Eami 8 puntos
Paraguay/Argentina/México/EE.UU./Francia/Alemania/Países Bajos, 2022.
Dirección y guion: Paz Encina.
Duración: 85 minutos.
Estreno exclusivo en Malba Cine (Av. Figueroa Alcorta 3415), los viernes a las 20 horas.
Seis años después del documental Ejercicios de memoria y a tres lustros del estreno de su celebrada ópera prima, Hamaca paraguaya, Paz Encina regresa triunfalmente a la pantalla grande con una película que es en parte ficción y documento, registro de lo real y construcción fantasmagórica, retrato antropológico y ensueño fílmico. El nuevo largometraje de la realizadora nacida en Asunción se propone no pocas ambiciones: plasmar en imágenes y sonidos la cosmovisión del grupo aborigen ayoreo-totobiegosode, habitantes del Gran Chaco en Paraguay y Bolivia que fueron y siguen siendo sistemáticamente echados de sus tierras desde mediados del siglo XX. En mayor o menor medida, la mayoría de los ayoreo fueron asimilados a la cultura de los cañone (los blancos), pero aún hoy un grupo reducido se resiste a abandonar los terrenos ancestrales y viven autoaislados en pequeñas zonas, evitando el contacto con el afuera. Sin pronunciar ni una sola palabra en español, apenas algunas frases en guaraní, y con un reparto de “actores” de la etnia retratada, Eami cuenta una parte de la historia reciente de ese pueblo indígena, en su propio idioma y bajo el tamiz de su particular mirada sobre el mundo.
El comienzo de Eami –que es el nombre de una niña, pero también el vocablo ayoreo para designar al bosque, es decir, al mundo todo– es emblemático del estilo elegido por Encina y se destaca casi como un corto dentro del largometraje. Un plano lleno de oscuridad comienza a revelar una porción de tierra bañada por el río; la llegada del sol ilumina cuatro huevos depositados en el lugar por algún animal, posiblemente una tortuga. En poco menos de diez minutos la voz en off de un dios con forma de pájaro narra el origen del universo y el nacimiento del pueblo ayoreo, antes de que la llegada de los cañone, con sus máquinas, demandas y otros atropellos, desarme por completo el equilibrio humano y natural. Es una historia mitológica, de fuertes vientos y animales cuyos cuerpos son habitados por espíritus, que se rompe ante una violencia nada simbólica. Gracias a la ayuda de efectos realizados en cámara y otros sumados en posproducción, el comienzo de un día y su final hacen las veces de prólogo de lo que vendrá: la historia de un desarraigo que trae aparejadas la opresión, la muerte y la tristeza.
Con un trabajo de puesta en escena y encuadre casi obsesivo, pero siempre pertinente y muchas veces bello, y una mezcla de audio expresionista que entrevera voces, sonidos naturales y ruidos creados por las máquinas, Eami –ganadora del premio principal en la competencia oficial del Festival de Rotterdam– puede transformarse en una experiencia árida para el espectador que pretenda enraizar la película en formatos narrativos tradicionales. Pero Encina –cuya preferencia por los planos extendidos y límites espaciotemporales no siempre claros es de larga data– opta por construir una experiencia audiovisual que va tejiendo pacientemente su sentido a partir de una búsqueda eminentemente sensorial. Por supuesto, allí está la mujer menonita, observando como los hombres empujan a los ayoreo a cubrirse con ropas, y el relato muy real de los sobrevivientes de una matanza. Pero la película prefiere evitar los datos científicos y los números duros (aquí no hay placas explicativas de ningún tipo) para emular cinematográficamente la misión de Eami: abrir los ojos y observar ese universo en extinción, para que las imágenes no terminen de perderse y desaparecer.