En simultáneo con diversos desarrollos de la época, Sigmund Freud concretó el descubrimiento de que en la mente humana existen tres sectores claramente diferenciados: un primer sector que fue dado en llamar “consciente”, que empleamos en este momento con suma facilidad para escribir/leer esto que estamos escribiendo/leyendo; un segundo sector que se denominó “preconsciente”, que se puede volver “consciente”, pero sólo después de realizar un trabajo no tan fácil ni sencillo, aunque sí accesible; y un tercer sector que fue llamado “inconsciente”, al cual no se puede tener acceso ni siquiera realizando un trabajo.
En este escenario, su mayor descubrimiento fue que accedemos a ese sector “inconsciente” durante el dormir, particularmente cuando soñamos.
Estos sueños, que ocurren durante el dormir, cuentan también con tres sectores claramente diferenciados: un sector “consciente”, al cual podemos acceder cuando despertamos, sin realizar un trabajo; un sector “preconsciente”, al cual, también, estamos en condiciones de acceder cuando despertamos, pero realizando un trabajo; y un sector “inconsciente”, que, a su vez, cuenta con dos sectores: uno, al cual, tal vez, podremos acceder por medio de un trabajo especial (y solamente así), y otro, al cual no podemos acceder de ninguna forma.
Así, el trabajo psicoanalítico se constituyó en el tratamiento que permitiría acceder a lo inaccesible, a parte de ese sector “inconsciente”, lo cual ocurriría al hablar, a partir de la asociación libre en el uso del lenguaje y de las interpretaciones e intervenciones del psicoanalista.
Veamos un caso: durante una sesión, I. A. relató haber soñado que “enderezaba bananas” y que el sueño permanecía “vívido”. No se me ocurrió otra cosa que preguntarle “qué opinaba sobre una banana sin curvatura”. Su contestación fue que “las bananas derechas tendrían que venderse a mayor precio, porque enderezarlas requería un trabajo y esta labor había que pagarla”. Entonces, pregunté: “¿quién pagaría ese mayor precio?”. Rápidamente, respondió: “ah, no sé, yo no”. “¿Y quién, entonces?”, repregunté. “Tanto que pregunta, algún curioso como usted”, dijo.
Tal respuesta hizo que preguntara por qué me consideraba “curioso”. “Porque usted pregunta demasiado”, contestó. Llegados a este punto, dije: “lamento tener que hacerle otra pregunta: ¿tuvo alguna mala experiencia con preguntas que le hayan hecho?”. “No tiene obligación de responder”, agregué. “¿Qué se cree: que soy un retorcido que no puedo responder? Ya se parece a mi suegro, que me vive diciendo que no parezco un tipo derecho”, gritó. Enseguida, recordé: “Ah, caramba, para usted parecer derecho es un trabajo, que debe pagar de alguna manera, aunque no quiera”.
De este modo, podemos decir que I. A. accedió a parte de lo inaccesible, gracias al relato de su sueño y al asociar libremente sus ocurrencias, recuerdos, fantasías, deseos y otras vivencias. No obstante: ¿se habrá dado cuenta de tal trabajo y hubo podido, por ello, hacer algo con eso, dándole un alto valor al psicoanálisis? Alcanzar esto, tal vez, sea nuestro desafío como psicoanalistas.
Juan Carlos Nocetti es psicoanalista.