Okupas reestrenada por Netflix a mediados del 2021, se sitúa en un momento político sensible de la realidad argentina: aquel atravesado por una grave crisis económica previa al estallido social del 2001. ¿Qué generación masculina muestra esta serie? Precisamente aquella que tuvo su juventud a comienzos de este siglo. Intento unas respuestas en este artículo, fragmento de mi libro “Ni machirulo ni varón deconstruido. Una explicación psicoanalítica a partir de series canciones y películas” (Editorial Qeja Colección Ensayo).

Resumiendo su argumento, su tema es la fraternidad, retrata lo que en el lenguaje coloquial hoy llamamos mundo de los “Bro”. La historia gira en torno a Ricardo (De la Serna) y tres amigos: el Pollo, Walter y el Chiqui, quienes son invitados por aquél a convivir en una casa en litigio, de la que pronto se convertirán en okupas.

Centrémonos en Ricardo ¿Qué problemas de la masculinidad enfrenta? Precisamente el conflicto de cómo situarse en el universo masculino adulto. Su problemática apunta a diagramar los actos necesarios para afianzar su masculinidad; los que, además, debe exhibir ante los bro con los que comparte. Ricardo asume una posición masculina que es impostada. Juega a ser un chico malo. Nacido en una familia de clase social acomodada y sin ‘ocupación’ (dejó la facultad de medicina y no trabaja).

Toda manifestación de Ricardo es la expresión de aquello que Lacan divisó sobre la masculinidad al llamarla “la época del niño generalizado”. Él se comporta como un niño, que vive unas vacaciones y para quien es una diversión robar o consumir cocaína. El personaje de Rodrigo de la Serna es el de un joven que quiere dejar de ser un paparulo, pero al salir al exterior, termina siendo apenas un masca-pito. De ahí que nos podamos preguntar quién es el verdadero okupa en esta serie. Y precisamente Ricardo, porque justamente no pertenece a ese mundo. Juega a ser un chico malo porque se encuentra desorientado, no puede afianzarse masculinamente en un país que está en permanente mutación y, como la serie muestra por sustracción, carece de figuras paternas.

 

A su vez, Okupas habla de esa generación Ni-Ni, pero no me refiero solamente a aquellos que ni trabajan ni estudian, sino a aquellos que nacimos bajo un gobierno de facto o apenas terminada la dictadura, es decir que tuvimos la niñez en un período de transición. Tuvimos nuestra infancia en un país que volvía a la democracia, pero en el que nuestros padres todavía no creían, por lo que criaron unos hijos con referencias simbólicas e ideales en mutación. Nuestra adolescencia transcurrió en los irreales años 90, Generación X, aquella que perteneció a un mundo de ilusión, la del 1 a 1. Fuimos jóvenes en los años 2000, en donde la tecnología comenzaba a modificar los modos de relacionarnos. Pasamos de lo analógico a lo digital y quienes no pudieron hacer esa transición quedaron excluidos. La generación de jóvenes que Okupas retrata es aquella del “entre”, es decir, la que está entre la dictadura y la democracia, entre el peso y el dólar, entre la transformación de los modelos de masculinidad clásica y su mutación a nuevos modos que traía el nuevo siglo. Ocupar la calle, la ciudad, la vida pública, fue convirtiéndose en un desafío. Okupas despliega ante nuestros ojos el mundo de la generación Ni-Ni, el mundo en constante transformación social, cultural y política, que en definitiva también es sexual.
*Psicoanalista.