“Con su sari rosado con detalles dorados, Meenakshi Raghavan empuña su espada. De contextura pequeña, asume una postura formidable y pone en aprietos a su oponente, que la dobla en tamaño y es 4 décadas más joven que ella. Amma, como le llaman cariñosamente sus discípulos y discípulas, está en un ‘kalari’, o arena, de Vadakara, pequeño pueblo al norte de Kerala, India, donde enseña un arte marcial milenario llamado kalaripayattu”. Así presenta la periodista Shoma Abhyankar a esta muy ágil, muy querida maestra que, ¡a sus 81 años!, sigue más activa que nunca.
A Meenakshi se le atribuye la popularización del kalaripayattu, especialmente entre mujeres que la ven como un modelo a seguir. Excluidas durante largo tiempo de la práctica, la gurú las arenga a adoptar la disciplina como método de autodefensa, porque “no solo fortalece el cuerpo sino el espíritu, la confianza en una misma, la resistencia, la concentración, las habilidades motoras… Aprender artes marciales nos vuelve intrépidas”.
Cabe destacar que, en 2017, Meenakshi fue chica de tapa de los principales diarios y revistas de su país, al recibir uno de los más altos honores de la India: el Padma Shri, premio que otorga el gobierno a ciudadanos y ciudadanas en reconocimiento a su contribución en las artes, la educación, la industria, las letras, la ciencia, la medicina, el servicio social, los deportes. En su caso particular, obvia la aclaración, la distinción fue por preservar y dar a conocer el kalaripayattu, que habría nacido en su Kerala natal -dicho sea de paso- en el siglo IV.
Según reza la leyenda, Parashurama -sexta reencarnación del dios Vishnu- habría creado esta disciplina para proteger a su gente. Ayudado ni más ni menos que por Shiva, deidad suprema, que no solo le enseñó la coreografía sino que, en un rapto de generosidad, le obsequió un hacha. Independientemente, señalan historiadores que, en la Antigüedad, monjes budistas y santos hindúes practicaban kalaripayattu como forma de autodefensa; y que Bodhidharma, uno de ellos, viajó en el siglo VI d.C. del sur de la India a China, donde enseñó a sus nuevos discípulos -monjes Shaolin- elementos esenciales que influyeron en otras manifestaciones, como el kung fu…
De allí que, además, muchas personas la llamen “la madre de todas las artes marciales”. Tenida, por cierto, como la más antigua que existe sobre la faz de la tierra y, asimismo, considerada una de las más complejas por combinar posturas de yoga con palos de madera, cuchillas metálicas y técnicas de combate, permitiendo desplegar -en palabras de la propia Meenakshi Amma- “la gracia de una bailarina y los movimientos letales de la guerrera, sincronizando facultades mentales y físicas, poniendo a prueba los límites del cuerpo y la cabeza”.
Según un informe reciente de la BBC sobre kalaripayattu, la formación consta de tres etapas; a saber: “La primera, llamada ‘Meithari’, son ejercicios físicos, para el control del cuerpo, a partir de practicar distintos saltos, patadas, posturas animales (inspiradas en poses de león, elefante, caballo, gato, etcétera). Dominado este estadio, cuando se cuenta ya con suficiente flexibilidad y fuerza, en la siguiente fase -‘Kolthari’- se entrena con armas de madera. Al cabo de 3 o 4 años, se llega a la última instancia, ‘Angathari’, donde se usan armas metálicas: daga, espada y escudo, lanza”.
Cuenta la citada periodista Abhyankar que, en la cultura de Kerala, durante siglos se practicó kalaripayattu. No solo los varones, también las niñas eran iniciadas tempranamente en esta forma de combate. Y llegaron a existir notables guerreras como Unniyarcha, legendaria heroína del siglo XVI, parte del folclore de la región, inspiradora de bellas baladas populares. Durante la ocupación británica, empero, el invasor prohibió terminantemente que se practique esta temida forma de arte marcial; y la prohibición dictada en 1804 perduró durante siglo y medio, aunque algunas personas la desafiasen al interior de sus casas, preservando enseñanzas milenarias. Con la independencia de la India, se da un lento resurgir, pero como explica la mentada Shoma, “a mediados del siglo XX era sumamente inusual ver a una mujer en el kalari, habiendo sido confinadas las mujeres a sus hogares”.
De allí lo excepcional del caso de Meenakshi
que, en 1949, con apenas 7 años (edad tradicional para comenzar la formación en
kalaripayattu, dicho sea de paso) comienza
su entrenamiento. Gracias a la recomendación de su profesor de danza clásica
india, cabe mencionar, y al beneplácito de su madre y su padre. “Recibí mucho
ánimo de mi familia, que me alentó para que me formara en una actividad por
entonces predominantemente masculina. Y ahora es una parte tan grande de mí,
tanto como respirar”, destaca la resiliente dama, que se casó con uno de sus
gurúes y solo pausó los ejercicios durante sus 4 embarazos. Aunque, de un modo
u otro, jamás le soltó la mano a este arte marcial: cuando no daba clases
propiamente, preparaba los aceites herbales y las medicinas ayurvédicas que se
aplican en puntos clave cuando hay hematomas, dolores, molestias tras los
entrenamientos.