentando avanzar sobre una de las conquistas más importantes desde el fin de la dictadura: la deslegitimación de las fuerzas armadas como actor político. Algo que jamás estuvo entre los objetivos de la versión clásica de los dos demonios ni de sus soportes políticos alfonsinistas.
No hay que equivocarse entonces. Donde antes había un compañero confundido, arrasado por el terror, acobardado pero bien intencionado, hay ahora un enemigo esperando quebrarnos las piernas para salir de la oscuridad en la que debió subsistir a partir de la derrota de Malvinas y el fin de la dictadura. Sabemos quiénes son. Sabemos lo que quieren. Es ésta la verdadera grieta: entre los perpetradores de un genocidio y el pueblo que lo ha sufrido.
* Investigador Conicet, profesor Untref/UBA.