Para muchas personas que vivimos nuestra infancia y adolescencia entre los 80 y 90 Johnny Depp es una cara familiar. Una gestualidad de esas que se conocen de memoria y también una prueba viviente de todo lo que está “bien” en materia de masculinidad: el héroe medio roto, tímido pero avasallante en su belleza, sensible aunque rudo cuando es necesario. El éxito de Quién ama Gilbert Grape, El joven manos de tijera o Ed Wood son algunas pruebas de esta cercanía con la corporalidad de Johnny Depp, sus caritas, tonos de voz, maneras de entrar a la sala donde se desarrolla el juicio que hoy lo tiene como protagonista.

Después vinieron otras películas y tal vez los que fueran sus roles consagratorios para una cultura que está por demás acostumbrada a hablar desde sus figuras de ficción: Willy Wonka de Charlie y La fábrica de chocolate y el protagonista de la saga Piratas del Caribe. Tal es la varita del cine en las entrañas de la cultura que lxs abogadxs de Depp le hicieron un interrogatorio a su hermana solo para que ella dijera las palabras mágicas: “Capitan Jack Sparrow”, oración que perfumó el ambiente y la carita de Depp se iluminó en lo que fue una clase magistral de silencios, palabras, chistes, complicidad con otra chica linda (la abogada Camille Vasquez) y mucha ironía hecha de pequeños detalles como fruncir el ceño o reírse a carcajadas.

El juicio doble comando (porque él demandó a Amber Heard, su expareja entre 2012 y 2016 por los daños a su imagen después de una carta publicada en el Washington Post en 2018 donde ella recuerda haber sido violentada y ella lo contrademandó por el doble de dinero) que se desarrolló durante seis semanas en Fairfax, Virginia, dio como ganador a Johnny casi desde el principio: eso que en el tribunal estaba minimizado a expresiones pequeñas, en las redes y los medios de comunicación estalló como un tomate en un vidrio. Amber Heard fue expuesta, ridiculizada hasta el hartazgo, menospreciada pero sobre todo no escuchada en su versión de los hechos (que podrían haber gozado del beneficio de la duda) y que incluyen una violación y un cabezazo admitido por el propio Depp. Amber Heard fue acusada de no haber llorado con lágrimas, de actuar desesperación y desconsuelo, básicamente de ser una falsa denunciante que aprovechó el coletazo del #MeToo para victimizarse y sacar ventaja. El mundo estaba un poco ávido del personaje que ella encarnó y que el feminismo conoce de memoria: la mala víctima. 

Amber Heard: la víctima fallada


La mala víctima es la que no aparece chorreando sangre (pero en este caso tiene pruebas concretas de haber sido violentada físicamente), la mala víctima es la que no quedó con secuelas visibles, la que no tiene la cara borrada por el ácido o el cuerpo quemado con fuego, la mala víctima es la que tiene dinero para pararse frente a un mega famoso millonario, la mala víctima fue violenta también en el pasado que se juzga, la mala víctima fue infiel, se burló de su ex, la mala víctima merecía ser violada con una botella (o eso formó parte de un ritual de lo locos y drogadictos que eran en esa pareja), merecía un golpe en la cara por burlarse de un icono sexual y no valorarlo, merecía la humillación pública por no entender que su ex tocaba rock and roll del bueno con otras estrellas mundiales. Todo eso resumieron horas de tweets, memes, burlas. Horas de aire virtual que no le va a alcanzar la vida a Heard para pedir explicaciones. Y si todo lo que ella decía era verdad, ¿cómo vamos a resarcirla?  A nadie le importa porque a la mala víctima no hay que resarcirla; solo su calidad de víctima fallada alcanza para el castigo. Es ahí donde reside su debilidad.

El tema de la verdad es una constante en las denuncias de abusos y violencias: allí donde no existen pruebas fácticas de maltrato, lo único que queda es la palabra, y si algo empezó a ecualizarse en estos años de Ni Una Menos al presente parece haber sido: con la palabra alcanza. Porque ¿cómo puede sino un niño o niña enfrentar a un adulto que lo acosa? ¿cómo puede una persona defenderse de abusos de larga data si nadie cree en su testimonio o si no se animó a denunciar en su momento? Sin embargo: ¿Cuántas asesinadas tenemos que habían denunciado hasta el cansancio? ¿Cómo se puede reconstruir una historia si no es a fuerza de cosas dichas, recordadas, traídas al presente, con algunos testigos que verifiquen esa versión pero en las que también habrá que confiar en sus palabras? 

Tal vez llegue el momento de entender que hay lugares a los que la justicia no llega ni llegará nunca: así como el deseo no se puede legislar (y cuánto de esto aprendimos transitando las calles con el pañuelo verde, pañuelo que ahora vemos orgullosamente en las jóvenes de Estados Unidos), las idas y vueltas de una pareja en sus violencias nimias y cotidianas no se pueden exponer como parte de un legajo punible. Nadie es más o menos víctima porque metió los cuernos, o porque creyó equvocadamente (o no) que la ex novia (también famosa, me refiero a Kate Moss) había sido igualmente violentada. 

Hay pruebas que deberían hablar mucho más alto que Amber Heard en este proceso, y todo su disfraz de mala víctima, o esa interacción violenta que se puso en evidencia como parte del pasado entre ellos y que no debería importarnos. Mucha gente alegó locura entre estos dos, pero pocos dijeron "ella está diciendo que él la violó con una botella, ¿dónde está refutada esa prueba?" porque lo único que refuta los dichos de Heard es su calidad de residuo, depósito del odio de miles de personas que querían que llegara el turno de las "denuncias falsas", en un mundo donde la impunidad por casos más que recontra probados está a la orden del día. ¿Cuántas instancias probatorias caben en la vida de una persona? El silencio frente al caso de Amber Heard está amplificado por el hecho de que va a tener que pagarle 15 millones de dólares al que ya sabemos que tendrá un regreso triunfal y heroico a las pantallas, y que habilita el regreso de miles de otros muertos vivos más.  

La mala víctima no es Amber Heard en primera persona, no es su contrato trabado porque millones de personas están firmando en change.org para que la bajen de Aquaman: son todas las que alguna vez se animaron a decir algo, llorando sin agua o directamente serias y medidas, porque cualquier voluptuosidad en las emociones también está vedada. La mala víctima es la que no se deja enloquecer en el proceso pero puede enloquecer al fin, cuando se da cuenta que nadie la defiende. 

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