La ciudad cambia su fisonomía: los árboles se pelan, la noche se entusiasma y le quita horas al día. Es de noche, hace frío, pero el día y la caminata han empezado. La aplicación del clima en el teléfono celular marca 2 grados bajo cero, camino abrigadísima por la calle. A las 7, con tanta oscuridad, el invierno se avecina. Sí, yo llevo música en mis auriculares. Quiero calentarme con algo de música caribeña, y bueno, pintó la Canción protesta, de Aterciopelados.
Está gélido, y la ciudad sigue mostrando sus heridas: en una vidriera, completamente tapada con varias frazadas, duerme una persona. No hay música para esa injusticia. Y para el horror de pasar al lado, apurada, con algún destino, sin detenerse. Recuerdo el informe de Oxfam sobre el aumento de la desigualdad con la pandemia. ¿Y qué hacemos con eso? Hay un niño en la calle, escribió en 1958 Armando Tejada Gómez, y Mercedes Sosa lo dejó grabado junto a René Pérez en su disco Cantora. El poema original hablaba de “los accionistas de los niños descalzos”, y el mundo sólo ha empeorado. Niñx o adultx, no debería ser aceptable.
Y la caminata sigue. La ciudad ya palpita la marcha del 3 de junio, cuando miles nos acuerpemos para gritar, de nuevo Ni Una Menos. La música acompaña. La cumbia feminazi de René Goust. “Tan sólo por ser mujer, valiente y poco frágil, un incógnito virtual, por quererme provocar, me dijo feminazi”, canta sobre el avance del odio que se puede ver muy bien en las redes. “No me llames feminazi, ten respeto por un pueblo entero que sufrió”. Caminar con ese ritmo va calentando, a la espera del ritual de hoy. Y la lista sigue con Ni Una Menos, por Chocolate Remix. “Aquí llegó para molestarte esta intrusa”, avisa, y la letra nos va marcando el paso. “Haz con tu cuerpo lo que quieras, qué carajos”, nos arenga la Choco. La ciudad tiene marcas de crímenes todos los días, el martes, Georgina Maricruz Olguín, de 24 años, y embarazada de nueve meses fue hallada asesinada de ocho balazos en un camino rural cerca de Rosario. La cuenta se estira, amplía el espectro de los femicidios más clásicos, se cuela en las muertes vinculadas al delito organizado, y la rueda sigue girando. Mientras tanto, seis de cada 10 femicidios los comete la pareja o ex pareja de la víctima. Y los motivos del primer Ni Una Menos siguen ahí.
La mente me lleva a un disco inolvidable de Amparo Ochoa, trato de recordar la fecha de su publicación y no puedo. Google no me ayuda tanto. ¿Fue en 1976 o en 1985? Las canciones se disfrutan todavía. En La Mujer, cuenta sobre una -que puede ser tantas- y que “sintió ridícula la esperanza”. Es una poética descripción de la cotidianidad. “Por todas partes había mujeres, todas compraban y se movían. Cumplían aisladas con sus deberes, le recordaban a las hormigas. Sintió de pronto que eran amigas, sintió que todas eran amigas”, canta Amparo, y la esperanza deja de ser ridícula. La memoria -y la lista de Spotify- me llevan a Mujer, “mañana es tarde y el tiempo apremia”, arenga la cantora. De una música popular que murió en México, en 1994 a una guatemalteca de 37 años, me pongo a escuchar Siempre Viva, de Rebeca Lane.
Los caprichos de mi pensamiento caminante me llevan a Billie Holiday, y suena Strange fruit. En Estados Unidos un pibe entra en un supermercado para matar a afroamericanos, nosotres avanzamos, conquistamos derechos, nos plantamos, mientras una fuerza conservadora hace lo suyo para mantener los privilegios. Quiero seguir escuchando a las pioneras. Respect de Aretha Frankling le da paso a la gran Nina Simone, que canta al piano todo lo que no tiene: Ain't Got No, I Got Life. Ellas, las mujeres afro que nos deleitan con sus voces, también las pusieron para denunciar las injusticias.
Y entonces, en este juego de la cincha entre nuestros avances y sus embestidas, pienso en Francia Márquez, la abogada defensora del medio ambiente que podría ser la primera afrocolombiana vicepresidenta de Colombia. Antes de las elecciones, Aterciopelados y Bomba Estéreo lanzaron Siganme los buenos. “Porque este tiempo nos pertenece”, pusieron sus voces Andrea Echeverri y Li Saumet.
A veces, las letras de las canciones me trazan su propio camino, más allá de las baldosas sueltas, de los semáforos y las escuelas con sus veredas repletas de xadres e hijes por esquivar a primera hora de la mañana. Están allí, esperando para entrar, jugando, corriendo.
¿Cómo será la mañana de las presas? Ellas no podrán salir con nosotras a gritar Ni Una Menos pero también están en nuestro reclamo. Veo las imágenes de Karen G en una cárcel de Bogotá, y yo que ni la conocía, me entusiasmo con su 200 copas. Las imágenes me recuerdan a otra cantante popular, a Gilda, en una cárcel de varones.
De nuevo el contraste. Mientras se avanza en organización y conciencia, la mancha venenosa del sentido común se impregna de ese racismo pegajoso, el que ve a cualquier “otro” como potencial enemigo, el que sólo se conforma con anuncios de más cárceles, más patrulleros y más penas. Para desarmar esos sentidos también salimos, sin dudas ni ambigüedades.
Si me quedo en casa y miro la tele (qué antigüedad, hoy les pibes ven lo que quieren en YouTube), se me enfría el corazón.
Quiero bailar para calentarlo al ritmo del cuerpo. Aparece Corazón Herido y los pies no quieren seguir su caminata, prefieren el bamboleo de la cumbia. Piden No me arrepiento de este amor, y no hay forma de negarse a seguir ese ritmo. Las canciones de Gilda van más allá de los pensamientos, entibian la mañana. Dejan el cuerpo y el alma preparados para esta tarde. Como todos los tres de junio, mientras reclamamos, también nos abrazamos y bailamos porque -y bueno, no puedo evitarlo- ya lo dijo Emma Goldman, si no puedo bailar, no me interesa tu revolución. Y las ganas de bailar van con Que no, que no, de Las Taradas. El No, ese límite que tanto nos costó instalar, y todavía cuesta, es un ejercicio diario. Seguimos diciendo que no para poder construir nuestras libertades.
Ese no que ensayamos por décadas en nuestros Encuentros -y este año volvemos a decir- me lleva por las calles hasta la plaza San Martín de Rosario. El general -el que cruzó los Andes- me mira desde las alturas. En unas horas, la manzana estará repleta de manifestantes que marcharán hasta el Monumento a la Bandera. Un ritual que cumple siete años y llegó para quedarse, seguramente sonará Sara Hebe, y nos sacaremos La Bronca. Al final, todxs leeremos la proclama que se elaboró en las Asambleas Feministas, en un coro que se hará escuchar.
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