El libro Mestizo del Litoral es una producción etnográfica, histórica y antropológica que narra los modos de vida de los pueblos de Loreto y San Miguel, fundados a orillas del lago Iberá con pobladores guaraní-misioneros provenientes de las Misiones septentrionales. Esta investigación es el resultado de la tesis doctoral del antropólogo social Alfredo Poenitz, director de la Maestría en Cultura Guaraní-Jesuítica de la Universidad Nacional de Misiones (UNaM).
En diálogo con el Suplemento Universidad, Poenitz explicó el surgimiento y desarrollo de estos asentamientos, fundados en siglo XIX, tras la expulsión de los jesuitas de América, y qué sucedió con su legado.
–¿Cómo se dio ese adoctrinamiento entre las misiones y los guaraníes?
-A diferencia de lo que ocurrió en el resto de América Latina, no hubo una imposición del catolicismo por parte de los jesuitas a los guaraníes. Desde 1609 hasta 1768, en esta zona existió la provincia jesuítica del Paraguay, que fueron 30 pueblos donde los curas jesuitas evangelizaron a los guaraníes logrando el mayor desarrollo económico y poblacional de toda la región rioplatense conocida hasta el momento.
–¿A qué se debió ese éxito?
–Hay muchas razones para explicar el éxito misional de los jesuitas, pero básicamente, se debió a que lograron entender la cultura guaranítica. A tal punto que, en el aspecto económico, fue una de las zonas más ricas de la región, incluso cuando no existía la moneda.
–¿Cómo se comercializaba si no había moneda?
–En las misiones jesuíticas no existía el comercio ni la moneda ni el trueque. La cultura guaranítica tenía un sistema de reciprocidad que se llamaba “tupambaé”, que venía desde antes de su contacto con los jesuitas. El “tupambaé” fue una economía de tipo recíproca, de intercambio, tanto de bienes como de labores, basada en una red vial perfectamente planificada, que lograba que la dieta sea la misma para los pueblos del norte, que vivían en la selva, y para los del sur, que vivían en el campo, sin la necesidad de tener una misma moneda.
–¿Por qué decís que los misioneros supieron entender la cultura guaranítica?
–Por ejemplo, en el tema religioso, los guaraníes creían en “la tierra sin mal”, un lugar donde todo era felicidad, donde no había que trabajar para cosechar y donde las riquezas eran permanentes. Y a ese lugar se llegaba a partir de la elección que hacía el payé o el chamán, que se conectaba con los dioses a través de una serie de infusiones que lo hacían volar y estos le decían quién de los que se murió se iba a la “tierra sin mal”. Entonces, a ese le hacían honores, lo metían en una vasija muy grande llamada “chapecó”, y en algún momento los dioses iban, lo retiraban y se lo llevaban al paraíso. Entonces, los jesuitas les decían que el paraíso cristiano era eso, pero la diferencia es que al “cielo” iban todos los que creían. Además, a esto se le sumó lo que era la antropofagia ritual de los guaraníes que, cuando entraban en guerra, apresaban al líder del otro grupo y después lo cocinaban y se lo comían en partecitas y se lo dividían en toda la comunidad guaranítica para que cada uno recibiera un pedacito de ese tipo que habían matado ¿Por qué? Porque era el más valiente, el más carismático, el más inteligente, el más fuerte, y ellos consideraban que todos esos atributos se les incorporaban al comerlo. Por eso se entendieron tan bien entre jesuitas y guaraníes, debido a la eucaristía. Los guaraníes creían que al comer la hostia se convertirían en algo así como semidioses.
–¿Cómo se fundaron Loreto y San Miguel?
–En 1817, como consecuencia de la lucha permanente entre las fuerzas de Andrés Guacurarí y las fuerzas luso-brasileñas, todos los pueblos del Uruguay fueron arrasados y un grupo importante de gente, teniendo solo como equipaje las imágenes religiosas que habían heredado desde la época jesuítica, se trasladaron desde esta zona de Misiones hasta el norte de Corrientes, al lado del lago Iberá, y fundaron dos pueblos, Loreto y San Miguel, que son los nombres de las imágenes que trasladaron: Nuestra Señora de Loreto y San Miguel. Esos pueblos, que se incorporaron a Corrientes en 1828, pero estuvieron incomunicados con el resto de la sociedad correntina, sobrevivieron hasta hoy y, junto con ellos, gran parte de la cultura guaraní-misionera que traían desde el siglo XIX.
“La cultura guaranítica tenía un sistema de reciprocidad que se llamaba “tupambaé”, una economía de intercambio, tanto de bienes como de labores, que venía desde antes de su contacto con los jesuitas”.
–¿Qué permanece de aquella época?
–Hoy quedan ciertas costumbres típicas, como las celebraciones de los santos patronos (el 29 de septiembre es el día de San Miguel y el 10 de diciembre de la Virgen de Loreto). En esas fechas los pueblos reciben colectivos con gente de todas partes del país y hacen festividades, con grandes festivales de chamamé, donde en las estancias donan reses, hacen comidas populares e invitan sin costo a quienes llegan de otros lugares.
–¿Qué te sorprendió de tu primera visita a Loreto y San Miguel?
–Lo que más me sorprendió fue la facilidad con la que pude comprobar lo que en teoría había hipotetizado. Ellos hablaban en guaraní, tenían muy incorporado el sistema del trueque y había una relación muy particular entre las imágenes religiosas. Se creó un sistema de religiosidad informal, porque la lejanía generó que no hubiese curas y fue la propia gente la que fue asumiendo esa religiosidad, que la traían cargada desde la época jesuítica, pero que no tenía que ver con los elementos formales del culto católico, como la religiosidad hacia el Gaucho Gil, el Gaucho Lega y un montón de mitos religiosos que hoy están fuertemente ligados a la cultura correntina y que vienen de todo este mestizaje cultural.
–¿Y cómo se traslucía ese legado en la cotidianeidad?
Un ejemplo: un tipo tenía un mandiocal en el fondo de su casa, cosechaba la mandioca y después las repartía entre sus vecinos, y los vecinos casi que ni le agradecían. Les dejaba las mandiocas en el frente de sus casas. Ellos sabían que era Don Vicente, el que cosechaba las mandiocas y se las traía. Y había otro vecino que hacía lo mismo pero con naranjas. Cada vez que las naranjas maduraban las metía en una bolsa y las llevaba a los vecinos. No vendían. Como si hubiera cierta apatía por parte de todos. Pero ese intercambio lo vivían como una normalidad.
–¿Por qué elegiste como título del libro “mestizo del Litoral”?
–Los descendientes de los guaraníes que fueron evangelizados por los jesuitas son los mestizos de hoy. La historia jesuítica es una historia presente. El común de la gente de toda la zona del litoral es, digamos, heredera de las misiones por este mestizaje. Al heredero de las misiones tenés que buscarlo en el almacén de la esquina o en el peón de campo. Están mezclados. En su sangre, está ese mestizaje cultural. Como digo en mis clases: “Los mestizos somos todos nosotros”.